De cuando sembrar árboles es dañino

Un recuerdo de mediados del siglo pasado retornó cuando en el edificio multifamiliar una vecina de un quinto piso dijo hace 10 años: “tengo complejo de mona porque cuando salgo al balcón parece que vivo en una casa encaramada dentro de una mata”. Entonces hubo quienes le reprocharon querer talar el árbol y expusieron argumentos que iban desde la sombra hasta sus beneficios para la capa de ozono que reportan esas especies del mundo vegetal.

Al reclamo de la quejosa sumé argumentos dados hacía casi media centuria por un sexagenario de la época, allá en el centro sur de la provincia espirituana, Casilda, donde había reclamado no sembrar determinadas especies porque sus raíces levantarían las losas del piso del parque y hasta la carretera en el futuro.

Relaté que ya habían fallecido los que plantaron gigantescos árboles cuando ese anciano era joven, pero aquel día, convertido en un canoso de más de 60 años se presentó decidido a hacerse justicia teniendo como testigos a quienes hacha en mano llegaron dispuestos a impedir la rotura del asfalto después que ya las losas del piso del parque habían sido rajadas por el poder oculto de las raíces. No le prestaron mucha atención, pero no desistió de contar cómo hicieron caso omiso a sus razonamientos de buscar especies que además de sombra, no destrozaran el lugar ni pusieran en peligro los cables eléctricos.

Ni esta anécdota, ni las protestas de la vecina, convencieron a los erigidos en defensores de la naturaleza, pero ahora, una década después de esa charla, resulta que quienes se posicionaron como amantes de los bosques quieren tumbar lo que una vez fue un almendro de fino tallo y escasas ramas, pero ahora es un grueso tronco con descomunal follaje que de vez en cuando deja caer alguna hoja dentro de los apartamentos, sin faltar mosquitos, los famosos muerde-y-huye y otros insectos aún sin identificar por las víctimas de sus picaduras.

-¿Ustedes no le impidieron hace 10 años a la vecina del otro extremo del edificio cortar la mata? ¿No es esta una mata igual que aquella que da complejo de monos?

Ante el silencio y los gestos cabizbajos, quedé convencido que muy pronto desaparecerán otros dos árboles sobre la faz de la tierra, pero… consulté a Carolina Vilches Monzón, ex profesora de Arquitectura dedicada hoy a la fotografía de prensa, quien prácticamente dio una clase universitaria sobre las características de las áreas verdes y cómo deben ser tomadas en cuenta al diseñar una obra, o una zona para cualquier fin, lo cual fue suficiente para saber que no es sembrar por sembrar.

“¿Qué por qué no le hacen caso a esas normativas? Hay desconocimiento, pero no siempre es por eso. Los arquitectos proyectan y por supuesto que incluyen dónde y qué tipo de plantas colocar, pero dejan su adquisición para el final, no las tienen en cuenta al ejecutar el presupuesto, y cuando llega el momento, no les alcanza el dinero, todo les parece caro, y en vez de comprarlas como mismo obtuvieron los materiales de construcción, siembran lo primero que hallan sin tener en cuenta si causarán futuros daños físicos o serán un obstáculo para el paso o la mirada.”

Y mientras Carolina exponía su enjundiosa explicación, estaba pensando en que tan pronto convoquen otra vez a luchar contra el mosquito transmisor del dengue y la chikungunya, quizás estaré participando en una jornada de trabajo voluntario en mi barriada para hacer leña del árbol que según ya dicen los otroras defensores de los árboles en mi edificio, tienen la savia de la cual se alimentan los mosquitos machos, que atraen a las hembras que son las que pican a las personas.