Por estos días en que se habla de la modernización de la infraestructura poligráfica para imprimir los periódicos, vienen a la mente los apagones de la década de los años 90 del siglo pasado, cuando después de una interrupción eléctrica había que esperar casi un par de horas más para poder trabajar.
Al faltar la energía, se enfriaba el plomo, material que se usaba de manera derretida para fundir los llamados tipos en la jerga de las imprentas, que eran los moldes de las letras que se componían en un artefacto conocido como linotipo.
El jefe de Redacción del periódico Vanguardia Roberto González Quesada ya fallecido, le dijo a uno de los tipógrafos: “Cuando lleguen las modernas tecnologías que yo vi en la Unión Soviética de la fotocomposición ya esto no va a pasar ni habrá que pedirte que trabajes horas extra.”
La respuesta: Ah, Robe, no te preocupes que eso no va a llegar aquí nunca con el atraso que tenemos. Pero sin haber concluido la dura década de los 90, en un abrupto cambio, se impuso lo que parecía una inalcanzable tecnología, y entonces Jesús y sus colegas tuvieron que cambiar de puesto de trabajo.
Ya entrado el segundo milenio, casi a punto de terminar su primera década, uno de aquellos tipógrafos, de muy mal humor, saliendo de la oficina de reservación de pasajes por ómnibus nacionales, se desahogó:
¿Oye, tú te acuerdas de aquello que nos dijo el patriarca Roberto de que cuando llegara la nueva tecnología nos vería de lejos? ¿Eso no se podrá hacer también para reservar y no verle más la cara a esos que se creen los dueños del mundo y ni te miran y se quedan con los asientos para revenderlos?
Varios meses después, fue complacido con la aplicación Viajando y el pago a través de Transfermovil, sin embargo, ante esas modernidades a las cuales no se puede renunciar ni tampoco pensar que nunca tendremos, conviene pensar en qué queremos que solucione.
Sin dudas, ofrece mucha transparencia porque como en el caso de las reservaciones de pasajes, quienes no se resisten a la tentación de dinero fácil lucrando con los asientos que ocultan, no pueden disponer de esos puestos porque para ello tienen que entrar al sistema informático.
También se les va reduciendo el campo de acción a los que equivocan las sumas a su favor porque si cobran de más, no habrá efectivo del que puedan apropiarse, ni tampoco tienen la posibilidad de hacer uso de la explicación de que no tienen moneda fraccionaria para dar vuelto.
Nadie puede negar que las nuevas tecnologías evitarán que las malas conductas y actitudes dañen al prójimo porque dejan las posibilidades prácticamente en cero, pero dejan intactas las probabilidades de que los inescrupulosos desplacen sus acciones a otros terrenos.
Ya nadie rechaza que ante la introducción de esas modernidades, hay que apelar a la capacitación, a enseñar cómo manejar los dispositivos móviles y las computadoras, o de lo contrario, quedar en el espacio analógico que no desaparecerá, sobre todo del uso del dinero en efectivo, que existe en el mundo entero.
Harina de otro costal es la educación en valores, que el ciudadano sea honesto, que no robe, que no mienta que trate bien al prójimo aunque no lo conozca, que preste un buen servicio, que no se ausente de su puesto de trabajo y sea laborioso.
Las nuevas tecnologías constituyen una infraestructura para facilitar la vida, y hasta pueden servir de base material para educar, instruir, formar espiritualmente a las personas, sean mejores y se estrechen relaciones, pero son solo eso: instrumentos, herramientas.
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