Hace varios siglos las lumbreras del pensamiento occidental perpetuaron la concepción que asegura el avance lineal del tiempo. Sin embargo, el fútbol, con sus mil y un caprichos, se empeña en burlar toda lógica y a ratos gusta engendrar personajes con la soberbia necesaria para corromper la historia.
Es entonces cuando el hincha, ese testigo por vocación de mil y una batalla que apuesta su orgullo y hasta virilidad a la menor o mayor virtud para amontonar dorsales, apellidos y goles, jurará mitad ofendido mitad avergonzado haber visto en un imberbe anónimo el ingenio de cierto francés marcado por la alopecia, el desparpajo del argentino que puso patas arriba media docenas de ingleses por el placer de ridiculizar y hasta la temeridad de cara a portería de aquel brasileño de toque fino al que todavía llaman rey.
Hoy, sin necesidad de recurrir a la venia de quienes se intuyen la quinta esencia de un juego por antonomasia negado a acomodarse al más certero de los criterios, Jadon Sancho bien pudiera hallar sitio entre los empeñados en subvertir el pasado. Este extremo británico al parecer fundido en los moldes donde se forjaron los monstruos de antaño, cuanto menos se antoja entusiasta transgresor de los puritanos cánones del Viejo Continente.
Aún resulta un enigma qué azares atentaron contra Pep Guardiola y le impidieron reclamar el “hallazgo” de uno de los pilares de la Inglaterra sub-17 campeona del mundo. Mientras se mantenía ocupado revolucionando la Premier se le escapaba de las entrañas del Manchester City al Borussia Dortmund de las oportunidades un auténtico sello de garantía.
Con Peter Stöger en el banquillo, Jadon alternó sus escasos minutos con los mayores entre el juvenil y el segundo equipo. Tendría que asumir Lucien Favre, ese estratega incapaz de alzar títulos, pero increíblemente iluminado a la hora de esculpir prodigios, para dar rienda suelta a la genialidad del joven atacante.
El exseleccionador y romántico empedernido de las esencias, César Luis Menotti, suele decir que el balompié resulta la mezcla proporcionada de “tiempo, espacio y engaño”, aspectos que el londinense domina con descaro. Su explosividad para ensanchar la cancha o entrar en diagonal al arco, su descomunal cambio de ritmo y ese duende para generar peligro y filtrar esféricos entre los resquicios de las líneas enemigas lo vuelven temido en un esquema que aprovecha la predisposición de sus fichas para las transiciones rápidas.
Con una clarividencia asociativa envidiable, sirve de escudero y potencia la letalidad de la bestia vikinga Erling Haaland. La anarquía de su regate promueve la espontaneidad en una delantera que, si bien le cuesta ganarle la espalda a los zagueros, se maneja con soltura en áreas reducidas.
Sin haber alcanzado el clímax de su potencial y con novias en toda Europa, se sospecha improbable la permanencia en un entorno ya con poco para aportar. Jadon Sancho de manera irremediable está llamado a conformar el nuevo universo de estrellas a punto de eclosionar. Todo ello, sin perder los ademanes que hacen de este deporte un círculo repetitivo e interminable de actos y peripecias que nunca acaban por aburrir.
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