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sábado, 28 de diciembre de 2024

Un golpe del Espionaje Mambí

El día en que el joven cubano Gustavo Escoto sustrajo, en el habanero Hotel Inglaterra, una carta donde llamaban débil y politiquero al vigésimo quinto presidente yanqui...

Cubahora
en Exclusivo 07/04/2012
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Hotel Inglaterra
Fachada del Hotel Inglaterra.

“Dios mío, en buena me he metido. Y como están de furiosos los gorriones contra las bijiritas. Si me agarran en el brinco, ¡esto es fusilamiento inmediato en el Foso de los Laureles o en las faldas del Príncipe!

“Ojalá no me trabe con las manos en la masa algún empleado o, lo que es peor, alguno de los oficiales españoles que aquí se hospedan.

“Bueno… a lo hecho, pecho. ¡Y que me ampare Santa Cachita del Cobre!”.

Quien así discurre es el joven cubano Gustavo Escoto mientras, un día de 1898, trata de que nadie advierta su presencia en un pasillo del habanero Hotel Inglaterra.

¿Se trata de un caco que intenta hacer de las suyas? Bien podría serlo. Porque aquí está alojada la condesa X*, famosa por lo valioso de su colección de joyas. Y tantísimos otros huéspedes platudos, que prefieren la privilegiada situación del Inglaterra, en el mismo corazón de San Cristóbal de La Habana, un emplazamiento frente al Parque Isabel Segunda, y del cual sólo distan unos pasos los teatros Tacón, Irijoa y Payret.

Ah, pero pongámonos al tanto de ciertos detalles. Ayer Escoto, gracias a una pequeña dádiva escurrida en la mano de un empleado del hotel, pudo enterarse de cuál era la habitación ocupada por el señor José Canalejas, personero del poder colonial. Y, precisamente, ante esa puerta se encuentra en estos momentos.

Mira el joven hacia ambos extremos del pasillo y, al verlo desierto, con presteza introduce una ganzúa en la cerradura. Momentos después, cierra tras sí la puerta: ha cumplido exitosamente la primera parte de su plan.

Pero… ¡resuenan unos pasos frente a la puerta!

A Escoto le parece que el corazón se le va a salir del tórax. Pero los pasos siguen de largo, y le vuelve el alma al cuerpo.

De inmediato, comienza a registrar el cuarto. Pero… ¿no habíamos sospechado de que se tratara de un ladrón?

¿Por qué, entonces, desprecia esa preciosa leontina de oro que reluce sobre la mesa de noche? ¿Por qué no se embolsilla el fajo de billetes olvidado sobre la cama?

No, el joven sólo tiene ojos para la papelería que contiene aquella habitación del Hotel Inglaterra. Y va revisando, concienzudamente, cada uno de los documentos.

De pronto, el rostro se le ilumina. Sostiene un papel en alto, y tiene que reprimir la risa jubilosa, para no delatarse ante oídos enemigos. 

Pleno de satisfacción, sale subrepticiamente del Inglaterra, y se pierde entre el gentío.

Aquel día el joven cubano Gustavo Escoto ha cumplido limpiamente la misión que le fuera encomendada.

No, no era un ladrón. Gustavo actuaba a las órdenes del movimiento cuyo objetivo era la liberación de Cuba, entonces colonia del león ibérico.

El resultado

La incursión clandestina de Gustavo Escoto en el Hotel Inglaterra tendría rápidas y sonadas consecuencias.

El 8 de febrero de 1898 The New York Journal publica a todo trapo, no una versión del original, sino la mismísima carta, en facsímile, que Escoto había sustraído y hecho llegar a los representantes de Cuba en Armas en los Estados Unidos

Remitía la misiva el embajador de España en Washington. Y, en la intimidad propia de la comunicación epistolar, ni de lejos sospechando que tales declaraciones iba a hacerse públicas, evaluaba a William McKinley, entonces presidente de Estados Unidos, con estas ácidas palabras: “Es débil y populachero, y, además, un politiquero que quiere dejar la puerta abierta y quedar bien con los halcones de su partido”.

La operación, felizmente culminada, había tenido como fin que la potencia norteña, airada, reconociese la beligerancia del mambisado.

Exactamente una semana después, vuela el acorazado Maine en la rada habanera: a todas luces una calculada autoagresión. (Mire usted qué cosa: en 1912, los restos del buque fueron hundidos a tres millas de la costa, privándonos para siempre de las pruebas definitivas en cuanto al siniestro, que desencadenó la presencia norteamericana en la guerra de Cuba).

Y todo ello se desató el día en que el joven cubano Gustavo Escoto sustrajo, en el habanero Hotel Inglaterra, una carta donde llamaban débil y politiquero al vigésimo quinto presidente yanqui.

A no dudar, un golpe de mano maestra en el historial de los servicios secretos mambises.


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