Recuerdo la primera vez que subí a una tribuna. Tenía unos nueve años y me invadía el temor. Me aterraba hablar frente a los 249 alumnos que me miraban fijos desde las filas imperfectas de la escuela primaria (Ovidio Torres Albuernes) de mi municipio, en Las Tunas. Nos pasamos días ensayando, pero siempre el escalón que llevaba a lo más alto del área de los matutinos me daba escalofríos. Más tarde lo asumí como un buen augurio. Ese día presentaríamos una obra de teatro y mi personaje era Mariana Grajales. Ya en esa ocasión miles de ideas se agrupaban en mi pequeña cabeza, había cosas que no lograba entender: ¿Cómo aquella mujer podría ser tan fuerte, al punto de convertir a sus hijos en soldados?
Aquellas palabras todavía las recuerdo: “¡Fuera, fuera faldas de aquí, no aguanto lágrimas! (…) ¡y tú empínate porque ya es hora de que te vayas al campamento!”. Creo que esa fuerza con la que habló Mariana ese día a su hijo Marcos fue la que guió los siguientes pasos en mi vida. No he dejado de sentir miedo, pero pienso que Mariana tampoco. De igual forma, imagino que ese momento, en el que le llevaron a Antonio Maceo herido hasta su casa, debió ser muy difícil, pero ella tenía el deber de no mostrar el dolor. Era el horcón de la familia. Más tarde supe que, efectivamente, Marcos fue a la manigua con solo ocho años y cumplió con su madre, por convicción.
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En la isla de Cuba todos conocemos a Mariana Grajales. Puede que no toda la historia, pero sí las esenciales, las que hablan de su valor. Tanto es así que una mujer se considera una “Mariana” cuando ha tenido la firmeza de franquear obstáculos con dignidad: es la madre que cuida sola a sus hijos, es la trabajadora que tiene en sus hombros el sustento económico de su hogar, es la científica que no deja a un lado las tareas domésticas y asume ambas responsabilidades con entereza…
Hoy celebramos el aniversario del nacimiento de la Madre de la Patria, Mariana Grajales Coello, el 12 de julio de 1815. Esa fecha aparece en la inscripción en el libro de bautismo de la parroquia santiaguera de Santo Tomás, aunque algunas fuentes declaren que su nacimiento ocurrió el 26 de junio de 1808. Mariana provenía de una familia mulata libre, no fue víctima de la esclavitud, pero conoció las limitaciones de una Cuba colonial, que no era ni para negros ni para mulatos, a pesar de que contaran con independencia económica.
Además de ser mujer, enfrentó la dificultad de la raza. Se instruyó en lo que en esa época se denominaban “las primeras letras”. Esta cubana de nacimiento puede ser desconocida para muchas personas en el mundo, en general pudiera considerarse un exceso el hecho de detenernos en las páginas de la historia de Cuba. Amén de una consideración como esa, es importante que reflexionemos sobre la dimensión ideológica que ha alcanzado la iniciadora de la estirpe familiar de los Maceo-Grajales en la formación de la identidad cultural en la isla.
En la historia de Cuba hay muchas mujeres como ella: las que levantaron su voz en una sociedad donde la mujer debía ser pura decoración o una máquina de reproducción, las que fueron a la manigua, las que luego subieron a la Sierra, las que participaron en la clandestinidad, las que trabajaron arduamente en los primeros años de triunfada la Revolución, las que actualmente aportan a la sociedad. Con mujeres como estas, el sexo femenino alcanzó una fuerza tal que podría cometerse un error mortal el hecho de calificarlo como “débil”.
EL JURAMENTO
María Cabrales Fernández, en la carta a Francisco de Paula Coronado, en su condición de viuda del mayor general Antonio Maceo, nos cuenta: “…la vieja Mariana, rebosando en alegría, entra en su cuarto, coge un crucifijo que tenía, y dice: ‘…de rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar la patria o morir por ella’”. Esa imagen es recurrente cuando pienso en Mariana, en algunos libros se exhibe su imagen, como una especie de boceto, con la cruz en las manos, mientras sus hijos hacen el juramento.
A partir del alzamiento de 1868, los hombres de esa casa, junto con el padre, se convirtieron en mambises; y las mujeres, guiadas por la madre, cubrieron la retaguardia. Unos se incorporaron al Ejército Libertador y el resto de la familia se fue al monte.
Desde a finca Las Delicias ya habían conocido sobre el proceso de liberación de los palenques de Oriente y de las prisiones de los cimarrones. En el campo, donde se encontraba la residencia fija de la familia, no sentían el despotismo hispano y el sistema de castas imperante, sin embargo, los problemas de la isla no pasaban inadvertidos. En las gestas independentistas cubanas del siglo XIX participaron: Antonio y José Maceo Grajales (mayores generales); Rafael Maceo (general de brigada); Miguel y José Tomás Maceo (tenientes coroneles); Justo Germán Grajales (capitán abanderado); Marcos Maceo Grajales (teniente); Julio Maceo Grajales (subteniente) y Marcos Evangelista Maceo (sargento).
MARTÍ Y MARIANA
“Con su pañuelo de anciana a la cabeza, con los ojos de madre amorosa para el cubano desconocido, con fuego inextinguible en la mirada y en el rostro todo, cuando se hablaba de las glorias de ayer, y de las esperanzas de hoy, vio Patria, hace poco tiempo, a la mujer de ochenta y cinco años que su pueblo entero, de ricos y pobres, de arrogantes y de humildes, de hijos de amo y de hijos de siervo, ha seguido a la tumba, a la tumba en tierra extraña. Murió en Jamaica el 27 de noviembre, Mariana Maceo”
Así la describe Martí en el periódico Patria. Durante el periodo que ella permaneció en el exilio con parte de su familia, el Apóstol de Cuba le hizo una corta visita en Kingston, la que resumió en estas palabras: “No hay corazón de Cuba que deje de sentir todo lo que debe a esa viejita querida, a esa viejita que le acariciaba a usted las manos con tanta ternura. La mente se le iba ya del mucho vivir, pero de vez en cuando se iluminaba aquel rostro enérgico, como si diera en él un rayo de sol (…). Su marido y dos hijos murieron peleando por Cuba, y todos sabemos que de los pechos de ella bebieron Antonio y José Maceo las cualidades que los colocaron a la vanguardia de los defensores de nuestras libertades”.
Pienso en Martí, que tuvo la oportunidad de tener a aquella mujer frente a él, “en el silencio” —así lo escribe—, sujetando “el elogio de la admirable mujer, hasta que el corazón, turbado hoy en la servidumbre, pueda, en la patria que ella no vio libre, dar con el relato de su vida, una página nueva a la epopeya”.
Así de cercana la siento hoy, en pleno siglo XXI. Imagino a aquellas mujeres en la manigua, cuya única riqueza era la dignidad. Entonces no se me ocurre una idea mejor que recorrer todos los días esos escalones que me daban miedo, pero no me detengo, porque tengo el deber de continuar la tarea que ellas comenzaron…
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