El 25 de noviembre de 1956 salió del puerto de Tuxpan, México, el yate Granma con 82 expedicionarios a bordo. Fidel cumplía la palabra empeñada de “ser libres” o “ser mártires” en ese año propio año.
Cinco días después, el 30 de noviembre, Frank País García, en cumplimiento también de la palabra comprometida con Fidel en la Carta de México, levantaba en armas la ciudad de Santiago de Cuba para hacer coincidir el desembarco con la acción revolucionaria en la capital de Oriente y así distraer a las fuerzas del enemigo y asegurarle a los expedicionarios una mejor llegada.
Lamentablemente, como se conoce, el mal tiempo existente en el Golfo de México y el sobrepeso de la pequeña embarcación marinera impidieron materializar la coincidencia planificada. “Quisiera tener la capacidad de volar”, fueron las palabras de Fidel al oír la noticia de los sucesos de Santiago de Cuba.
Sin embargo, aunque falló la sincronización, sobró coraje y valentía ese viernes en la indómita ciudad oriental, y la juventud cubana volvió a mostrar, como lo había hecho en los sucesos del 26 de julio de 1953, su voluntad de liberar a la isla de la odiosa dictadura de Fulgencio Batista.
La orden de alzamiento había llegado el día 27 de noviembre a la casa de Arturo Duque de Estrada en un sucinto telegrama en clave: «Obra pedida agotada, Editorial Divulgación».
A partir de ese momento, Frank País desplegaría una febril actividad organizativa para ultimar todos los detalles y que el plan elaborado funcionara de manera debida: desde el acuartelamiento de los jóvenes del M-26 de Julio, el aprovisionamiento de armas y pertrechos militares, hasta del uso del uniforme verde olivo que con el brazalete rojinegro del 26 estrenarían ese día los revolucionarios santiagueros.
El 30 de noviembre, Santiago amaneció en pie de guerra y el pueblo, entre asombrado y solidario, vio a decenas de jóvenes atacar puntos clave de la ciudad y evidenciar un coraje émulo de los mambises del siglo pasado.
Pepito Tey, a gritos de ¡Abajo Batista!, atacaba con 41 hombres por el frente la Estación de Policía, mientras el comando de Otto Parellada lo hacía por detrás. Otro grupo de 19 combatientes atacaba la Policía Marítima, y tras liquidar la posta tomaban la estación, ocupaban las armas y se retiraban. En Porfirio Sánchez Valiente y Aguilera se asaltaba la armería de la ferretería Dolores.
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El plan también incluía el ataque con un disparo de mortero al cuartel Moncada, con el objetivo de inmovilizar al Ejército, pero la detención de varios de los revolucionarios impidió materializar la acción.
Los participantes han relatado que las áreas aledañas al Instituto de Segunda Enseñanza fueron testigos del tiroteo más largo del día. Igualmente, más de sesenta presos escapan de la cárcel de Boniato y muchos de ellos se incorporan a los combates.
La ciudad ardía de fuego y metralla. Frank —desde el Estado Mayor situado en la vivienda de dos plantas, ubicada en Santa Lucía esquina a San Félix, en el mismo corazón de la ciudad— dirigió todas las acciones combativas. El propio Jefe del Movimiento 26 de Julio en la clandestinidad escribiría en la edición clandestina del periódico Revolución, correspondiente a la segunda quincena de febrero de 1957:
“La población entera de Santiago, enardecida y aliada de los revolucionarios, cooperó unánimemente con nosotros. Cuidaba a los heridos, escondía a los hombres armados, guardaba las armas y los uniformes de los perseguidos; nos alentaba, nos prestaba las casas y vigilaba el lugar, avisándonos de los movimientos del Ejército. Era hermoso el espectáculo de un pueblo cooperando con toda valentía en los momentos más difíciles de la lucha”.
Ese día engrosaron la lista de los mártires de la patria los jóvenes José Tey, Pepito; Otto Parelleda y Tony Alomá, y aunque falló la sincronización de acciones y el yate Granma llegaría con retraso a Cuba, la juventud santiaguera dio prueba de entereza y voluntad de lucha, estremeciendo al régimen de Batista.
También en otros lugares del país hubo acciones de uno u otro tipo. En Guantánamo, Julio Camacho Aguilera lideró las operaciones; integrantes del Movimiento poblaron de obstáculos las carreteras de Holguín, Manzanillo y Santiago de Cuba; en Manzanillo, Celia Sánchez organizó grupos de campesinos para la llegada de la expedición; en Puerto Padre, un comando asaltaba un polvorín.
En Santa Clara, capital de Las Villas, los revolucionarios se acuartelaron en varios lugares de la ciudad y salieron a las calles a enfrentar a la soldadesca batistiana. Cuatro días antes, el 26 de noviembre de 1956, en Quemado de Güines, un comando con Víctor Bordón al frente había atacado el cuartel de la Guardia Rural.
El 30 de noviembre de 1956 fue la primera de las grandes acciones en las ciudades. Santiago volvió a ser la capital del heroísmo en Cuba. El propio Frank País, quien cayera asesinado menos de un año después, escribió de ese día de gloria:
“Armas de todos los calibres vomitaban fuego y metralla. Alarmas y sirenazos de los bomberos, del cuartel Moncada, de la Marina. Ruidos de aviones volando a baja altura. Incendios en toda la ciudad. El ejército revolucionario dominaba las calles y el ejército de Batista pretendiendo arrebatarle ese dominio. Los gritos de nuestros compañeros, secundados por el pueblo, y mil indescriptibles sucesos y emociones distintas”.
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