A la actual terminal de ómnibus nacionales de Santa Clara le siguen llamando la nueva aunque se inauguró a mediados de los años 70 del siglo pasado, cuando había otra bautizada desde esos momentos como la vieja.
Aunque han pasado más de 50 años, se han quedado con esos adjetivos, por eso, cuando Lázaro Ramírez apareció en la pantalla chica encarnando el personaje de Proscopio en el programa Vivir del cuento, no fueron pocos los que dijeron conocerlo de la terminal vieja.
Por ser paso obligado de todos los que iban o venían de la entonces capital de la provincia de Las Villas (eran seis: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente) tenían que saber de él, sobre todo cuando era la única y todas las rutas de ómnibus pasaban por esa instalación.
Hubo quienes pudieron no haberlo visto porque la cantidad de personas que acudían al lugar restaban visibilidad, pero difícilmente alguien no lo oyó “cantar” como le decían al acto de decir a viva voz un número que daban para organizar el orden en que se abordaban las guaguas.
“Canta alto el número que no se oye”, pidió un viajero mientras se abría paso entre la muchedumbre con la mano en alto, esgrimiendo un trocito de papel con una cifra y la fecha acuñada que Lázaro Ramírez miró, detuvo a todos en la puerta y dijo: “Este número ya se te pasó, es de ayer.”
“…Ñooooo al cegato este no se le va una”, dijo el fraudulento pasajero que como otros tantos, nos dedicábamos a pedir turnos con frecuencia para coleccionarlos y tratar de colarnos con ellos, pero resultó que al único que no se podía engañar era al portero que usaba espejuelos de gruesos cristales.
El exportero y actor falleció en julio de 2017, hace ya un quinquenio y se le recuerda con cariño porque jamás se le vio maltratar a nadie en sus funciones, y en dos ocasiones lo vi ejercer su poder para privilegiar en la primera a una embarazada, y en la segunda a un ancianito que era evidentemente un campesino.
Actualmente abundan más de lo deseado, esos personajillos que esgrimen pequeñas facultades para dificultar todo lo posible e impedir gestiones desde sus cargos de porteros, recepcionistas, custodios y algunas responsabilidades como puede ser administrar una bodega.
Por cierto, conocí uno hace pocas horas que airadamente aclaró: “Tú a mí no me mandas”, aunque en realidad no le di ninguna orden sino que le hice la observación de que si no tenía el producto en venta, no debía estar en exhibición.
A veces, hasta se inmiscuyen en lo que no les corresponde, y si bien no le cierran el paso a nadie, no cumplen sus obligaciones, lo cual es más que suficiente para que las personas pierdan el tiempo o se desorienten en un laberinto de oficinas y reglamentos.
Muchos Proscopitos debiera haber, tanto entre los que tienen mandos que no son de alto nivel, pero están donde tenemos que lidiar con ellos constantemente, como los que se desempeñan en puestos laborales donde parecen haberse creído firmemente que su misión es estorbar y molestar al prójimo.
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