El dos de enero último fue inaugurada una sala de juegos con equipos de moderna tecnología en el boulevard de Santa Clara, momento en el cual vinieron a los recuerdos un chiste de los años 90 del siglo pasado.
Esa década está marcada por la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la URSS, y la desaparición del campo socialista de Europa del Este, y aunque aquel breve cuento parecía destinado a hacer reír, por entonces ya despertaba preocupación.Mientras recordaba el chistecito, dejamos constancia filmica de la apertura de la sala dotada de equipos computarizados que simulan una realidad, en los cuales los niños se divierten lo mismo manejando un vehículo terrestre o aeroespacial.
El susodicho chiste decía que un tren con todos los pasajeros a bordo llevaba largas horas de espera para iniciar un viaje que nadie explicaba por qué no comenzaba, ni tampoco ofrecían información de cuándo saldría.Los viajeros se fueron impacientando y las protestas subieron de tono, hasta que se enteraron de que un alto dirigente soviético también estaba allí, y lo interpelaron para exigir la solución del problema.
Ante la persistencia de los reclamos, los colaboradores del dirigente le sugirieron hacer reuniones para hallar el arreglo a la situación, y ensayaron todo tipo de acciones burocráticas con vistas a que el vehículo emprendiera el trayecto.Nada fructificó ni dio resultados siquiera cercanos a los esperados, por lo cual las demandas de los pasajeros alcanzaron proporciones desesperantes para los decisores que nunca se movieron de sus asientes, ni para comprobar lo que sucedía.
Luego de transcurrir el tiempo sin que lograran echar a andar el tren, al principal responsable de todo se le ocurrió una idea que él mismo calificó de genialidad y vaticinó que aplacaría los ánimos y daría satisfacción generalizada.
Impartió la orden: que cada pasajero ocupe su asiento, y haga movimientos con su cuerpo como si ya el tren estuviera en marcha, y se hicieran la idea de que habían emprendido el viaje hacia su destino.
De no haber sido porque ya los simuladores existían, podría habérsele clasificado como precursor de la idea de estos equipos en los cuales no solo los niños se divierten, sino que sirven también para enseñar y entrenar con vistas a realizar esas operaciones en la realidad cotidiana.
Por cierto, la sala de juegos santaclareña cerró poco después de la apertura como medida para evitar la propagación del nuevo coronavirus, cuyas consecuencias no son necesarias de aprender en un simulador, pues ya las hemos vivido. Y resuelto.
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