Acaba de concluir el evento internacional de la COP 28 y Cuba posee un fuerte protagonismo en la construcción de ecosistemas seguros que establezcan una pauta de cara al futuro del planeta. Muchos podrán preguntarse en qué un país tan pequeño y con bajos niveles de industrialización puede aportar al aprendizaje de un mundo más limpio y es que el archipiélago lleva décadas fomentando maneras de entender de forma distinta la relación con la naturaleza.
Cuba ha declarado gran parte de los más hermosos parajes de su geografía como parques protegidos y ha realizado un sistema de turismo que privilegia la cercanía con tales valores desde la educación. La constitución de escuelas de guardabosques y de cursos de capacitación en cuanto a los turoperadores hace que el país se refuerce en materia de conocimientos en torno a cómo establecer puentes entre el ser humano y la propia naturaleza.
Y es que la vida lo que requiere es que se la entienda, que se le provean las condiciones elementales y se le dé curso. Si algo enseñó la pandemia es la necesidad de que el ser humano deje en paz los ecosistemas y les otorgue la dimensión que realmente esos espacios merecen en la conformación de una realidad segura y de una fauna estable.
La cumbre mundial no solo ha sido un honor para el archipiélago caribeño, sino que constituye una oportunidad para socializar lo alcanzado. En las difíciles situaciones determinadas por el acoso internacional, para Cuba no solo ha sido una obligación el uso de la agroecología y de los estamentos más sanos, sino que casi se trata de la única salida para lograr producciones que satisfagan las necesidades.
El medio ambiente no solo se trata de animales y plantas, sino de la posibilidad de que el ser humano halle las condiciones para su desarrollo sostenible y que la cultura que se deriva de la civilización no sea extractiva ni de muerte, sino que genere una dinámica de vida. Para ello, en el archipiélago se establecen programas que vinculan las comunidades con la protección a las costas, una problemática que pudiera determinar el retroceso de los poblados más aledaños a las zonas bajas del litoral.
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En sitios como Caibarién, esta tarea lleva tiempo y ha obtenido muchos reconocimientos, sobre todo porque se ha vinculado con los medios de comunicación y de tal forma ha estrechado lazos allende las distancias. En ese sitio del centro norte de Villa Clara, los niños y los trabajadores realizan jornadas de conservación que tienen en su haber los valores de la costa. No solo se protegen los animales, sino que se crean los rudimentos de una nueva ética que respeta el ecosistema.
Recientemente, ante una crecida de cangrejos en dicha villa, fueron muy extendidos los llamados en las redes sociales a no agredir a dichos especímenes ya que en su mayoría eran hembras que estaban garantizando la perpetuación. La conciencia ha saltado hasta las nuevas tecnologías y existe allí un aprendizaje mayor que es menester llevarlo hacia las instancias más elevadas de Naciones Unidas, para que se demuestre que no necesariamente con dinero se obtienen avances.
La cumbre no va a garantizar que las naciones preserven el ecosistema. Las guerras y la carrera armamentística están marcando la pauta del siglo XXI y la naturaleza es la primera que no se beneficia. Existen daños irreparables al medio ambiente en sitios en los cuales el ser humano es presa de sus propios desmanes. El traspaso a las baterías de litio ha dado lugar a guerras en las cuales se derrumba el orden social y se abre sitio la ingobernabilidad. En el Congo, el estado fallido tiene como causa fundamental la lucha por el coltán en aras de usarlo como implemento de las nuevas tecnologías digitales.
Las personas no han comprendido que el maltrato al medio ambiente determina una cultura de la muerte que posee una relación dialéctica con las oportunidades de desarrollo de las personas en el espacio en el cual se desenvuelven. Por ello resulta doloroso que no se lleven a mayor empeño iniciativas como la cubana, que apuesta por la transformación del ecosistema a partir del cambio de mentalidad en las personas.
Es dentro del alma de los que viven en los espacios donde se produce el primer paso hacia la victoria o la pérdida de los valores naturales. Somos parte de esa esencia que nos rodea y no un ente que posee la cualidad de separarse. La cultura de los cuidados en la isla no está del todo cerca de lograr todas sus metas, pero sí puede darnos una guía como civilización para que las naciones más poderosas emprendan caminos propios.
En Cuba, por ejemplo, no se cuentan con todos los recursos para mantener de manera estable la agroecología ni han sido exitosos todos los intentos por preservar los suelos. La extensión de cultivos que no resultan productivos como el marabú ha hecho que se torne costoso el desbroce de tierras y por ende el alcance de las cuestiones alimentarias más acuciantes.
No solo por la falta de maquinaria, sino de fertilizantes. A pesar de los esfuerzos de proyectos de las Naciones Unidas que hacen donaciones y que se insertan en las comunidades, el despegue sigue siendo incierto. Y es que, aunque existe una cultura de la vida y se sabe de los valores del medio ambiente e incluso el campesino posee un amor intrínseco a la tierra; los recursos materiales, el mercado de los alimentos, los valores dados a los productos y su encadenamiento con la sociedad, siguen siendo asignaturas pendientes.
Y de eso depende el turismo ecológico que fue pensado como locomotora de la economía y que posee en los elementos patrimoniales la contrapartida perfecta.
Pero no serán esos sucesos negativos los que frenen la ocurrencia de medidas que prosigan la construcción de una realidad política que proteja el medio ambiente en Cuba y que haga de los sitios más hermosos las atracciones para el turismo más sano. La cumbre no va a solucionar todo, pero es un punto de apoyo en el cual la voz del país se hizo escuchar a partir de sus experiencias y del establecimiento de pautas alternativas que van más allá de la contaminación masiva o de la simple retórica de las grandes potencias industriales.
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