La siempre hermosa Julianne

El séptimo hijo, película dirigida por el irregular director kazajo Sergei Bodrov (autor de las nominadas al Oscar en habla no inglesa El prisionero de las montañas en 1996 y Mongol en el año 2006, narra las peripecias del joven Tom Ward (Ben Barnes), séptimo hijo varón, cuyas premoniciones le hacían albergar un futuro alejado de la tranquilidad de su familia.
Tom será asumido como aprendiz por Gregory (Jeff Bridges), un famoso cazador de brujas, con el fin de prepararlo para la captura de la madre Malkin (Julianne Moore), la reina de la oscuridad y gran rival de Gregory.
Si bien es cierto que la historia no hace excesivas explicaciones, lo cual favorece un ritmo elevado y relativamente ameno, la calidad de la filmación tiene más proximidad con una película para televisión: lluvia falsa que ni moja ni suena, personajes que toman decisiones trascendentales completamente a la ligera…
El séptimo hijo cuenta con el hándicap de tener como protagonista a un actor absolutamente limitado, un Ben Barnes que asume un único registro para interpretar lo mismo una batalla con una bruja que el romance con una chica en un lago o la despedida de su madre. Un auténtico lastre. Aunque, no nos engañemos, tampoco el renombrado Jeff Bridges deslumbra.
En cambio, resalta la belleza gótica de Julianne Moore en su papel de bruja malvada. En los tiempos en que Moore brilla en Siempre Alice y Maps to the stars, se decide por asumir una película tan poco distinguida como El séptimo hijo, en la que interpreta una bruja… digamos, punk. Más allá de las razones que la llevaron a aceptar este papel medianamente intrascendente, lo ocupa con un decoro que no genera menos que respeto. A pesar de lo logrado o no del filme, su belleza es camaleónica y su entrega profesional supera géneros, directores y notoriedades. De ahí que su interpretación de la madre Malkin deviene la salvación de la cinta. Ella —y solo ella— consigue que el filme no sea condenado a la hoguera.
Si el elenco —a excepción de la Moore— se tambalea, la dirección artística y los efectos digitales son un verdadero despropósito, con algún aspecto realmente brillante combinado con auténticas majaderías que intentan imitar, en una burda falsificación, los episodios de Tolkien llevados al cine por Peter Jackson.
Lo peor es la falta de originalidad. Otra vez la búsqueda de alguien especial con un destino determinado por nacimiento. Y es que no bastan los dedos de las manos para contar las historias de ficción sobre los poderes especiales con los que nace el séptimo hijo varón. Nada más con exactamente el mismo título de la película de Bodrov están la primera novela de la saga de Alvin Maker, del escritor estadounidense Orson Scott Card y la adaptación de la primera entrega de trece, The Spook’s Apprentice, de la saga literaria conocida internacionalmente como The Wardstone Chronicles, escrita por el británico Joseph Delaney.
Sabemos que la originalidad es, en gran medida, un mito. Y sabemos que no a todos los realizadores les interesa. Pero debería haber algo más en El séptimo hijo que la belleza, si bien excelsa, de Julianne Moore.
O no: o quizás toda la cuestión sea lo imperecedero del argumento, una oda a la beldad divina de una actriz que, aun en un bodrio del género fantástico, está gloriosa.