Evidentemente, en la aparente cúpula oficial norteamericana, esa que solo refleja y atiende los reclamos y directrices del verdadero mando tras el trono formal, hasta una mente senil como la presidencial es capaz de reproducir la vieja y terca costra que sustenta el edificio institucional de la primera potencia capitalista.
Una cimentación que no por raída, obtusa, prepotente y peligrosa, no parece inclinada al cambio sensato, decente y cuerdo que exigen la nueva realidad global y la correlación internacional de fuerzas que evidentemente suplantó los días de euforia hegemónica subsiguientes al derrumbe de la URSS.
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Por el contrario, está presente en el largo y ladino proceso de avance de la OTAN hacia el Este para cercar a una Rusia que dejó de confiar en demasía en los que creyó un día “éticos ex enemigos”; en el enrolo premeditado de una obsecuente Europa Occidental en las aventuras expansionistas gringas estilo Ucrania para – sin ningún disimulo- socavarla y sacarse de encima a unos “socios atlánticos” que tal vez un buen día se acuerden que, incluso por un problema de imagen, deberían intentar ser un poco más independiente; y en su encono contra una China que no solo ya ocupa cetros mundiales en el espacio económico y comercial, sino que va además camino a los más altos escalones tecnológicos y militares.
Parecería entonces, para una mente objetiva y sensata, llegada la hora de recapacitar… pero los fantasmas no se van con conjuro alguno.
Joel Biden lo manifestó a Xi Jinping en su más reciente encuentro bilateral. Mientras el líder chino abogó por la convivencia y la cooperación leal y mutuamente ventajosa, y porque las dos potencias asuman sabiamente sus innegables responsabilidades globales, el presidente norteamericano se limitó a espetar que su país “competirá duro” con Beijing, cuando el meollo del asunto a estas alturas de la historia no es pugnar, sino conversar; no presumir, sino entenderse; no rivalizar, sino compartir.
Y a buen entendedor pocas palabras.
Para USA “competir” es hacer todo lo imaginable para ganar. Así los anglosajones llegados al Norte de América “compitieron” con los indígenas hasta reducirlos a mugrosos y flacos estancos territoriales.
Luego los pujantes Estados Unidos “compitieron” con las grandes potencias europeas de pasados siglos hasta desplazar su influencia en este Hemisferio; “compitieron” con México para anexarse la mitad de su territorio original; “compitieron” con España para ocupar sus ya escasas colonias en América y Asia; “compitieron” otra vez con Europa devastada por la Primer y Segunda guerra Mundiales para transformarla en un apéndice Made in USA; “compitieron” con la URSS hasta su deceso; y ahora siguen “compitiendo” para frenar toda oposición a su reino absoluto con episodios tan extremadamente riesgosos e imprudentes cómo usar a Ucrania de punta de lanza militar anti rusa, o hacer de Taiwán un atolladero a la unidad nacional de China, entre otras “lides competitivas”.
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El asunto es que en el imaginario ultraconservador gringo, e incluso en el público y cotidiano, el mundo se divide en “triunfadores” y “perdedores”. El primero, ineluctablemente, debe tragarse al segundo y, por supuesto, USA (dicen ellos que hasta por presunta decisión divina y “perfección” somática) es el llamado a imperar por siempre jamás…
¿Qué queda entonces mientras la lógica sigue de vacaciones eternas en los corrillos decisorios norteamericanos? Tal vez alguien quiera cruzar los dedos, pero lo no permisible e imperdonable es no cruzar los brazos.
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