Hasta los primeros años de la década de los 80 del siglo pasado, era común que cada una hora saliera un ómnibus desde Santa Clara en un recorrido de casi 80 kilómetros hasta Sancti Spíritus, pero había otras rutas que cubrían tramos intermedios.
Con tal itinerario, un viajero podía estar unas seis horas más o menos en la espera de una cola organizada mediante un trocito de cartón cuadrado con el número correspondiente en la cola, además de la fecha.
Era difícil entonces imaginar que llegaría algún momento en que en vez de un viaje cada una hora, se reducirían a tres al día, y las reservaciones serían con un mes de antelación, pero por aquella lejana época, hubo un Octavio que lo anticipó.
Por supuesto que su intención no fue malévola, pues sencillamente quería que no nos quejáramos de llevar tres horas en la terminal, pues podría ser peor si no hubiera guaguas y tuviéramos que ir a pie o en bicicleta.
A mediados de la siguiente década, la de los 90, ambos hicimos el trayecto pedaleando hasta un punto distante unos 30 kilómetros, ocasión que aprovechó para recordar lo que calificó como un aviso anticipado.
Harina de otro costal son los que en vez de buscar puntos de comparación para hacernos ver las ventajas del presente sobre un hipotético futuro como hizo Octavio, parecen estar predestinados a aguarle la fiesta a cualquiera.
Sin dudas, son los momentos difíciles donde nos volvemos más sensibles a los datos que comunica alguien, pues los deseos son siempre de que diga algo alentador, sobre todo como en estos días en que a los problemas habituales se unen ciclones y desconexiones del sistema eléctrico.
Y si falta la electricidad interrumpe la radio, la televisión, los teléfonos inhalámbricos e impide cargar los celulares, todo lo cual reduce la recepción de información, se vuelve más importante la conversación directa cara a cara.
Por la experiencia vivida en estas circunstancias, conviene identificar a los mensajeros, los hay de la prosperidad, pero también existen personajillos que parecen regodearse dando noticias inquietantes o lo que es peor, convirtiendo en malas las buenas.
Son comunicadores que si hay algo alentador, le buscan algo negativo, y si no lo encuentran, predicen que será muy efímero, minimizarán los efectos positivos o cortan el tema de cuajo y pasan a otros que despierte tristezas y preocupaciones.
Tales mensajeros no solo comunican malas noticias, sino que con frecuencia adoptan poses de analistas, de comentaristas, de expertos que interpretan a su manera cualquier hecho siempre dirigidos a causar desaliento, desesperanza, desesperación y desconfianza.
Uno de tales especímenes ripostó con su derecho a la libertad de expresión, ante lo cual ejercí también mi derecho a elegir de quién recibir información y con quien intercambiar. No maté al mensajero, pero está repelido.
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