//

lunes, 25 de noviembre de 2024

Después del Moncada

La generación de hoy tiene la obligación de trascender consignas y discursos vacíos para convertirse en la fuerza agitadora necesaria. Hay demasiada sangre por honrar y muchos derechos por salvaguardar como para caer en la apatía que reclaman los profetas de las revoluciones frustradas...

Haroldo Miguel Luis Castro en Exclusivo 27/07/2022
0 comentarios
Rebeldía Nacional
Cada celebración de la rebeldía se convirtió en una oportunidad para la reflexión y la enseñanza (Foto: Ismael Francisco/Cubadebate).

Otro 26 de julio ha quedado atrás. Las acostumbradas jornadas de festividad marcaron a lo largo y ancho del territorio nacional la conmemoración de una de las fechas más trascendentales de nuestra historia reciente. Los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes por un puñado de jóvenes movidos únicamente por principios elementales de justicia social, supuso, como reconociera el propio Raúl Castro, el antecedente y la experiencia necesaria para la posterior acción guerrillera en la Sierra Maestra.

Se trata, en definitiva, de un suceso que abrió un camino diferente dentro de la lucha revolucionaria, con el pueblo como protagonista manifiesto e insustituible. Porque la huelga general a la que se aspiraba una vez concluida la operación militar no solo pretendía arrebatarle el poder a Fulgencio Batista, sino también incitar a las masas a desembarazarse de los ademanes coloniales para construir desde la soberanía el futuro de la nación.

La gesta encabezada por Fidel Castro, Abel y Haydée Santamaría, Ciro Redondo, Juan Almeida, Raúl, Mario Muñoz, Ramiro Valdés y otros tantos valerosos muchachos rompió para siempre el halo de fatalidad que merodeaba entre quienes aspiraban a un país mejor.

Sobre ello, José Lezama Lima escribió: “Se decía que el cubano era un ser desabusé, que estaba desilusionado, que era un ensimismado pesimista, que había perdido el sentido profundo de sus símbolos. Como una piedra de frustración, el cubano contemplaba a Martí muerto, expuesto a la entrada de Santiago de Cuba, o a Calixto García obligado a quedarse contemplando las montañas, sin poder entrar en la ciudad.Pero el 26 de Julio rompió los hechizos infernales, trajo una alegría, pues hizo encender como un poliedro en la luz, el tiempo de la imagen, los citareros pudieron encender sus fogatas en la medianoche impenetrable.”

Y fue en ese intento por subvertir el futuro donde se cimentó el proyecto de nación. Con el tiempo, cada celebración de la rebeldía se convirtió en una oportunidad para la reflexión y la enseñanza. De la mano de Fidel se rindió cuentas, se reconocieron errores, se perfilaron estrategias y hasta se advirtieron los más insospechados peligros.

Heredero de tan formidable deber, Miguel Díaz-Canel llamó en Cienfuegos a burlar la ineficiencia económica, la burocracia, la insensibilidad y el odio. Males generados a partir de la mezcla, a veces indistinguible, de las contradicciones propias de la construcción del Socialismo y la histórica hostilidad de las administraciones estadounidenses. Una convocatoria que de manera irremediable pasa por reanimar la conciencia crítica a través de mecanismos de participación y control popular.

La generación de hoy tiene la obligación de trascender consignas y discursos vacíos para convertirse en la fuerza agitadora necesaria. Hay demasiada sangre por honrar y muchos derechos por salvaguardar como para caer en la apatía que reclaman los profetas de las revoluciones frustradas. El contexto actual se nos presenta convulso, con un escenario doméstico precario y envuelto en constante transformación. Hace falta, sobre todo, audacia.

Esa que el intelectual y amigo Iramís Rosique consideró “la virtud que permite tomar decisiones inusuales y aparentemente incomprensibles, sin retroceder ante los riesgos, sin ceder a la frialdad del cálculo conservador”. Y a la que no podemos dejar de considerar valor central de la praxis revolucionaria. Porque, como asegura, “hoy siguen haciendo falta cargas para matar bribones, sigue habiendo cuarteles por asaltar, aunque sean otros y se presenten de otra forma, también hay que marchar sobre ellos. Aunque los mismos que han acusado (y acusan) a Fidel, nos acusen de locos, aventureros o puschistas. Todo el mundo tiene su Moncada, y nosotros también.”

 


Compartir

Haroldo Miguel Luis Castro

Periodista y podcaster


Deja tu comentario

Condición de protección de datos