Una llamada de Gregorio por sugerencia de su esposa Mary invita a poner el programa de Calviño, Vale la pena, porque está tratando el tema de los que le roban a uno el bienestar, un tema que abordamos en Ladrones de felicidad pero la sugerencia del matrimonio fue que escribamos de cómo evitar el robo.
Ambos contaron experiencias personales de la manera en que estaban aplicando medidas antirrobo y explicaron que en primer lugar hay que tomar conciencia de que uno mismo puede ser ese ladrón al atormentarse con lo que no se pudo resolver o conseguir, sobre todo en estos tiempos de carencias.
Además de que con lamentaciones no se soluciona nada, ese estado anímico impide ver nuevos caminos por donde transitar en busca de lograr los propósitos de obtener algún bien o servicio, argumentaron ambos.
A continuación compartimos sus relatos de manera resumida:
En una cola, uno de los ladrones preguntó que estaban vendiendo, seguidamente indagó por la calidad, luego por el precio y sin que nadie solicitara su opinión comenzó a disertar sobre la posibilidad de que se acabara cuando a uno le tocara el turno, y que si lo compraba podía ser incomible, y además caro.
Explican cómo repelieron la agresión: ¿Usted va a comprar? Mire, el último soy yo.
El ladrón no iba a hacer la cola, pero aprovechó la oportunidad de la conversación para volver a la carga, y fue entonces que Gregorio le dijo: Oiga, me conviene cualquiera que sea la calidad, y si está tan malo, se lo come la perrita, y si está caro, ahora tengo el dinero, y si no alcanzo a comprar, aquí estoy entretenido.
Por su parte, Mary cuenta que durante la espera en el policlínico una ladrona sentada a su lado intentó sustraerle su felicidad de haber conseguido un turno con el especialista: “No hay de nada, ahora el médico te ve y luego no hay medicinas, no hay de nada…”
Ante el silencio como respuesta, la ladrona fue más directa: ¿Y usted qué tiene? Ya en guardia, aplicó las medidas antirrobo: Yo no sé lo que tengo, para eso vine al médico…
Al ver que la susodicha se había acomodado como para continuar el acto de arrebatarle su satisfacción por tener el turno, apeló al humor ante cada una de los intentos: Si no hay una medicina, aparecerá otra que lo sustituya, y si no hay ninguna, pues me quedo igual esperando.
“Sí, señora, no hay aceite, pero es mejor porque la grasa es dañina. ¿azúcar? El exceso también enferma, lo mismo que la sal. ¿Qué cómo llegué hasta aquí? Ah, pues gracias a que no hay combustible ni piezas de repuesto para las guaguas, vine caminando, lo cual es muy bueno para combatir el sedentarismo.”
Le preguntó entonces si había visto cuántas cosas se pueden resolver sin medicina, sino con las carencias, y de ahí en adelante dice: “Fue para divertirme… de lo contrario hago lo que hago con más frecuencia: me quedo callada y por mucho que se dirija a mi, que es como intentar robar, no le hago caso y la dejo con sus malas intenciones.”
Cada cual puede tener sus medidas antirrobo, y no siempre tienen que ser las mismas, dependen de las circunstancias y las características del ladrón.
Queda la invitación a hacerse el firme propósito de aplicar medidas antirrobo para comenzar el 2023. Así será feliz o más feliz.
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