Con los pies en la tierra

En la séptima década del siglo pasado, al llegar a La Habana para estudiar como becados, uno de los condiscípulos, Octavio Expósito Hernández fue a una sucursal bancaria, obtuvo una abundante cantidad de monedas de cinco centavos para pagar en los óminubos locales y me invitó a aprendernos las rutas de la capital.

Durante varios días estuvimos abordando los vehículos en viajes de ida y vuelta hasta que nos familiarizamos tanto con los recorridos que éramos capaces hasta de conocer los horarios en que llegaba a las paradas.

Una vez graduados, regresamos a las respectivas provincias y la vida continuó su curso con los altibajos en el número de guaguas y los necesarios reordinamientos de los trayectos de cada ruta, algo de lo cual no podíamos estar al tanto.

Convocados a un curso de superación en la década en que escaseaba todo, la de los años 90, ambos coincidimos La Habana y cuando ámbos íbamos desde L y 23 a visitar a unas amistades en Jaimanitas, quedamos desconcertados al no encontrar la ruta 132 y otras identificadas con una P.

Ante las preguntas de Octavio, una joven le dijo: bájese de esa nube que esa era la guagua que montaba mi abuelito, ponga los pies en la tierra que nada de eso existe.

A propósito de las nubes y la tierra, el anterior post Andar por las nubes se refería a quienes toman decisiones de repercusión individual, familiar, laboral, social o de cualquier otro ámbito sin tomar en cuenta el contexto en el cual se desenvuelven y se guían por sus de deseos o datos sin verificar.

El llamado de aquel joven de “Tener los pies sobre la tierra” fue una frase coloquial para indicar que teníamos que ser realistas, lo que en tales circunstancias significaba enterarnos de que la 132 no existía y que entre un óminibus y otro podía pasar una abultada cantidad de minutos.

Nuestro andar por las nubes tuvo pocas consecuencias negativas, y corregimos inmediatamente con la experiencia de que en próximas ocasiones debíamos acopiar datos para fijar una hora de llegada y regreso o no planificar un viaje por ser imposible en el tiempo disponible.

Harina de otro costal es andar por las nubes cuando se toman decisiones de repercusión para una pequeña comunidad de menos de un centenar de viviendas como las de El Negrito en las estribaciones montañosas del municipio de Manicaragua en la provincia de Villa Clara.

Los vecinos se abastecían directamente de una represa hasta que se ejecutó una inversión para suministrar correctamente el líquido con el tratamiento requerido, es decir, agua de calidad, sin embargo, no tuvieron en cuenta que el ciclo de abasto podría estar frecuentemente como lo es en realidad: cuatro días no y uno sí.

Cuando la comunidad puso los pies en la tierra, y fue de inmediato, la inmensa mayoría no estaba preparada para que les faltara esa agua de un embalse ubicado a escasos metros de sus casas, y reclamaron lo que no puede conseguirse tan fácilmente: tanques para almacenar el líquido.

Por suerte, la tendencia de "Pegar el oído a la tierra" obró el milagro cotidiano de encaminar la búsqueda de soluciones, hasta para la edificación que sirve de consultorio del médico de la familia a la cual se le hicieron la instalación sanitaria, pero sin conectarla a la tubería del acueducto, como se muestra en la siguiente foto:

Al menos hay que reconocer que tuvieron el cuidado de colocar un amarre para evitar que entrara suciedad a la tubería. (Arturo Chang/Cubahora)

Y si los encargados de resolver los problemas no aplican la filosofía de que lo mejor que pueden hacer es mantener el oído en el suelo o pegar el oído a la tierra para escuchar y conocer el sentir de la población y actuar con los pies en la tierra, es momento de decirles: bájate de esa nube... y de la responsabilidad también para que la ocupe otro.

Además, para no hacer cambios a tontas y a locas, cambios por cambiar, hay que bajarse de las nuebes, tener los pies en la tierra, pegar el oído a la tierra, para tener, como dice Fidel: sentido del momento histórico: