Conciencia escurridiza

Andábamos en 1966 por la playa de María Aguilar cuando alguien dijo que ese lugar se iba a llenar de hoteles, y ante la incredulidad generalizada explicó que a su abuelo le había contado que la costa sur, de Cienfuegos a Trinidad, la querían usar para turismo.

Más o menos los mismos chiquillos salimos a caminar en otra ocasión, pero en dirección contraria, hacia el norte, la parte alta de Trinidad, y llegamos al acueducto nutrido por manantiales de San Juan de Letrán. Fuimos motivados porque el profesor de Historia, Manolín Zayas, había dicho que esa fuente de abasto era de la época colonial de la villa fundada en 1514.

Al ver el tamaño de la obra comenté que si Trinidad seguía creciendo y, encima de eso, habría tantos hoteles, el agua no alcanzaría. Y nos enredamos en una discusión hasta llegar a nuestra Secundaria Básica Carlos Echenagusía Peña, en cuyo patio estaba inexplicablemente mal ubicada la estación meteorológica, ya hoy emplazada en un lugar adecuado para las observaciones.

Uno de los meteorólogos entró en la conversación y dijo que, por no existir registros científicos, buscaba en documentos mambises y textos de historia para hallar referencias a intensas sequías y calcular cada cuántos años ocurrían largos períodos sin lluvias.

Lo más preocupante no es —decía— que en Trinidad y en todo el país aumenten los consumidores de agua, sino que no se adopten a tiempo las medidas para la próxima sequía. Y en ese 1966 se estaba refiriendo a la actual escasez de lluvia, que debe seguir agudizándose.

Ya en estos días hay fuentes de abasto colapsadas en el país, y a la creciente cifra de turistas se suman los 11 millones de habitantes, para los que la deseada reanimación de producciones y servicios se presenta ahora como una amenaza si requieren agua.

Paulino, un lector que escribe a chang@vanguardia.cu reacciona ante el evento Cubagua y también se malhumora al escuchar en el parte meteorológico el anuncio de “buen tiempo” si no llueve.

Comparto su opinión de la existencia de una “sostenida negligencia” por parte de todos (incluyendo los organismos estatales de la actividad hidráulica y, por supuesto, a las personas en sus hogares), pues hay cientos de miles de salideros por campos, calles y dentro de viviendas, a la vista de todos y hace muchos años.

Sobre recientes medidas en Santa Clara para eliminar salideros, el lector se pregunta si había que esperar tanto, sabiendo desde hace meses que este año será muy seco. Entonces recuerdo que el conocimiento no es reciente, pues aquel meteorólogo trinitario a finales de la década de los 60 del siglo pasado se sumaba a quienes pronosticaban lo que hoy padecemos.

Si escribí “negligencia” podría sustituirla por falta de conciencia de la necesidad del uso racional del agua. Nos concentramos en almacenarla en obras de la Voluntad Hidráulica (que construyó represas, acueductos, etc.) pero no ha alcanzado las redes de distribución hasta los hogares ni dentro de las casas.

¿Habrá algo más desmoralizante que ver correr por delante de la vivienda el agua que hace más de 15 días no entra por el llamado grifo, llave o pluma? ¿Habrá un llamado a la inconciencia mayor que un chorro que se eleva 10 metros durante días, semanas y meses? ¿Con esa realidad serán efectivos los letreros, consignas, anuncios televisivos y discursos, o causarán el efecto contrario?

Tal vez, si la tan mencionada conciencia hubiera existido en la magnitud necesaria, piezas nada complejas como las zapatillas no hubieran desaparecido durante años, ni su reaparición hubiera sido a altos precios, como otras partes y piezas hidrosanitarias, a pesar de lo que significan en función de no malgastar el líquido.

Llámesele negligencia o conciencia, lo segundo falta, aunque los recursos materiales y financieros no asignados a eliminar salideros se hayan dirigido a otras necesarias obras, servicios y productos.