jueves, 25 de abril de 2024

Lentos…y decepcionantes

Cienfuegos enfrentó a un gran rival en cuartos de final pero no se tuvo confianza y terminó por bajarse de la candidatura al título con una imagen propia de equipos pequeños...

Rafael Arzuaga Junco en Exclusivo 02/05/2012
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Cienfuegos
A la manada de Elefantes les faltó sed y hambre de victorias (Juan Moreno Hernández / Cubahora)

Apenas siete jugadores de la actual plantilla tendrán diez o más temporadas al comienzo de la Serie 52 y, para entonces, quizás dos o tres de esos veteranos ya no entrarán en los planes del técnico. Son jóvenes. Están aprendiendo. No es que se diga, se aprecia desde el bullpen. Pero a esta manada de Elefantes les faltó sed y hambre de victorias

Eliminado el campeón vigente, Pinar del Río, más, in extremis, también Santiago de Cuba, no esperé otra decepción esta Serie, cuya fase regular presagió play offs inciertos y lucha abierta por el título en virtud de la paridad entre al menos cinco de las ocho selecciones clasificadas.

Cienfuegos figuró en la lista de las novenas con mayores opciones de llegar a disputar la corona y, por esa razón y la entidad del rival en cuartos de final, su duelo contra Industriales resultaba para muchos —yo entre ellos— el más difícil de pronosticar.

Su candidatura, a los ojos de todos, ganó simpatizantes luego de dividir el resultado en dos juegos “chiquitos” en el Latinoamericano —resueltos con marcadores de 2x1 en contra y 3x1 a favor—, para regresar a disputar tres partidos en casa, donde jugó para .583 (28-20) durante casi seis meses.

Pero allí mismo, en el 5 de Septiembre, terminó por rendir para cero, cero, cero, cero, cero…, cero victoria y tres derrotas en tres días. Y el grupo del DT Iday Abreu terminó por decepcionar. Defraudó. A mi, que no soy su fan, me desencantó, amén de dar de bruces contra un Odrisamer Despaigne poseído y un equipo azul inspirado.

Ya sabía yo que los Elefantes sienten respeto —y hasta tienen admiración— por los Leones, adversario de reconocida casta, de desempeño inusual cuando le acorralan, al que casi todas las fieras quieren enfrentar para mostrarse, para hacer gala de sus calidades y, de paso, para domarlos.

Al parecer, los paquidermos no vieron así su pulso de postemporada y por ahí perdieron el envite. Primero que en el diamante, tuvieron una derrota mental. La admiración y el respeto por el contrario inhibieron sus propias cualidades y, encima, les incineró la combatividad, esa joya del carácter que hay que tener para aspirar a cualquier conquista.

No salgo ahora a hacer leña del árbol talado, a decir que tenía con qué vencer a Industriales —que sí tenía. Vengo a decir lo que sentí, a decir que carecieron de agresividad, pundonor, entereza para sacar fuerzas y argumentos de donde no había y, también, que les faltó inteligencia. A sus jugadores y a su DT.

Siempre que comparece ante la prensa, Iday Abreu se deshace en disquisiciones filosóficas, con un verbo poco común entre sus pares. Habla de no estar de espaldas a las novedosas tendencias del béisbol, de fabricar carreras de todas las maneras posibles, de cambiar lo que deba ser cambiado…, y, en la práctica, se desdice, como ya es costumbre en muchos técnicos, como Alfonso Urquiola en su último lance al frente de la selección nacional, aunque con verborrea diferente.

Sin embargo, su puesta en escena, sus aplicaciones en el diamante, difirieron a más no poder de sus credos. Como a su novena, al número 33 le complació demasiado salir empatado del Latinoamericano. Eso me parece. Y por ello, tal vez, demoró los cambios.

No movió el pulso para corregir su alineación temprano en cuartos de final, a pesar de que, por ejemplo, Lázaro Rodríguez y Osvaldo Arias batearon un hit en 16 veces al bate combinadas en los dos primeros partidos.

Si los hubiera desplazado en el line up, digamos en el tercer desafío, a trabajos menores, habría abierto una hendija para que los dos reaccionaran desde la titularidad y no se hubiera sentido obligado, como se sintió, a sustituirlos en el quinto partido.

El que resultó último juego de la temporada 2011-2012, no era idóneo para traer a la titularidad a la suplencia. Ese día terminal de abril no valía otra que jugarse la vida con los de siempre. La corrección llegó cuando ya la errata estaba publicada.

Hizo un movimiento para la grada, para que no le acusaran de moroso, y resultó una chapuza.

Colocó en el séptimo turno a un jugador con .230 de average y .265 de OBP en 67 juegos de pelota y 148 veces al bate, y de octavo a un muchacho que aún no se gradúa de pelotero y con menos de 20 comparecencias en la fase regular. En tanto, mantuvo en el noveno a Yusniel Ibáñez, con sangre de campeón en las venas —la de Pinar del Río, menos tenso que la mayoría de sus compañeros en el play off y, como se conoce, capaz de batearle bien a los zurdos.

Encima, le confió el segundo turno a un jugador de aporte casi nulo en el duelo y sin habilidades para batear para el jardín derecho, aunque, eso sí, experto en toques de bola. ¿Acaso Adriano García, más experimentado y con pocos turnos en el año solo porque estuvo lesionado, acaso él no pudo tener más oportunidad en sustitución de Darián González, que se fue de 6-1 en la capital de Cuba y de 13-2 en todo el play off?

Los resultados de los cambios hablan por sí solos. Darían fue bueno para sacrificarse tres veces, al parecer ni para hacer jugada de hit and run es eficaz el muchacho; y Juan Miguel Soriano y Edwin Encarnación batearon de 3-0 cada uno.

Por si fuera poco, ni Osvaldo Arias ni Lázaro Rodríguez empuñaron como emergentes, y sí Alexei García y Juan Miguel Vázquez, que también fallaron. En total, cero hits en ocho veces al bate de cuatro peloteros en los séptimo y octavo turnos.

Cualquier otro DT habría acortado la alineación —esa no es una novedad, es una practica en el béisbol actual— colocando en línea a Leyva, Arruebarruena, Abreu y, como cuarto, a Pavel Quesada, en quien confió para proteger a José Dariel (así, potencialmente, el mejor hombre ofensivo tendría oportunidad de hacer daño en cada uno de los primeros capítulos y, por supuesto, más comparecencias en el home plate. Igual a como sucedía con Barry Bonds en los Gigantes de San Francisco, o ahora con Albert Pujols a donde va, Alex Rodríguez en los Yankees, Miguel Cabrera en Detroit y Alfredo Despaigne en Granma).

Tampoco le dio más oportunidad a Leorisbel Sánchez, cuya actuación se redujo a cuatro entradas (una limpia, dos ponches, sin boletos), a pesar de conocerse las dificultades del line un azul para conectar con solidez el pitcheo zurdo y de la demostración del lanzador la última vez que lanzó contra Industriales (un hit y un ponche en tres y dos tercios de labor).

Y demoró en exigirles a sus muchachos que explotaran sus habilidades para llegar quieto a primera. ¿Por qué Leyva, Arruebarruena y Lázaro no intentaron tocar una y otra vez antes del quinto partido? ¿Por qué, si saben que así podían desequilibrar la defensa capitalina y afectar el trabajo de Despaigne y cualquier otro pitcher?
En fin… que resultó grande el duelo para los Elefantes y, en primer término, para su DT, sobre todo después de abandonar el Latinoamericano.

Pensé, y así lo dije, al término de aquella división, que Cienfuegos sería un rival pétreo en el 5 de Septiembre. Y no lo fue ni un tantito así. No lo fue porque su ambición, sus deseos de ganar, sus esperanzas de convertir en realidad sus sueños, no fueron más fuertes, más grandes que sus falencias, que sus yerros de última hora.

Independientemente del mal estado de forma de Lázaro Rodríguez, Osvaldo Arias y Adir Ferrán, de la pobrísima apertura de Yuniel Leyva, del mal segundo paso de Norberto González, de la falta de madurez de Noelvis Entenza y el escaso aporte de la suplencia. A pesar de contar con el empeño de Pavel Quesada, un recital defensivo y con el madero de Erisbel Arruebarruena y de la legitimación que de su calidad hizo José Dariel Abreu.

Cienfuegos no fue el rival, no resultó el contendiente que pudo ser, porque sus jugadores no alzaron la voz, no se apiñaron, no cerraron los puños ni apretaron los dientes, no intentaron ardides, no se propusieron dictar los tiempos.

No fue el rival, el contendiente que pudo ser, porque a esta manada de Elefantes les falló el apoyo y la confianza del público, tal vez porque les faltó sed y hambre de victorias, que es lo único que seducir y, además, trocar los resultados cuando el físico, el talento, la capacidad deportiva no alcanzan para vencer. Y ese pecado, inapetencia, falta de ambición, es imperdonable en un grupo con mucho talento “entre las dos líneas”. Imperdonable y decepcionante.


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Rafael Arzuaga Junco


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