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sábado, 21 de diciembre de 2024

Una nostalgia sucia con Javier Heraud

Solo de uno me dolió la partida. Solo de uno me dolió el olvido, sus reclamos, su distancia. Solo uno me había llamado una noche para contarme que se iba, cuando, desde entonces, había cosas que la gente se solía callar hasta que no pasaban...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 12/02/2023
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Pintura al óleo: Idealismo con tristeza
Pintura al óleo: “Idealismo con tristeza”, de Tadas Zaicikas

Desde hace meses me han hecho saber, de una u otra forma, que padezco el mal crónico de la insensibilidad. La migración entró en la agenda pública, se puso de moda la jerga de los volcanes —ahora suplantada por la de los patrocinios—, comenzaron a salir por todas partes las cifras, los récords, los cuentos del río Bravo, de las trampas del coyote, aquello de venderlo todo, de quemar las naves para probar suerte en sitios otros, la devaluación de las casas, de los autos, la subida del dólar, el drama de “mi amiga se fue”, de que “mi amigo no está”, de que “me quedo solo”… y yo sin estrujar siquiera el rostro.

Intenté explicármelo y, durante mucho, no entendí la frialdad con la que asumía el fenómeno. “Es normal”, me decía. “El ser humano siempre se va”.

Cuando en diciembre de 2014 examiné para estudiar Periodismo, me preguntaron qué creía sobre la migración. “Es normal”, les dije. “Ustedes y yo estamos aquí precisamente por eso”. Pero aún no habían pasado cosas, al menos aún no las había vivido. Años después, luego de vivir las cosas, me descubro hablando igual, diciendo exactamente lo mismo, aunque con un aura distinta.

¿Por qué no explotas? me he preguntado. ¿Por qué carajos no te duele? ¿De qué demonios estás hecho? ¿Por qué no dejas de decirte, con un suspiro cansado y de desprecio, que es normal?

Revisando papeles viejos, casi sin querer, choqué con la posible respuesta, una respuesta que me dobló las piernas, las rodillas y hasta me estrujó el ceño. La revelación llegó con un poema de Javier Heraud:

Pero mucho tiempo/ hemos andado juntos:/ años que parecen/ otoños fríos,/ días como rayos,/ fuegos como/ imágenes./ Pero ya no me/ acuerdo de ti./ Es claro/ todos pueden/ decirme,/ que si lo/ conocí tanto/ tiempo, no/ puede/ haberse alejado/ de mi lado,/ aunque esté/ ausente como/ ahora./ Pero para mí no es así./ He visto rostros/ levemente y/ los recuerdo aún./ Pero Dégale/ pocas veces/ aparece en mis/ recuerdos:/ hoy camino solo,/ claro,/ tengo/ amigos/ pero ninguno/ como él.

Volver a leer ese poema se volvió un golpe y me recordó, así de pronto, que yo también sufrí antes de que todo esto comenzara, allá cuando la migración no era un alarido histérico, sino un hilo de agua silencioso que a nadie parecía mover.

Solo de uno me dolió la partida. Solo de uno me dolió el olvido, sus reclamos, su distancia. Solo uno me había llamado una noche para contarme que se iba, cuando, desde entonces, había cosas que la gente se solía callar hasta que no pasaban. Solo de uno me dolió la diferencia que se fue agrandando y tornando agresiva, cuando la crisis comenzó a calar.

¿Cómo podía querer tanto a tipo tan distinto? ¿Cómo podía perdonarlo, después de hasta haberme deseado morir? Es normal que se fuera, cierto, pero imperdonable que me odiase, que lo odiara yo. Por eso decidí no odiarlo y simplemente me olvidé, aunque a ratos me torturase la pregunta de qué haría si, de repente, lo veía en la calle, si regresaba y me escribía como si nada hubiera pasado.

¿Lo abrazo? ¿Le destrozo la cara de un golpe? ¿No lo miro? ¿Lo abrazo?

Pienso entonces en Javier Heraud, en su poema, en las cosas que dice… y sospecho, por los tonos, que quizás ellos dos eran demasiado diferentes como para que no doliera la distancia en aquel Perú de los años sesenta, como para que no se impusiera la necesidad del olvido, a pesar de… como para que ese olvido a ratos no resultase demasiado raro e insufrible, como fuera de sitio, como para, de recuerdo en recuerdo, no dedicarle un verso.

Javier Heraud me enseñó que el afecto, algunos afectos, son exactamente indescifrables, indefinibles, que no tienen nada que ver con nada, que son y punto. Me mostró que, cuando se quiebran, una parte nuestra se fractura y a uno comienza a molestarle poco el hecho de la soledad, a normalizarlo incluso. Quizás crecer es aprender a estar un poco más solo. Quizás crecer es dejar de exigir algunas cosas e ir bien con eso.

Javier Heraud murió con 21 años atravesado por una bala, mientras intentaba entrar a su país para inventarse una guerrilla.

Poco te recuerdo:/ Sin embargo ahora,/ quiero elevar un/ canto enorme de/ palomas y/ cantar a tu/ regreso,/ que/ presiento/ durará un/ tiempo./ Dos años/ ya es mucho,/ mucho tarda tu/ retorno.

Es normal, la vida sigue, cada cual su curso. Pero, al menos hoy, me permito a mí mismo confirmar que duele.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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