En todo el mundo hispanoparlante se escucha la frase “Ése es un capitán Araña”.
El modismo, como es unánimemente sabido, se le suele dedicar a quienes impulsan a los demás a emprender alguna acción que ellos mismos no están dispuestos a ejecutar.
Aquí tuvimos muchos Capitanes Araña.
Ahí está Carlos Prío Socarrás. Quien destinaba algunos pesitos de los que había robado al tesoro público, para comprar algunas armas con la cuales se batían heroicamente los muchachos, sin que él jamás diese la cara.
O Fulgencio, quien era pend... perdón, quise decir cobarde a morirse. Jamás visitó en la Sierra a las tropas que se supone capitanease. Hasta le entraban calambrinas en cuanto a visitar sitios como Santiago, Manzanillo o Bayamo, heroicas cuevas de conspiradores.
Pero vayamos a lo nuestro: la frase.
Se ha podido rastrear el origen de la dichosa frasecita.
El asunto se remonta al siglo XIX, en el ibérico puerto de Cádiz, principal punto de contacto con el Nuevo Mundo.
Allí residía cierto sujeto, apellidado Arana, quien había ejercido por muchos años como capitán de barco. Pero un día, ya hastiado de tanto luchar con el océano, y de tanta peligrosa travesía por sobre el Atlántico, decidió dedicarse sólo a reclutar marineros para tan poco gratos quehaceres, mientras él se quedaba en tierra, abrigado y a salvo, en una amable taberna gaditana, acompañado de un tintorro y una dama de buen ver,
Entonces la gente, cambiándole jocosamente el apellido, acuñó la célebre frase: “Ser un capitán Araña”.
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