El capitalismo ha logrado fragmentar la conciencia colectiva, desviando la atención de la lucha estructural hacia soluciones individuales y superficiales. Pero la revolución, lejos de ser imposible, requiere una reinvención en esta nueva fase.
La velocidad y concisión no deben estar en contradicción con la profundidad analítica. Para las fuerzas revolucionarias, esto significa que debemos ser ágiles y contundentes en la difusión de nuestras ideas, sin perder de vista la necesidad de un análisis riguroso que explique la raíz de las opresiones. La tarea no es solo difundir mensajes rápidos y virales, sino lograr que estos mensajes calen hondo, generen reflexión y preparen el terreno para la acción colectiva. Este equilibrio es la base de la nueva praxis digital.
Parte crucial de esta praxis es trabajar políticamente para la apropiación de la tecnología como instrumento de lucha. El capitalismo digital ha convertido la tecnología en un fin en sí mismo, alejando su potencial emancipador.
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Desenmascarar las trampas que el capital tiende—como la promesa de «libertad financiera» o el mito de la meritocracia digital—es fundamental para devolver el control a los oprimidos. La tecnología debe volver a manos del pueblo, con el objetivo claro de planificar la producción, redistribuir la riqueza y combatir la explotación de manera más efectiva.
El desarrollo de inteligencia artificial y el análisis de datos deben responder a las necesidades de la clase trabajadora y no a las de las élites financieras. Este es el reto revolucionario: construir redes de acción rápida y movilización masiva, coordinadas por medios digitales, pero también desarrollar una estructura clandestina y resiliente, fuera del alcance de la vigilancia del Estado y del capital.
En esta lucha, el lenguaje, las imágenes y los símbolos son un campo clave de batalla. Crear contranarrativas poderosas, que utilicen la cultura popular, el humor y el arte digital, puede desarmar los mitos del éxito individual, el progreso tecnológico sin límites y la meritocracia. En su lugar, debemos promover narrativas que celebren la cooperación, la resistencia y la colectividad frente al control corporativo.
La construcción de una vanguardia organizada sigue siendo crucial, pero hoy esa vanguardia debe habitar y disputar el terreno digital. Las clases subalternas no necesitan ser preparadas; se forman en la lucha, en el enfrentamiento, en la práctica. La lucha es la producción de poder en el territorio virtual, un campo de batalla donde debemos construir poder popular, disputar hegemonías y desmantelar el control corporativo.
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Aquí es donde emerge el concepto de «intelectual colectivo digital». Este ya no es una sola persona o grupo, sino un entramado de actores populares organizados en plataformas digitales, capaces de generar una conciencia crítica en las clases subalternas.
Este intelectual colectivo tiene la capacidad de intensificar la creación de una narrativa alternativa que ofrezca una interpretación clara y convincente de la realidad, mostrando que el sistema capitalista es incapaz de resolver los problemas estructurales de nuestras sociedades.
La producción simbólica juega un papel central en esta lucha. Debemos desarticular los mitos del capitalismo que promueven la ilusión de la superación individual y proponer narrativas que celebren la construcción colectiva. En un momento donde las fuerzas reaccionarias intentan recuperar terreno con promesas vacías de «libertad individual», la tarea de las fuerzas revolucionarias es reconquistar el horizonte emancipador y demostrar que la verdadera libertad solo puede alcanzarse en comunidad y en resistencia frente al poder corporativo.
Este es el reto de nuestra fase: organizar lo disperso, cohesionar lo fragmentado y, con una visión clara, movilizar a las clases subalternas en torno a un nuevo proyecto de transformación social.
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