La emulación

Cuando estaban en su apogeo las películas de Tarzán, solía llamársele como al hombre mono a los forzudos, y para decir que alguien era todopoderoso, le decían Superman, pero ya en la década de los 60 del siglo pasado, tales palabras fueron sustituidas por otras que también han desaparecido del habla popular.

Poco o nada se divulgaba en la década de los años 50 sobre un cazabombardero soviético, el MIG que limpió el cielo de aviones enemigos, pero con la llegada a Cuba de esa aeronave (el modelo MIG 15), en el lenguaje infantil sobre todo, para referirse a personas o cosas muy veloces, decían: es un “MIL” 15, lo cual vino en ese entonces a suplantar la expresión: corre como un Zeppelín, el aerostato autopropulsado que pronto fue superado.

Hasta que comenzó la sexta década del siglo XX, a nivel de la sociedad, estaba implantado que quien más tenía era el poseedor de dinero,  pero desde ese momento empezó a generalizarse la idea de que los de mejores resultados en el trabajo serían los mayores beneficiados con bienes materiales cuya entrada al país fue cortada abruptamente por prohibiciones del gobierno de EEUU.

Quizás ninguna otra faena como las muy duras del corte y alza manuales de la caña de azúcar hayan sido premiadas en lo que empezó a llamarse arraigadamente emulación, que fue sustituyendo en la mente a la competencia donde predominaba una filosofía resumida en la frase “cuando tin tiene, tin vale; cuando tin no tiene, no vale ni tin vale”.

Eran nuevos tiempos en los cuales no era extraño que alguien reclamara estar en el lugar más difícil, realizar el trabajo más fuerte y se sintiera orgulloso de ser el ganador de la emulación por su desempeño reconocido socialmente.

Las palabras de felicitación, las muestras de respeto y los diplomas y gallardetes empezaron un día a ser acompañados con objetos que incluyeron ventiladores, relojes pulsera y despertador, efectos electrodomésticos y hasta motos y autos, así como viajes por centros turísticos nacionales y del extranjero.

No creo ser el único al cual le hayan confiado el secreto de que en una brigada de macheteros voluntarios permanentes se hayan puesto de acuerdo para “donarle” caña a uno de ellos con el propósito de que en una zafra obtuviera como premio un vehículo, y en la siguiente fuera otro el ganador y así sucesivamente.

Tampoco pienso que sea el único periodista que en la cobertura de una asamblea sindical haya presenciado cómo sacaban a relucir trapos sucios para evitar que alguien fuera declarado ganador de la emulación y como reconocimiento le entregaran algún bien material.

Y no faltaron anécdotas jocosas como la del que argumentó que el reloj despertador no debieron otorgárselo al mejor trabajador, sino a él que no lo era por llegar tarde, deficiencia que no podría solucionar si no tenía el artefacto que le garantizara levantarse temprano.

Empezamos 2017 con varios meses y años acumulados en los cuales se nota un ambiente distinto en la emulación de colectivos y trabajadores individuales, y salvo los casos de merecer sedes de actos conmemorativos, no están visibles elementos presentes en décadas pasadas.

Y este tema, llega este viernes, gracias a varias conversaciones con un amigo, Roberto Florín, quien defiende aplicar en estos momentos una emulación como la promovida por el Che, que reconocía el papel de los estímulos morales, sin desechar la importancia de los materiales.

Varias veces abordaremos este tema.

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