sábado, 20 de abril de 2024

Ver para creer

Ver para creer: que El Cairo de noche y desde arriba, siempre se noche y desde arriba, es un sueño imposible, donde lo único que se define es la belleza de las mil y un millón de luces que se agrupan en formas indecibles...

Mario Ernesto Almeida Bacallao
en Exclusivo 22/01/2023
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El Cairo
Para llegar a Mozambique hay que atravesar medio mundo. El avión da nociones distintas de la proporcionalidad. (Mario Ernesto Almeida Bacallao / Cubahora)

Ahora mismo pienso en Roger Ricardo Luis, amigo y profesor que nos ha enseñado a generaciones de periodistas, además de a hacer periodismo, a querer y respetar África. Quien enseña a querer y respetar, querer y respetar cualquier cosa, así sea un árbol, una sabana, unos ojos, un recuerdo... quien enseña de cariños y respetos solo eso puede recibir.

Más allá del cariño y el respeto manifiesto de las dichosas generaciones de periodistas, viene al caso una anécdota "académica". Estábamos en tercer año y Roger nos impartía una asignatura relativa al periodismo internacional y la geopolítica. Es una anécdota en dos tiempos, en dos clases.

Aquel día el profe Roger nos llevó de invitado a un viejo reportero que nos habló de muchas cosas importantes, pero dijo, casi finalizando, que el mundo se podía conocer sin salir de Cuba. Realmente ninguno de los estudiantes le dimos importancia a aquel minúsculo parlamento dentro de la conferencia, al menos los estudiantes no...

Aquel otro día de una semana más tarde, en la siguiente clase, Roger arrancó hablando de ese tema, de aquel parlamento. Nos dijo que por respeto no había interrumpido al conferencista, pero que no estaba de acuerdo. Había que ir a África, nos decía, para ver con los propios ojos, entender, creer... lo que era el tronco de un árbol y lo que eran diez hombres tomados de las manos para lograr rodear el tronco.

Quizás la insularidad nos hace convivir con lo pequeño, que es también lo insular de alguna forma. Por eso nos cuesta creer en la existencia de fenómenos, cosas, más grandes, mucho mayores, que lo que hasta hoy nuestros ojos han visto.

Para llegar a Mozambique hay que atravesar medio mundo. El avión da nociones distintas de la proporcionalidad. De pronto uno desaparece como entidad física y se convierte a penas en una mirada, uno apenas existe para ver. Desde distancias inconmensurables, lo que normalmente es el todo se transforma en algo, junto a otros algos que también son el todo para quienes están allí.

Hay cosas que no se ven si no se creen y el ver, precisamente, es uno de los poderes transformadores de todo viaje. 

Ver para creer:

Que el sur de Cuba, desde el cielo, es más azul y profundo y mágico que el cielo mismo. Que Caracas escupe niebla de los cerros, como si un demonio de lava dormirse en la cordillera. Que el Atlántico es más ancho de lo que cualquier paciencia puede soportar. Que Lisboa, de noche, cuando el avión la atraviesa, es un océano de magias luminosas, de luces finas y desperdigadas como descuidos de espuma, como si la alquimia se estuviera trabajando en serie allá abajo.

Ver para creer, cuando va amaneciendo, que los picos helados de las montañas son igual de blancos que la niebla que lo cubre todo, menos los picos. Ver para creer... que unos parecen cuchillos y la otra algodón, pero a 37 mil pies de altura, un cuchillo y un algodón son casi lo mismo. Ver y pensar: para los griegos, allí vivían los dioses.

Ver para creer: que El Cairo de noche y desde arriba, siempre se noche y desde arriba, es un sueño imposible, donde lo único que se define es la belleza de las mil y un millón de luces que se agrupan en formas indecibles, que tal vez no tengan manera de simplemente ser en otro lugar del mapa que no se llame Egipto.

Ver para creer: en Johannesburgo quienes limpian el avión son negros y quienes llegan en el avión son blancos.

Ver para creer: Maputo es un collar de techos de zinc.

Ver para creer: el mundo resulta más increíble de lo que en pocas horas uno pueda digerir. Es como si fueras guerrillero y caminaras por el medio del monte y te encontrarás de repente con el tronco de un arbol. Entonces, es tan inaudito lo que tienes en frente, que te das la mano con tus compañeros y entre diez apenas logran abrazar el tronco. Y se ríen y se asombran, precisamente ustedes, risas y asombros, ellos, que van armados hasta los dientes y dispuestos a morir y matar.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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