Entre los frondosos árboles del Casino Campestre, céntrico pulmón verde de la ciudad de Camagüey, está enclavado el majestuoso monumento dedicado a Salvador Cisneros Betancourt, marqués de Santa Lucía, sentado en posición reflexiva, con los dedos de la mano izquierda sobre la sien, y en el mármol de su pedestal una elocuente inscripción sugerida por sus compañeros de armas: “Forjó con los pergaminos de su nobleza la antorcha que iluminó el sendero de la libertad de Cuba”.
Sin dudas, es una frase que sintetiza la excepcional y extensa vida de un noble y acaudalado criollo, nacido en la villa principeña el 10 de febrero de 1828, quien sacrificó riquezas, propiedades y hasta la familia para colocarse al lado de los hombres y mujeres que emprendieron la marcha por el tortuoso camino de la formación de la nacionalidad cubana, sin la mediación de la metrópoli española, que gobernaba con brazo de hierro a la Isla.
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Como era habitual entre las familias con una destacada posición social enviar a sus hijos a estudiar al extranjero, toca a Salvador Cisneros a la edad de trece años marchar en 1841 a los Estados Unidos. A su regreso, cinco años después, sin concluir los estudios de Ingeniería Civil, se “encontró un país convulso y asfixiado por una metrópoli intransigente ante cada rebeldía” (Yunier Javier Sifonte Díaz). En modo alguno vacila ante el panorama conspirativo del Camagüey y se vincula al movimiento encabezado en 1851 por Joaquín de Agüero con el alzamiento de San Francisco de Jucaral, donde redactaron y aprobaron una declaración de independencia.
La destacada historiadora e investigadora Elda Cento Gómez (1952-2019) destaca sobre la vida de este noble cubano: “El liderazgo político entra a su vida a mediados de los 60. Le precede una activa vida social en su ciudad natal de la que fue alcalde ordinario en tres ocasiones. Funda periódicos, impulsa el trabajo de la Sociedad Filarmónica, la Sociedad Económica de Amigos del País y el Teatro Principal …primeras muestras del extraordinario poder de convocatoria que llegaría a tener solo su nombre en el Camagüey”.
Al marqués de Santa Lucía, integrante de la Junta Revolucionaria de Camagüey, se le encuentra entre los primeros que se suman en noviembre de 1868 a la clarinada emancipadora de Carlos Manuel de Céspedes y participa en varios combates. A la manigua insurrecta también marcha su familia que sufre penurias y escasez de alimentos; su esposa y una de sus hijas fallecen en esos días.
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Un año después fue delegado a la Asamblea Constituyente República de Cuba en Armas, convocada en el poblado de Guáimaro que estableció “…la igualdad de todos los cubanos ante la Ley” y se declaraba abiertamente por la total abolición de la esclavitud.
En esa oportunidad es nombrado presidente de la Cámara de Representantes y ostentó otras altas responsabilidades civiles en el transcurso de la Guerra de los Diez Años, cuyo infructuoso final con el Pacto del Zanjón criticó resueltamente a quienes sucumbieron a las propuestas de capitán general español Arsenio Martínez Campos.
En la guerra necesaria convocada por José Martí en 1895, Salvador Cisneros se suma a las fuerzas mambisas del mayor general Máximo Gómez en Sabanilla del Junco. “Presidió luego la Asamblea Constituyente de Jimaguayú donde resultó electo Presidente de la República en Armas, convirtiéndose en el único cubano que ocupó ese cargo en dos ocasiones” (Yunier Javier Sifonte Díaz).
Su peculiar trascendencia en la renovación de la lucha independentista tiene un punto de inflexión al intervenir los Estados Unidos en la guerra de los cubanos contra España, “exponente su preocupación de que las tropas mambisas se adelantaran a las norteamericanas en la ocupación de poblados, lo cual logró personalmente en el caso de Santa Cruz del Sur, donde hizo flamear la bandera de la estrella solitaria en todos los fuertes y edificios principales” (Elda Cento Gómez).
Con setenta años de edad, el insigne patriota camagüeyano emprende la trascendental batalla de críticas contra la injerencia norteamericana que secuestró los sueños mambises de soberanía y consideró su misión “y la de todo buen cubano” la abolición de la Enmienda Platt. A solo unos meses de su fallecimiento en La Habana, el 28 de febrero de 1914, expresó: “A pesar de mi avanzada edad creo tener espíritu bastante para ver a Cuba completamente soberana, absolutamente independiente y dueña de sus destinos”.
La vida de Salvador Cisneros Betancourt es un ejemplo sublime para las actuales generaciones de cubanos, en una sociedad de todos y para el bien de todos.
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