Dos monarcas en un día

Sao Paulo- 18 de junio de 2014. Horas después de que Juan Carlos I firmará la Ley de Abdicación, dejando de ser oficialmente el rey de España, Chile terminaba de acomodar las maletas que ya Holanda había sacado del armario del equipo español, y con un fútbol serio, eficiente e intenso, destronó al monarca de Sudáfrica.

Tengo que decirlo, yo defendí durante todos estos días que el resultado contra Holanda era sólo un espejismo. Confiaba en que si Vicente del Bosque se alejaba de esa actitud marmórea de marqués y apostaba por un pequeño acto de valor, por alguna mutación, otra España iba a cantar. Si es que de esos pequeños cambios nace la necesaria, muy necesaria, evolución. Y del Bosque respondió. No les ofreció la cabeza del capitán a quienes clamaban por ella después del desastre holandés. Iker Casillas es un jugador que está más allá de las dimensiones del arco que defiende, es un talismán y un líder al que del Bosque no iba a renunciar. Pero metió a Javi Martínez por Gerard Piqué, un cambio que me pareció acertado, a Pedrito sacrificando a Xavi Hernández, sabedor de que había que marcar pues un empate no servía. Pero lo de esta España no es de nombres propios. ¡Lo de esta España no tiene nombre! O tiene demasiados.

Los españoles jugaron otra vez a las estatuas. El único cambio fue que el viernes pasado lo hicieron de blanco y hoy de un rojo dócil, sin furia. Por estos días muchos han izado como argumento el factor físico. Quizás como consuelo o como válvula de escape. Yo creo mucho más en el mental.  No sé qué le faltó más a esta España, si las ganas, el apetito o las ideas. A Brasil gran parte de la plantilla ibérica llegó anestesiada de triunfos, anestesiada de las vitrinas de Camp Nou y el Santiago Bernabéu, de dos Eurocopas y un Mundial en tan sólo cuatro años. A Brasil, España llegó con un esquema de juego que se cansó en el Barça, que enfermó  de inercia y que esta tarde, terminó por inmolarse en el Maracaná. El mítico escenario donde La Roja ya había vencido a Chile durante el Mundial de 1950. Pero que hoy, de la mano de miles de chilenos unidos a los que estaban en la cancha, se convirtió en un territorio intransitable, mortalmente hostil para La Roja.

Las palmas para Chile, que no se dejó intimidar por los galones. Que salió sin complejos a jugar la que con seguridad será su única final en esta Copa, y la ganó. Con seriedad, con eficiencia, con un excelente manejo del marcador y las debilidades del rival. Y de paso, por un antojo individual y por un arranque de justicia, las palmas para Andrés Iniesta. Otra vez inmenso. Otra vez duende, otra vez mágico. Quizás el único que me hizo recordar por qué en la camiseta española hoy tienen que bordar aquella estrella.

Se marcha España. La furia que no fue y que deja a miles de españoles con una sensación de desamparo. De paso, a otros miles de cubanos. Ahora, como mi tía isleña allá en Alquízar, Cuba tendrán que refugiarse en la Argentina de Lionel, en el Brasil de Neymar Jr. o en la Alemania de Müller.  En España, otros muchos lo harán mañana en la sonrisa de Felipe VI, que sin duda intentará hacer olvidar con sus palabras, este caprichoso martes en que España dijo adiós a dos monarcas.