La cultura cubana siempre será ese oasis en el cual hemos bebido los que ejercemos algún tipo de creación. Más que un panorama sombrío, como lo dibujan algunos, se trata del terreno propicio para que toda persona con talento pueda desarrollarse. Porque cuando se crearon las leyes y las instituciones tal cosa aconteció pensando en que ya la cultura no fuera de élite, sino un bien público. ¿Quiere eso decir que no sea exigente, que no nos rete, que deje de ser crítica y cuestionadora? No, el mundo cubano de las artes y de la literatura ha sido prolífico en proposiciones que van más allá del momento y que trascienden por su hondura intelectual. No en balde se cuenta con una vanguardia articulada, que posee el desafío de ponerse a la altura de aquellos que la fundaron. En tal sentido el 20 de octubre no solo es la fecha en la que se produce la recordación, sino que el presente se materializa en hechos, en obras que cada año salen de las manos de los creadores y que van a enriquecer el acervo de la nación.
Cuba va en esos creadores, en quienes tuvieron la entereza de hacer su obra junto a una patria naciente. Cada 20 de octubre nos acostumbramos a recordar los hechos históricos, pero es que la historia es cotidiana, se hace a toda hora y no siempre es grandilocuente. ¿Es lo mismo un recital poético de Lezama que el dibujo de un niño de primaria que aprende las primeras letras? Ambos son hechos de la creación y conforman el panorama de un proceso de talentos, en los cuales se finen los caminos, los estilos, los destinos. Cuba ha sabido prohijar desde lo más alto a lo más hondo, desde lo simple hasta lo intelectual de alto nivel. Ese carácter inclusivo del proyecto nos convierte en una comunidad de afectos, en la cual sentimos como propio el proyecto de los grandes. Por eso se trata de un bien público, de un espacio común, de un tenso batallar entre el sueño y la realidad, entre la utopía y lo que hemos realizado.
La cultura cubana posee además sombras, claro que sí, y esas están dadas por las incomprensiones que hubo en un momento con determinados artistas. Hechos que son recogidos en la historia y que hoy forman el entramado de una enseñanza. Hay que ser firmes, pero flexibles, creativos y siempre abiertos a la innovación y los lenguajes rompedores. La vanguardia va de eso, de no dejar que se anquilosen los legados. Por ello, Caturla, quien formara parte del Grupo Minorista, dijo que había que despertar a los espíritus apolillados y así se llama una de sus piezas más extrañas. Esa estridencia, ese gozo en lo nuevo y lo irreverente, deberán estar en la cultura cubana sí o sí, porque en ello nos va la esencia. Montar a caballo y cantar unos versos nacionalistas, escribir una novela como Paradiso, hacer una obra como la de Caturla, son algunos de los hitos de nuestra creación, de los destellos que nos humanizan y realzan. Pero también hay belleza en lo simple, en el instructor de arte que pasa ríos y va a ver a sus alumnos internados en lo más profundo de una manigua, en el coro de los niños de la escuela que canta poemas de Martí, en las mañanas adornadas con el azul de un cielo libre que todos queremos defender. La cultura nacional es un alma que no estará nunca en pena, sino un espíritu alegre y pleno, que nos muestra los mejores rostros.
Hay cultura en el gesto nimio, pero también en la grande e inmensa obra de inclusión. Por eso, tendrá que seguir siendo un sector subvencionado y nunca prostituido al mercado. Las ventas no pueden determinar qué es lo valioso, sino la obra, el criterio estético, la crítica justa. Dejarlo todo a modo de rentabilidad puede hacer que se resientan las jerarquías y sean silenciados aquellos creadores que más nos representan, esos que con su irreverencia nos salvan de la muerte espiritual. Fue rebelde Carpentier, quien hizo una obra novelesca de las mejores del continente, lo fue Soler Puig, también en su momento Antonia Eiris; todos esos discursos en los cuales iba el rompimiento de eras se fueron amalgamando hasta formar un mismo tejido. Hoy pareciera fácil hablarlo, pero cuando los procesos están en marcha todo se asemeja duro, irrealizable, sin futuro. La cultura cubana es también ese acto de fe en los pobres, los excluidos, los que no entendían un ballet y hoy pueden hasta ser críticos y bailarines. Perder eso nos hará menos humanos y cubanos. Hay que preservar la cultura como se hace con nuestros ojos, porque gracias a ello vemos más allá, no nos perdemos en el marasmo, somos nosotros mismos y evitamos que otros discursos nos abrumen.
Y como acto de fe, esa cultura nos da de comer, nos trae el plato a la mesa, porque también está presente en la vida de los campesinos y en sus discursos y vidas. Tal y como lo recoge la obra de Onelio Jorge Cardoso, la existencia cubana va ligada a esos momentos sencillos de los campos, en los cuales se cree en aparecidos, se cantan tonadas, se hace una décima y se siembra una planta. Nada nos es ajeno, nada queda fuera, sino que vive en nosotros, se nos incorpora y es una savia nutricia.
Somos un mismo ser nacional unido por las diferencias y por los encontronazos, por los choques y por el patriotismo. Le debemos al tejido cultural el suceso grandioso de nuestra independencia, ese que nos dijo que como pueblo merecemos un destino, un brillo, una luz más allá de los candelabros europeos.
La antorcha estuvo siempre en la creación, a esa hay que seguir, aunque nos cueste, aunque parezcamos fuera de moda en un mundo donde todo lo caro y lo vendible pareciera prevalecer sobre lo que es sentido, humano, justo.
Esta cultura es Caturla siendo asesinado en 1940, pero también la inauguración de su museo en la década de 1970 por los remedianos y Maria Antonieta Henríquez; es Carpentier preso por el régimen de Machado, pero luego siendo reconocido con el Premio Cervantes y con el clamor del mundo. Somos el fracaso y el éxito, la sombra y la luz, lo que hicimos y lo que no pudimos hacer.
El día de la cultura cubana es una recordación y un mito que se hace efectivo, un sueño que nos define en el trazo de las artes y que nos trae los mejores exponentes como muestra de que nada pasa en vano. Ese destino, esa alma, nos son familiares y más que un día al año podemos sentirlos en la cotidianidad, segundo a segundo.
La cultura nos trasciende, pero vive aquí y ahora.
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