Poco imaginaba hace hoy 62 años la entonces primera dama de la República Marta Fernández Miranda, ante la inauguración del Cristo de la Habana, que aquel guardián no llegaba para proteger al gobierno de su esposo. El gobierno de Fulgencio Batista, quien también estaba presente ante la estatua aquel 25 de diciembre de 1958, tenía los días contados.
- Consulte además: El “guardián” de la bahía
Fue la actitud devota de la primera dama lo que los llevó allí aquel día. Al producirse el asalto al Palacio Presidencial en marzo de 1957, ella prometió erigir una estatua de Jesús tan grande que se divisara desde toda La Habana si su esposo salía con vida.
Se organizaron un comité y un concurso. El primero logró recaudar 200 mil pesos para la obra. El segundo dejó el proyecto ganador de la escultora Jilma Madera.
Se cree que, más que un prototipo de hombre, la autora se inspiró en aquel amor que marcó su vida sentimental (Foto: Alejandro Benítez Guerra/ Cubahora)
A la misma Carrara fue la artista pinareña a buscar el mármol necesario para su escultura, 67 piezas que le confieren a la estatua unas 600 toneladas de peso, esculpidas por Madera en Italia y enviadas tras recibir la bendición del Papa Pío XII.
Los organizadores querían un Cristo de 35 metros de alto, 3 más que el de Río de Janeiro, Brasil, pero la autora se opuso. Era un error poner una obra así sobre la baja colina de La Cabaña. Con sus 20 metros, la de La Habana continúa siendo la mayor estatua de mármol hecha por una mujer.
De mirada desafiante, labios carnosos, brazos fuertes y calzando las mismas sandalias que su creadora, este cristo criollo se alza a la entrada de la bahía con una mano en el pecho y la otra bendiciendo la ciudad.
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