Todavía en 1968 las estaciones cubanas de correos usaban un sistema para transmitir telegramas en lo que se conoce como alfabeto o clave Morse consistente en emitir señales que representaban las letras y números en puntos y rayas o a través de sonidos largos y cortos.
Al llegar a La Habana para estudiar Periodismo en ese año, fue cuando usé por primera vez ese servicio al enviar a mis padres un escueto telegrama: “Llegué bien”, bien breve porque cobraban por palabras.
Los primeros reportes como corresponsal del periódico Vanguardia cuya sede se mantiene en Santa Clara, incluyó el uso de esa tecnología, y por supuesto, el pago no estaba a cargo de nuestro sino que se clasificaba ACP, es decir: A cobrar prensa.
Si el material requería fotos, el asunto era así: el rollo del cual ya cada vez menos se acuerdan, era bien protegido antes de ir a la terminal de ómnibus para que el chofer lo llevara, y luego dábamos el número de la chapa de la guagua y el nombre del conductor para que lo esperaran.
La mayoría de las veces, el texto era dictado por teléfono, un aparato que en la parte fijada a la pared tenía una manigueta que al accionarse era respondido por la operadora encargada de establecer la comunicación clasificada como Urgente de Prensa.
Además de la manigueta estaba el micrófono, pues el audífono estaba conectado mediante un cable, pero después llegó una nueva tecnología en la que ambas partes estaban en una sola pieza, y este avance quedó obsoleto porque se sustituyó la manigueta, y en casos de llamadas dentro de la localidad, no era necesario acudir a la operadora.
Cuando creímos que la modernidad era tanta que solo faltaba poder verse uno al otro al hablar, llegaron los teletipos y las radio-fotos, por el primero se transmitían textos y por el segundo imágenes en tiempo real.
Ambos estaban separados de las salas de redacción porque hacían un ruido muy molesto, hasta que llegaron teletipos silenciosos y algunos capaces de retener en una memoria lo que se escribía para luego emitirlo, lo cual fue un avance para los mecanógrafos excesivamente rápidos.
Los originales eran escritos artesanalmente con bolígrafo y papel hasta que a mediados de la década de los años 70 hubo privilegiados que pudieron adquirir máquinas de escribir portátiles, y se hacía rechazo a las pocas eléctricas que entraron en ese tiempo.
El colega Benito Cuadrado Silva siempre encontró más cómodo y se inspiraba mejor a la antigua, y luego de redactar, lo pasaba a máquina para entregar las cuartillas, y lo hizo así toda su vida laboral en el único centro de trabajo que ha tenido hasta que se jubiló.
Con la inesperada llegada de las computadoras, mantuvo su mismo procedimiento, y desde que pasó a vivir un nuevo capítulo de su vida, de vez en cuando indaga sobre las actuales nuevas tecnologías que prometen ser viejas en los próximos años.
Le cuento del correo electrónico, de las páginas digitales, de las redes sociales, de Facebook, Twitter, telefonía celular con todas las herramientas que tiene ese pequeño aparato…
Y al final de tanta información, de una manera u otra recuerda la idea expresada por Gabriel García Márquez, y como hablando consigo mismo dice: está bien, es más rápido, son más cómodos, pero el que escribe eres tú. Y así será por mucho que se desarrollen las nuevas tecnologías aunque envejezcan tempranamente.
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