La Premier League inglesa inició la segunda década del presente siglo con Mikel Arteta exhibiendo la credencial de hombre de moda. Con cuatro partidos al frente del Arsenal FC, los focos de atención dejaron de manera momentánea en segundo plano al intratable Liverpool de Jürgen Klopp para centrarse en el recién estrenado técnico tras intuir el germen de una revolución antojada interesante.
Una vez llegado el período decisivo de la temporada, la zona noble del conjunto londinense apuesta finalmente por el español para redireccionar un proyecto deportivo quedado en stand by luego de la destitución de Unai Emery y la gris suplencia de Fedrick Ljunberg. Más allá de la engañosa consecución de victorias o zarpazos (2V-1E-1D), la presencia del ibérico cuanto menos ilusiona por las sensaciones y pinceladas de buen fútbol mostrado en performances todavía muy maleables e inconsistentes, pero atractivos.
Arteta ya se había tanteado en el verano para asumir las riendas de los Gunners, aunque entonces prefirió continuar en el Manchester City bajo la tutela de Josep Guardiola en calidad de ayudante. Ahora toma un elenco amorfo y poco trabajado.
Con Ársene Wenguer de director técnico Mikel Arteta llegó a capitanear la escuadra londinense (Foto: Guetty Images).
Consciente de contar con una plantilla con potencial pese a encontrarse a mil años luz de su mejor versión, el novel estratega pretende incorporar de a poco conceptos que giran alrededor del espacio y la asociación. Visto lo visto, sus ideas parecen cimentarse en la atractiva fusión del estilo sobrio y austero practicado por el Arsenal del mítico Ársene Wenguer y el juego en sociedad de Guardiola. La intensidad, la referencia posicional para el ataque, la constante incisión por las bandas y el desdoblamiento de los volantes de contención para garantizar la solidez defensiva y la cubertura necesaria en acciones de contraataque marcan los primeros despuntes del de San Sebastián como míster.
Entre sus logros se contabiliza la recuperación del jovencito artillero Nicolás Pépé—incorporación más costosa en la historia del club (80 millones de euros) que aún no consigue encajar—y el resurgir de Mesut Özil. Marginado en la era Emery, el alemán de 31 años ha vuelto al once titular para liderar un centro del campo falto de creatividad y gracia con el balón en los pies. A todo esto se le suma el acierto de hacerlos coincidir con Alexandre Lacazette y Pierre Emerick Aubameyang, algo que ni Unai ni Ljungberg quisieron o pudieron intentar.
Mesut Özil se presume pieza fundamental para el juego asociativo que propone el nuevo DT (Foto:Guetty Images).
Sin embargo, quizás la mejor noticia resulte el cambio de actitud. La autoexigencia y el compromiso reflejado a través del marcaje, la presión alta y el dispute de cada esférico parece haberse establecido principio sine qua non. Hecho que habla muy bien de Mikel en su rol de motivador y conocedor de las interioridades del vestuario. Sin descartar resultados alentadores en los certámenes coperos de dentro y fuera de casa, el principal objetivo para lo que resta de campaña consistirá en la obtención de un cupo en el campeonato doméstico para la próxima Champions League.
Por delante queda, sobre todo, reforzar la zaga y hallar cromos para la zona medular del campo mucho más afines a la idea del dominio mediante transiciones en corto y la constante basculación del cuero. Puede que el siempre engañoso efecto placebo esté haciendo de las suyas pero, al menos de momento, el Arsenal ha vuelto a ser un equipo competitivo.
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