Ningún momento es baladí para hablar de la identidad nacional. ¿Está determinada por una condición espacio-temporal? Pudiéramos decir que hay momentos en los cuales se fragua y aparece el acrisolamiento de lo que implica ser cubano, pero no que es un fenómeno que se cosifica en una era y un sitio. Este devenir, como todos los procesos complejos de la formación de la soberanía está determinado por un conglomerado de intereses y de aspiraciones axiológicas que hacen que exista un espacio común, no solo físico, sino de la memoria y de las cualidades. Es decir, Cuba reside en esa porción sacra de la mente colectiva que va cambiando con los tiempos y que se mueve dialécticamente o sea en espiral. Unas veces nos parece que la nación tiene claros cuáles son sus derroteros y otras, se comienzan a reformar para darnos un nuevo rostro del horizonte. Así es como ocurre el comportamiento de la idealidad de lo cubano dentro de la historia concreta de los seres humanos.
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Fuera de consideraciones simplistas, se trata de algo que no reside en el asunto puramente poético, si bien la creación se concibe dentro del marco de lo que significan la patria y la identidad. Cintio Vitier y uno de sus más afamados ensayos dieron parte de lo que en materia de belleza literaria implica la formación de un país. Pero la historia no es solo la poesía, ni el teatro, ni las bellas artes. Se trata de manifestaciones de la idealidad que expresan en su naturaleza lo que somos, pero que constituyen apenas una porción visible. ¿Acaso no es patria también el rostro de la gente en una cola del cajero? Sí, de las más hondas significaciones. Porque el país está hecho de lo más noble y nuestros dolores y preocupaciones conforman la identidad de un país en un instante definitorio. Lo que soñamos se va transformando en un ser que es devenir y existe una distancia, un desgarramiento que no por doloroso deja de constituirse en reflexiva esencia. Hay arte en considerar a alguien que sufre como hermano nuestro, en compartir sus quebrantos y en darle la mano, pero más que nada se trata de un momento de afianzamiento de lo que identitariamente nos constituye.
La cultura cubana, como todas las culturas universales, no solo se celebra en las sesiones de teatro o en las galerías, no se trata nada más de los cuadros de Carlos Enríquez o de Arche. Hay que resignificar las jornadas y darles ese toque de inteligencia histórica, esa astucia de la razón en la cual no nos quedamos fuera, sino que somos los protagonistas. Porque mientras se vea la cuestión como un film y no como algo que está transcurriendo, no entenderemos los procesos de formación de conciencia y por ende de participación de las personas en la tesis cívica. Entender la historia es un tema de ahora mismo, en el cual a la vez que somos esencia, accionamos como entes hacedores. No se trata del fútil distanciamiento de los libros, ni de la poesía más contemplativa. Quizás en las épocas de Heredia, las cataratas del Niágara y su observancia eran un elemento que expresaba a cabalidad lo que anhelamos como pueblo, pero hoy la cuestión pasa más por lo concreto, por lo real en su más descarnado asunto. La visión de lo cubano es ahora la de un pueblo que posee la fuerza, pero requiere de la esperanza y de la unión para el logro de un salto cualitativo. La identidad nos sirve como el colofón ético sobre el cual podemos erigirnos en el hallazgo de verdades compartidas. En tal sentido, el Bayamo que vivimos no tiene que ser la ciudad física, sino una ciudad espiritual a la manera de San Agustín en la cual se encuentren las realidades cívicas resumidas en los ejemplos cotidianos de transparencia de la más noble gente de a pie.
No hay en esa urbe soñada un espacio para la mediocridad o lo que no sea merecedor de honra. La axiología es esa cuestión que, sin dejar de resultar concreta, toma la forma que le queramos imprimir a partir de las urgencias. Y ahora mismo requerimos de volver al joven José Martí que puso los valores por encima de su propia condición individual, al héroe que lo fue más en el sentido de lo sencillo y real, que en lo que concierne a los conceptos de los libros. Martí fue un traductor y lector incansable de la literatura romántica, como por ejemplo los poemas de Lord Byron, pero eso no quiere decir que su visión de la historia haya estado plagada de los lugares comunes propios de esa farragosa manera de asumir los sucesos. El heroísmo aquí hay que verlo en la genialidad del Apóstol, unido a las nociones de lo cubano que ofrece en su diario de campaña, en el cual se refiere a las más poéticas imágenes del campo y de los guajiros, pero siempre con la mira en lo trascendente, en lo que urge libertar, en la cuestión más perentoria y alejada de toda falacia del lenguaje.
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La ciudad de Dios fue una metáfora construida por San Agustín en el medioevo para referirse a esas cuestiones concreta de la cuestión cívica que deben ir en la ciudad cotidiana. El espíritu allí expresado era el de una era en la cual todo estaba atravesado por un platonismo enrevesado y místico. Pero salvando las distancias, en nuestra tradición nacional existe la huella del Grupo Orígenes, que también con intensidad buscó en la urbe perdida el hallazgo que nos otorgara un reencuentro con nosotros mismos. Darles una oportunidad a esos aciertos es irnos otra vez al crisol de la nación y de la identidad criolla, asumir al Martí vivo el diario de campaña que, aun sabiendo en peligro su existencia, tenía el amor suficiente para detenerse en los detalles de la naturaleza cubana. Esa unidad entre lo transitorio y lo que permanece nos viene siendo más que vital en las construcciones de hoy. No es volver a las visiones ya demodés de la ciudad de Dios versus la ciudad de la Tierra, sino que nada de lo que significamos nos sea ajeno ni pecaminoso. Hallar belleza en lo más caótico y darle el sitio justo que merece dentro de un orden que constantemente se está reconfigurando. A fin de cuentas, lo cubano no está en ninguna parte y sí en todas partes.
No hay que sentir vergüenza de nuestros problemas, ni romantizarlos, sino ponerlos en concreto en la centralidad identitaria, para que hallen una solución y sean una lección histórica. Hace unos años, en la película Páginas del diario de Mauricio se hablaba del periodo especial y qué era en esos momentos lo más urgente. Alguien espetó que el estudio del devenir nacional, no olvidar quiénes somos. Podrá parecer una frase poética, un pasaje intrascendente de una película quizás olvidada, pero si se aplica a este instante, veremos cómo toman sentido las sombras que ahora nos acechan. La identidad y su movimiento dentro de lo real en la historia nos dará sus claves en la medida en que nos movamos en su mismo derrotero. Y a su vez, estaremos en lo oscuro mientras no acudamos al encuentro con tales iridiscencias.
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La luz se mira de frente, aunque nos ciegue, ya que luego del instante inicial, comienzan a verse los asuntos con mayor claridad y aquí y allá aparecen los islotes de sentido que alguien creyó falsamente en la más absoluta ignorancia.
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