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domingo, 24 de noviembre de 2024

Argentina en el tablero geopolítico global, ¿a qué juega Milei?

El acercamiento de la nación andina a la OTAN y su repentino espíritu belicista parte del desarrollo de una nueva concepción de política exterior que busca, sobre todo, contar con el beneplácito de Estados Unidos...

Haroldo Miguel Luis Castro en Exclusivo 20/04/2024
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Argentina y base militar
El anuncio de una base militar conjunta con las fuerzas estadounidenses en la Patagonia habla del marcado interés del gobierno norteamericano de consolidar su influencia en la región

El gobierno de Javier Milei solicitó a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) el ingreso de Argentina al cónclave militar como “socio global”. Así lo confirmó en días recientes el ministro de Defensa de la nación sudamericana, Luis Petri, tras reunirse en Bruselas con Mircea Geoana, secretario general Adjunto de dicha entidad.

Petri, que en su viaje por Europa materializó a inicios de semana la compra de 24 aviones de combate F-16 usados por el ejército de Dinamarca, argumentó que la presentación de la carta de intención para incorporarse a la OTAN marca el interés de su ejecutivo en participar en la construcción de la seguridad global y la necesidad de estrechar vínculos para modernizar y capacitar las fuerzas armadas.

De igual forma, el portavoz presidencial, Manuel Adorni, respaldó la decisión a partir de la posibilidad de que Argentina cobre protagonismo en los debates y en los arbitrajes estratégicos políticos y militares que se toman desde la institución.

Ciertamente, al margen de sus estructuras formales de asociación, la Alianza coopera con más de 40 estados no miembros y organizaciones internacionales. De acuerdo con su sitio web, ello “busca el diálogo y la cooperación práctica con socios en una amplia gama de cuestiones políticas relacionada con la seguridad, incluidos desafíos como el terrorismo y el cambio climático”.

También reconoce la importancia de los socios (partners across the globe), a partir de un escenario de seguridad complejo, donde los principales retos de la entidad “ya no están limitados en la geografía”.

Hasta la fecha países como Australia, Japón y Corea del Sur destacan en una lista donde también aparece Colombia como el único territorio inscrito del continente latinoamericano.

A todas luces el acercamiento de la nación andina a la OTAN y su repentino espíritu belicista parte del desarrollo de una nueva concepción de política exterior que busca, sobre todo, contar con el beneplácito de Estados Unidos (EE.UU.) e Israel. Un sueño hecho realidad por Milei que, incluso antes de llegar a la Casa Rosada, manifestó de manera pública su deseo de consolidar los vínculos con Washington.

De ahí que todo esto ocurre luego de la visita a Argentina de la general de cuatro estrellas y comandante del Comando Sur de EE.UU., Laura J. Richardson, a inicios de abril. Solo unas horas después de que hiciera lo mismo William Burns, jefe de la Agencia Central de Inteligencia; y de las conversaciones sostenidas por el secretario de Estado, Antony Blinken, en febrero durante su gira continental.

Richardson, que en los últimos años ha reiterado cuán importante resulta para la gestión estadounidense velar por el patrimonio natural de América Latina y el Caribe, reconoció que el alineamiento con la administración de Milei supone una herramienta muy útil en su competencia geopolítica con la República Popular China.

De hecho, el pasado 12 de marzo, en su intervención ante la Comisión de Seguridad Armada de la Cámara de Representantes, la también máster en Estrategia de Recursos Nacionales, aceptó que China había superado a EE.UU. como principal socio comercial de América del Sur y se había convertido en el segundo socio comercial de Centroamérica.

Según la propia Richardson, en 2002 el comercio de China con América Latina y el Caribe fue de 18 millones de dólares, en 2022 se disparó a 450 millones y se espera que la cifra aumente a unos 700 millones para 2035. Ello, sin contar las 22 naciones de las 31 que se encuentran en el “área de responsabilidad estadounidense”—Argentina incluida— que formarían parte de la nueva Ruta de la Seda.

A lo que se le incluye las maniobras de la empresa estatal china para obtener los derechos para construir instalaciones marítimas de doble uso, que respaldarían el sostenimiento y la proyección de poder en las proximidades del Estrecho de Magallanes, el pasaje de Drake y la Antártida. Y la consolidación del trabajo en la base de observación espacial de la provincia de Neuquén, manejada desde el 2014 por China Satellite Launch and Tracking Control General—una división de las fuerzas armadas de ese país—con la Comisión Nacional de Actividades Espaciales argentina.

Por eso, a nadie le debe extrañar el anuncio de Milei sobre la futura creación de una base militar naval con EE. UU en la Patagonia, ni mucho menos el marcado interés del gobierno norteamericano en tener una participación activa en la construcción de la Hidrovía Paraná-Paraguay. Una ruta por la cual sale la inmensa mayoría de los productos exportables argentinos (granos, harinas y aceites) que permite, además, la comunicación con Chile, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay.

El ascenso de Milei, de marcada tendencia antiprogresista y, por supuesto, anticomunista, le ha venido como anillo al dedo a EE.UU. para acortar distancias en la influencia que desde hace ya varios años vienen ejerciendo Rusia y China sobre la región. Ahora Argentina aparece como el entorno propicio para contener los intereses de potencias ajenas y, al mismo tiempo, asegurar el control de importantes recursos naturales y la injerencia en el resto del continente desde la implementación de los históricos preceptos de la Doctrina Monroe.  


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Haroldo Miguel Luis Castro

Periodista y podcaster


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