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sábado, 28 de diciembre de 2024

Un mar que huele a ron

Ese mar que llaman Caribe, más que el aroma del agua salada, nos entrega la espirituosa fragancia del ron...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 12/07/2012
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ron cuba
Destilería artesanal y bodega de añejamiento.

Algunos rones de primer nivel, algunos de marcas antiguas y reconocidas, continúan la reconversión de sus destilerías artesanales y bodegas de añejamiento.

Ese mar que llaman Caribe, más que el aroma del agua salada, nos entrega la espirituosa fragancia del ron.

El culpable de ello fue un hombre cuya cuna —como sucede con Homero— se disputan docenas de ciudades, aunque hoy parece comprobado que vio la luz primera frente a un golfo, en Génova.

Arrojado marino, comerciante —fue hasta vendedor de libros— y mentiroso cercano a la mitomanía, tras mil avatares Cristóbal Colón, gracias al apoyo de la encantadora rubia Isabel se ve convertido en Almirante de la Mar Océana.

Después de probar que la Mar Incógnita no terminaba en un despeñadero, en 1493 el genovés emprende su segundo salto atlántico.

Durante una escala en Canarias, recoge simientes de la caña azucarera. (No ha de extrañarnos: de ésas que los antiguos llamaban Islas Afortunadas nos llegó casi todo, desde la gallina y el limonero hasta las primeras mujeres no indias que habitaron en el arco antillano).

El Almirante planta los canutos en la isla que se denominó Quisqueya, más tarde La Española, hoy Haití y Santo Domingo. Pronto puede informar a los Reyes Católicos que las simientes brotan a maravilla, acunadas por la muy fértil tierra caribeña, bajo la caricia nutritiva del sol tropical. Así, queda implantado en las Antillas el vegetal asiático que, más de dos siglos después, el sueco Linneo llamará Saccharum officinarum.

La caña se iba a enseñorear del archipiélago caribe, hasta el punto de que los ingleses lo nombrarán, indistintamente, West Indies o Sugar Islands, "Islas del Azúcar".

LLEGAN EL AGUARDIENTE Y EL RON

Los presupuestos tecnológicos estaban a mano. Aun los pueblos más primitivos —claro, desconocedores de la levadura— sabían que los líquidos azucarados se tornaban en un fluido reconfortante. Y, durante el Renacimiento, algún travieso italiano inventa el alambique, capaz de brindarle aqua vitae, "agua de vida".

Ya en nuestros siglos fundacionales el aguardiente —ancestro del ron— satura el ambiente de las Antillas.

En este mar piratesco, los forajidos de la inmensidad salada prestarían su juramento apoyando la mano sobre una Biblia sostenida en un vaso de ron. Un trago se iba a bautizar con el apellido del corsario inglés Francis Drake. Y, cuando el novelista escocés Robert Stevenson tome como protagonistas a los bandoleros marinos, les va a hacer cantar aquello de "Son quince los que quieren el cofre del muerto. / Son quince, ¡oh, oh, oh! / ¡Viva el ron!".

El ron dio el gran salto hacia la política: no se exagera al decir que fue el padre —o al menos el partero— de los Estados Unidos. En efecto: las Trece Colonias ven interrumpido el suministro de mieles caribeñas para sus destilerías, con lo cual se va gestando un rechazo que culmina en insurrección.

Dando un gran salto en el tiempo, ya a partir de 1920, el vecino norteño implanta la Prohibition, la Ley Seca. Y regresan al Caribe nuevos bandoleros de la mar, en este caso trasegando licores hacia los sedientos norteamericanos. (Entre ellos, nada menos que cierto personaje casi desconocido, Ernest Miller Hemigway, cuyas andanzas contrabandistas le iban a inspirar al antihéroe de Tener o no tener).

RON, HASTA HOY

Se mezcló con ginger ale o cola, con tónico de quinina o el ácido zumo de los cítricos. Se aromatizó con la yerbabuena. Pero mantuvo su enhiesta altivez caribeña.

Hoy el ron sigue siendo, como dijo el periodista Fernando G. Campoamor, "el hijo alegre de la caña de azúcar", esa madre traída por el Gran Almirante que, antes que su descendiente, fue amamantada por el aire, el suelo y el sol del Caribe.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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