Lo que cabe en una jabita de nylon

Comenzaba la década de los 80 del siglo pasado cuando andaba por centros comerciales de Moscú, y tras notar mis dificultades de comunicación, solicité ayuda a Irina, la traductora que no solo hizo más fácil y económica las compras, también solucionó envasar todo de una manera organizada, lo cual valoré como imposible, pues había ido tres veces al local de la  corresponsalía de Prensa Latina a guardar lo adquirido para ir hacia otro establecimiento.

"No se preocuipe Arturo, yo tengo aquí su solución", dijo mientras mostraba un cartera, la abría y extraía una bolsa de malla que se iba estirando en la medida en que le ponía cosas dentro.

De aquel diminuito bolso extrajo otras dos jabas (con la cual sobró espacio para envasarlo todo) al tiempo que decía: Como quieres aprender nuestro idioma, te enseño que esto se llama Por-si-acaso. Lo dijo en español y luego en ruso.

Pasados los años, en los duros momentos cubanos de la década de los 90 también del siglo XX, inspirado en la filosofía de por si acaso conseguía algo, dentro de una misma jaba tenía otras y hasta envases para líquidos.

Tener algún recipientes se ha convertido en una generalizada práctica, y hasta los defensores del medio ambiente llevan ya, salvo excepciones, una o varias jabitas de naylon, muy contaminantes, pero que hasta el día de hoy son insustituibles, aunque hay quienes abogan infructuosamente por hacerlas de trapos viejos y recoreterías de tela.

Independientemente del movimiento mundial en contra del  uso de esas jabitas de naylon, y que ojalá Cuba pueda incorporarse con efectividad, en esas bolsitas caben tantas cosas... o quizás sea más exacto decir que son representativas de tantas cosas...

En el mejor de los casos, son una muestra de la capacidad de previsión de las personas que la llevan por si acaso encuentran algo que llevar, y que puede ser parte de la merienda, el almuerzo o la comida que queremos consumir más tarde o compartirla con alguien.

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No obstante, son más una muestra de inecrupulosidades e ilegalidades, por lo cual en sentido figurado, podríamos afirmar que dentro de ella cabe todo lo malo que se relaciona con el acaparamiento, la reventa, la especulación, y de cómo se hace a la vista, cómplice o no, de todos.

Los revendedores de jabitas cuentan con la mirada benevolente de muchos que argumentan: son viejitos, son personas de muy bajos ingresos que están tratando de completar lo que les falta para sus gastos mensuales.

En las mismas puertas del establecimiento donde las van comprando en grandes cantidades según las revenden, esas cubanas y cubanos las comercializan al doble del precio, aunque hay testimonios de que puede ser casi triplicado.

El mismo procedimiento es practicado por los que compran y compran otros productos hasta desabastecer los establecimientos, sobre todo de mercancías de primera necesidad o de elevada demanda que acaparan y con un simple traslado logran realizarlo con un dinero incrementado.

También cabe dentro de la jabita el ejemplo de cómo un producto va escalando en precios en el mercado estatal, pues esta costaba un peso, luego dos y últimamente tres, lo cual ha sido suficiente para que abunden quienes ya esperan que llegue a cuatro.

Quizás también pueda tener cabida dentro de la jabita una pregunta: ¿Habrá alguna manera de controlar esas ilegalidades sin tener que esperar al incremento de la producción? Unos dicen que sí, otros que no...