viernes, 27 de septiembre de 2024

¡Viene el oso!

La “pesadilla rusa” infecta a los círculos norteamericanos de poder, que siguen arrastrando a sus acólitos occidentales a la confrontación con el gigante euroasiático...

Néstor Pedro Nuñez Dorta en Exclusivo 06/06/2015
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Si lo que hoy transita el planeta en materia de tensiones entre Washington y Moscú no es un gemelo de la Guerra Fría, en realidad se le parece mucho.

Lo cierto es que mientras al frente del Kremlin un insistente beodo como Boris Yeltsin promovía convertir a la extinta URSS en simples retazos, las alabanzas eran el plato fuerte en las entonces “florecientes” relaciones del Oeste con los despojos de su “despreciable enemigo”.

Sin embargo, con el arribo al poder en Rusia de una figura como Vladímir Putin, a quien el periódico francés Liberation no dudó en definir recientemente como “un patriota que piensa  histórica y estratégicamente como el verdadero sucesor de los zares y de la URSS”, y poseedor de una “mente clara que sabe muy bien qué hacer”, la ojeriza de la ultraderecha gringa se ha multiplicado por mil frente a un inmenso país con el cual Estados Unidos comparte noventa por ciento del arsenal militar nuclear del orbe.

El tema es que, para decepción de Occidente, el retorcido heredero inicial del otrora “imperio del mal” duró lo que un merengue a la puerta de una escuela y la actual Rusia se proyecta a estas alturas como un fuerte componente de la política internacional no adscrito a los cánones favorables al hegemonismo Made in USA, y por tanto sumado a los ejes que apoyan el multilateralismo, el respeto a la autodeterminación y el impulso a la colaboración mutuamente ventajosa a escala global.

Por consiguiente, la estrategia es clara para la derecha Made in USA: no puede haber reverdecimiento de añejas superpotencias ni surgimientos de otras nuevas, y Moscú y Beijing clasifican abiertamente en ese rango de “enemigos estratégicos a batir”.

Las armas para lograrlo son muchas: descrédito mediático, agresiones económicas, sanciones, fomento de sedición interna, cerco territorial a cuenta de sumar acólitos cada vez más al Este, y la peligrosa meta de alcanzar la posibilidad de descargar golpes nucleares iniciales sin el peligro de que la víctima reaccione.

En consecuencia, desde hace décadas el complejo militar norteamericano no ha cejado de promover la titulada sombrilla atómica que, mediante ultrasensibles equipos de rastreo y seguimiento, y una red global de interceptores, haga nula la presumible repuesta nuclear de un Este cada vez más “retador”.

Así entonces, la telaraña agresiva ya se extiende sobre las costas orientales de Rusia y China, escenarios donde, según recientes denuncias del viceministro ruso de defensa, Anatoli Antonov, Estados Unidos planea artillar con armas supersónicas los submarinos nucleares del tipo Virginia que patrullan la zona, en la estrategia de lograr propinar un golpe relámpago contra Moscú y Beijing.

El titular precisó que el potencial del escudo antimisiles estadounidense en la región de Asia-Pacífico ya supera con creces el necesario para neutralizar posibles amenazas, lo que implica un abierto atentado contra la estabilidad estratégica.

El segmento asiático del escudo norteamericano, insistió Antonov, se ha ampliado y modernizado continuamente bajo la administración del presidente Barack Obama desde el año 2009.

De manera que en materia de ofensiva contra los “superpoderes” contrarios, la primera potencia capitalista sigue adscrita a la violencia guerrerista, con más razón cuando económica y políticamente es ostensible, comprobado y aceptado, su retroceso frente a un conjunto de naciones emergentes entre las cuales Rusia y China descuellan como sólidos punteros.


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Néstor Pedro Nuñez Dorta

Periodista


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