El primero de enero de 1959, cuando la victoria del Ejército Rebelde sobre las tropas batistianas era incuestionable, algo oscuro comenzó a tejerse en los pasillos del cuartel Columbia. En aquellas horas decisivas, a casi mil kilómetros de La Habana, Fidel Castro hizo un llamado al pueblo cubano: “Revolución sí, golpe de Estado no”.
La ardid de los generales se frustró y la Revolución se encauzó teniendo como uno de sus pilares un nuevo modelo de democracia: participativo y socialista, en el que los dirigentes acudían al pueblo no para ganar un voto, sino para rendir cuentas de la defensa de sus intereses y de la solución de sus problemáticas.
Y ese nuevo concepto de poder popular comenzó a construirse en aquellos primeros años, en los que la estructura del sistema político heredado de la República Neocolonial entraba en contradicción con los cambios telúricos que se proponían en el país.
Durante la Caravana de la Libertad, en cada lugar que llegaba, Fidel se detenía a explicarle al pueblo los cambios que sobrevendrían. Con su ejemplo trasmitía un mensaje a la ciudadanía y a quienes comenzarían a ejercer una función gubernamental: había que escuchar a las masas, informarlas y convertirlas en dueñas de su destino.
La nacionalización de empresas, la Reforma Agraria, la gratuidad de la salud y la educación, la campaña de alfabetización; fueron medidas que se gestaron y aprobaron, no en gabinetes gubernamentales con paredes empotradas de madera importada, sino en las plazas públicas, con la participación de millones de personas.
Los que vivieron esa época recuerdan aquellos discursos de más de ocho horas, en los que alguna vez al líder histórico de la Revolución le falló la voz, pero nunca el apoyo del pueblo, que le pidió volver cuando renunció a su cargo de Primer Ministro, o se vistió de miliciano para protagonizar la primera victoria sobre el imperialismo yanqui en el hemisferio occidental.
Pero abrir las puertas del ejercicio del poder al pueblo significó, en el caso de la Revolución Cubana, ir mucho más allá de recibir un baño de masas o someter a votación determinadas propuestas. De qué valía todo ello si el pueblo se encontraba sumido en el analfabetismo o la miseria.
Tan temprano como el primero de mayo de 1960, en uno de sus discursos Fidel expresaba: “Democracia es aquella en que las mayorías gobiernan; democracia es aquella en que la mayoría cuenta; democracia es aquella en que los intereses de la mayoría se defienden; democracia es aquella que garantiza al hombre, no ya el derecho a pensar libremente, sino el derecho a saber pensar, el derecho a saber escribir lo que se piensa, el derecho a saber leer lo que se piensa o piensen otros; el derecho al pan, el derecho al trabajo, el derecho a la cultura, y el derecho a contar dentro de la sociedad. ¡Democracia, por eso, es esta, esta democracia de la Revolución Cubana!”.
Por ello Fidel siempre se preocupó por incrementar la cultura política la población y construir una sociedad civil en la que estuvieran representados todos los intereses del país. Cuba fue de las pocas naciones en las que su presidente asistía y participaba de forma activa en los congresos de las organizaciones profesionales y de masas (incluyendo las citas de los pioneros) o destinó recursos, cuando eran muy escasos, a desarrollar una Batalla de Ideas para incrementar la cultura general integral del pueblo.
La Constitución Socialista de 1976, y las consecuentes reformas que se le realizaron, convirtieron en ley lo que ha resultado ser un ejercicio decisivo para la sobrevivencia de la Revolución: la participación popular. Sin ella no habría sido posible resistir la crisis económica de la década de 1990 y emprender la recuperación posterior, presentar indicadores educativos o de salud del Primer Mundo, o cumplir con antelación Objetivos de Desarollo del Milenio establecidos por las Naciones Unidas.
Esas proezas fueron el resultado del estilo de liderazgo de Fidel, que apostó siempre por establecer un diálogo sincero con el pueblo. En ese camino estableció pautas sobre la comunicación política. Sus intervenciones en los medios fueron para explicar de forma transparente cada uno de los hechos o procesos, asumir responsabilidades y propiciar el debate.
Ese proceder, que luego sería asumido por otros líderes mundiales, fue una contribución esencial a la teoría y la praxis del ejercicio del poder político en el socialismo.
Como señala la investigadora Mirtha Arely del Rio Hernández: “El involucramiento activo de la población en toda su diversidad no solo produce legitimación e implicación de las personas con las políticas que se desarrollan, sino, además, incorpora a la toma de decisiones un saber popular a considerar para la eficacia de su implementación; incorpora habilidades para la ejecución de tareas y en la búsqueda de alternativas; e incorpora además capacidad innovadora para afrontar retos en el proceso transformador de la sociedad”.
¿Qué hace único al sistema político cubano? Primeramente el pueblo es quien postula y quien elige y no existe una maquinaria electoral detrás de los candidatos. Pero más allá de ese acto electivo, en las leyes se prevén procesos y derechos que no aparecen en otros contextos, algunos de ellos señalados como ejemplos de la democracia. Entre esas especificidades se encuentran la revocación del mandato, la rendición de cuentas de todos los cargos elegidos, el control y fiscalización de los consejos populares, la transparencia como condición de la participación, el derecho de queja y petición, entre otros.
A pesar de ello, el sistema político cubano es blanco de ataques denigrantes a la luz de los postulados de la democracia liberal. Sin embargo, ese modelo ha demostrado ser incapaz de resolver los problemas más acuciantes de millones de personas. En cambio, el ejemplo de Cuba ha inspirado a procesos progresistas en otros países, varios de ellos latinoamericanos, en los que el cambio ha sido posible.
Allí la democracia dejó de ser un ente abstracto denigrado a un voto entre un período de mandato y otro, para convertirse en un gobierno al servicio del pueblo. Ha sido la materialización del principio que acompañó a Fidel en el ejercicio de su tarea al frente de la Revolución Cubana, como decalró en Un grano de maíz. Conversación con Tomás Borge (1992):
“La democracia para mí significa que los gobiernos, primero estén íntimamente vinculados con el pueblo, emerjan del pueblo, tengan el apoyo del pueblo, y se consagren enteramente a trabajar y a luchar por el pueblo y por los intereses del pueblo. Para mí democracia implica la defensa de los derechos de los ciudadanos, entre ellos, el derecho a la independencia, el derecho a la libertad, el derecho a la dignidad nacional, el derecho al honor; para mí democracia significa la fraternidad entre los hombres, la igualdad verdadera entre los hombres, la igualdad de oportunidades para todos los hombres, para cada ser humano que nazca, para cada inteligencia que exista”.
Ese pensamiento y accionar de Fidel, devenido en combustible ideológico y práctico de la Revolución Cubana, ha sido un importante aporte a la teoría sobre la democracia socialista, derribando mitos como la incuestionable sacralización del pluripartidismo, la división de poderes, o el voto, cuando ello no es más que una enajenación del poder soberano del pueblo, quien no puede participar, a veces, ni siquiera legalmente, en la toma de decisiones sobre cuestiones que le competen.
No es casual entonces, que la fecha seleccionada para dar inicio a la consulta popular en el proceso de Reforma Constitucional, sea el 13 de agosto, cuando se conmemora un aniversario más del natalicio del líder histórico de la Revolución Cubana. Con ello se hace evidente que sus ideas y ejemplo encuentran un cauce para la continuidad en el documento que se somete al escrutinio público, que existe una fidelidad a la original y revolucionaria forma de ejercer el liderazgo, que no consistió en concentrar el poder para sí, sino en entregarlo al pueblo para que fuera más fuerte.
En este día de celebración de todos los cubanos, Cubahora comparte imágenes poco vistas de la relación de Fidel con el pueblo. Son resultado del proyecto del Centro de Información para la Prensa: Digitalización para la preservación digital a largo plazo y acceso al patrimonio de los medios cubanos de prensa escrita.
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