Cuando Andrea Pirlo fichó por la selección absoluta de la Juventus de Turín en calidad de nuevo entrenador apenas había transcurrido una semana desde su designación al frente de la sub-23 y ni siquiera tenía en sus manos la licencia UEFA Pro que le autorizaba a sentarse en el banquillo. Solo unos días antes del nombramiento, el presidente Andrea Agnelli hizo cuanto pudo para asegurar que el ex centrocampista debía ganarse la oportunidad de construir una historia similar a la de Zinedine Zidane o Pep Guardiola y para eso, explicó, necesitaba tiempo.
Pero la eliminación en instancias de octavos de final de la Champions League por el Olympique de Lyon y el escudetto conquistado mediante la práctica de un balompié inexpresivo y monótono terminó por influir en la decisión de cesar a Maurizio Sarri para ofrecer el cargo a un conocedor de las intimidades de la casa.
Motivados, quizás, por la metodología aplicada por el Bayern de Múnich en su búsqueda de un estilo de propio más allá de los títulos, la zona noble bianconera depositó toda su fe en el alguna vez apodado “Metrónomo” para dar el salto definitivo hacia lo más alto del balompié continental.
Pirlo siempre tuvo claras las bases sobre las cuales descansaría la nueva versión de la Juve: presión alta y posesión de balón. Con la pizarra de Antonio Conte de referencia, se propuso borrar el mal sabor de boca dejado tras una campaña donde escaseó la intensidad y el ingenio.
La Serie A arrancó para la Vechhia Signora de Italia con la ilusión de reconocer en la cancha con el paso de las jornadas la gracia de quien fuera uno de los más grandes eruditos con la redonda en los pies. Sin embargo, la vida en el fútbol dista mucho de coser y cantar. Si bien hasta la fecha el novel estratega todavía ignora a qué sabe la derrota en el campeonato doméstico, las sensaciones de su equipo para nada se asemejan a las esperadas. Sobre todo, después de caer en la fase de grupos de la Champions frente al F.C Barcelona, un conjunto en plena reconstrucción que supo sacarle los colores.
En su defensa, el seleccionador podrá apelar a su mala suerte ante la inexistencia de partidos amistosos en la pretemporada para probar variantes tácticas. Incluso recurrir a las lesiones de Chiellini, Matthijs de Ligt, Alex Sandro y Cristiano Ronaldo para justificar la mediocridad en el rendimiento. Aunque pronto se le acabarían las excusas.
La propuesta del 1-3-5-2 en ataque (1-4-4-2 o 1-4-2-3-1 en defensa) de momento deja más sombras que luces. Aficionados y prensa especializada cuestionan la insistencia a la hora de posicionar a tres centrales en la zaga en un momento en el que, con de Ligt en la enfermería, Chielllini se encuentra lejos su mejor estado de forma, Bonucci muestra síntomas indiscutibles de incapacidad para liderar los últimos tres cuartos del campo y; encima, se ha improvisado con jugadores inusuales en el puesto después de descartar en el mercado de verano a Cristian Romero y a Daniele Rugani.
La Juventus sufre para salir de atrás con la pelota y fuerza demasiado el salto de líneas por vía aérea. El lateral derecho Juan Gullermo Cuadrado se antoja la única buena noticia al fungir de válvula de escape y principal asistidor de los merodeadores de área.
Para la sala de máquinas nombres de la talla de Bentancur, Rabiot, Arthur, McKennie ofrecen, a priori, garantía en el diseño y confección de la ofensiva. No obstante, los despistes posicionales de unos y la falta de vehemencia en las conexiones de otros entorpecen el objetivo de lograr la mayor cantidad de ocasiones posibles en el arco rival a partir de la circulación rápida y con intencionalidad del esférico. A estas alturas, el principal problema en la medular para el recién elegido director técnico radica en la ausencia de un álter ego que lleve el ritmo del encuentro y ofrezca seguridad en la fase de transición.
En la punta, la única preocupación del míster consiste en aprovechar al máximo las virtudes goleadoras de una de las mejores delanteras de Europa. Con Cristiano Ronaldo comandando las acciones, queda ubicar al resto de las piezas según las propias necesidades del encuentro. Ramsey, Dybala, Chiesa, Bernardeschi, Kulusevski y Morata brindan un abanico enorme de fórmulas para ocasionar daño al rival.
Mientras la Juventus se debata entre el querer y no poder los focos se centrarán en Andrea Pirlo en su voluntad para resistir los embates de quienes le auguran el peor de los finales de permanecer inflexible en su idea de cómo jugar. Puede que la testarudez termine en el más lamentable de los fracasos. Pero puede también que marque el inicio de una trayectoria formidable. La diferencia descansará en su destreza para desentrañar los acertijos de una plantilla con mucho para dar. Acomódese, esto recién empieza.
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