Nada nuevo al final lo ocurrido al término de este junio en el aislado castillo germano de Elmau, en Baviera, y en un Madrid castigado por el mucho calor, durante las respectivas cumbres del G7 y la OTAN.
Y es que, ni los pretendidos “siete mayorales capitalistas”, ni los palafreneros y el regidor del Pacto Atlántico hicieron historia.
En todo caso apenas pusieron en blanco y negro lo que todos, o al menos muchos, saben que constituyen las más sonadas ambiciones globales de los empedernidos y trepadores poderes fácticos norteamericanos, y la anuencia crónica y descocada de los que no tienen criterio o el coraje para hacerlo valer y para discernir con seso particular.
El resultado, por tanto, era obvio. Como continuidad de una larga rutina contra alternativas mundiales que ponen en riesgo apetencias que se estiman intocables e inamovibles, y que por estos días tiene expresión en una largamente preparada guerra donde se utiliza a Ucrania como punta de lanza contra Rusia, los cónclaves citados se limitaron a ser caja de resonancia de la hostilidad acrecentada de Washington contra Moscú y Beijing, a los que, por ejemplo, la “estrategia oficial otanista” para los próximos años definió pública e institucionalmente como “oponentes claves” de Occidente.
De ahí que lejos de incentivar arreglos pacíficos, preferenciar el diálogo, o estimular la diplomacia, las propuestas G7-OTAN apunten a mayores y continuos financiamientos militares a Kiev, nuevos paquetes de sanciones a Moscú, injerencismo en las políticas chinas de reunificación nacional, o boicot a los programas de expansión económica mutuamente ventajosa instituidos por el gigante asiático, como la Nueva Ruta de la Seda, entre otros dolosos propósitos.
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En pocas palabras, sentar de una vez y por todas que la ficción gringa de un planeta más llevadero y tranquilo a partir del descoyuntamiento de la URSS era en realidad puro cuento para ingenuos, y que ante el auge de las tendencias multilateralistas en nuestra época, las crápulas políticas norteamericanas y sus maleables y torpes seguidores han trabajado y trabajan aceleradamente por una nueva partición del mundo en bloques antagónicos, esta vez sin poder echar mano al añejo asidero de la inevitable “confrontación ideológica” que se agitó en los tiempos de la Guerra Fría.
La “filosofía”, por tanto, es ahora simple y rústica: o tú o yo… y en ese escenario de prepotencia desatada, los peligros crecen, y los riesgos se multiplican.
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En cuanto a los viejos poderes europeos venidos a menos, su papel no puede ser más lamentable, ya no solo porque no dediquen una sola neurona a pensar en vez de receptar acríticamente lo que se les indica desde la Casa Blanca, sino además por desentenderse por completo de sus deberes políticos con sus respectivas sociedades, transformadas hoy en primeros escalones en materia de daños económicos, energéticos, financieros, alimentarios y, peor que todos, militares, sencillamente para que Washington apriete el dogal en sus gargantas, se saque de arriba a competidores indeseados, y cuente con el sueño de tal vez sobrevivir como rey omnímodo en harapos sobre las cenizas de pretendidos viejos socios y “malévolos” enemigos despellejados entre sí.
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