La XXVIII Cumbre Iberoamericana celebrada recientemente en República Dominicana dejó importantes lecturas de cara al futuro inmediato latinoamericano. El excanciller chileno Andrés Allamand, al frente de la Secretaría Iberoamericana, había llamado a las 22 naciones participantes a aprovechar el contexto regional, el cual, en su opinión, estaba marcado en buena medida por la presidencia de España en el Consejo de la Unión Europea a partir del segundo semestre de este año
Para Allamand se trataba de una ocasión única para “generar una agenda de futuro entre América Latina y Europa para trabajar juntos en la solución de problemas como el cambio climático, que es una amenaza existencial de la humanidad”. En el que jugaría un papel importante también la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, convocada para el 17 y 18 de julio en Bruselas, y donde se concretaría un paquete de inversiones europeas.
El presidente anfitrión, Luis Abinader, llamó por sobre todas las cosas a la unidad bajo el paraguas de la solidaridad, la justicia, la cooperación y el multilateralismo y preservación de la paz. Principios indispensables para abordar temas vinculados al cambio climático, la seguridad alimentaria y la digitalización.
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La intención de generar una un plan de trabajo común pasaba fundamentalmente por la aprobación de una Carta Medioambiental o Pacto Verde Iberoamericano, una Carta de Principios de Derechos Digitales, una Estrategia de Seguridad Alimentaria y una declaración de propuesta de reforma al sistema financiero internacional para facilitar el derecho al crédito.
Sin embargo, las cosas no salieron como previeron los organizadores, incluso desde el mismo comienzo de la cumbre, con las ausencias los retrasos, la expectación y las especulaciones sobre quién asistiría al encuentro.
Mientras el mandatario brasileño Inácio Lula da Silva y su homólogo mexicano Andres Manuel López Obrador, no viajaron a República Dominicana por tener una visita programada a China, el primero, y el segundo por no confiar demasiado en los foros internacionales; el colombiano Gustavo Petro estuvo ausente de la ceremonia de inauguración tras retrasar su salida de Cartagena de Indias. Una situación muy similar a la del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, que se encontraba reunido con el alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, y el primer ministro portugués, António Costa.
De todas formas, mucho más difícil de manejar fueron las diferencias entre los distintos jefes de Estado. En su acostumbrada retórica, el presidente de Chile Gabriel Boric se pronunció contra el gobierno de Daniel Ortega--que no asistió— y sostuvo conversaciones con el mandatario boliviano Luis Arce sobre su conflicto fronterizo.
En otro orden, el líder colombiano Gustavo Petro abogó por la inocencia del expresidente peruano Pedro Castillo y denunció el ejecutivo encabezado por Dina Boluarte. Al Argentino Alberto Fernández, en cambio, asumió una postura más conciliadora y llamó a enfocar el trabajo sobre los objetivos comunes. Pero de cualquier manera quedó demostrada las profundas diferencias entre los distintos gobiernos que se mueven por el espectro de la izquierda. Muy mal asunto para el futuro a corto y mediano plazo de la región.
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La delegación de Cuba, por su parte, estuvo representada por el Primer Secretario del Partido y Presidente de la República Miguel Díaz- Canel Bermúdez, quién como jefe de gobierno y máxima representación del G 77+ China abordó asuntos medulares para el desarrollo y la cooperación regional.
En las reuniones previas a la cita, nuestra representación se opuso a la propuesta de reforma del mercado financiero mundial para facilitar el acceso al crédito, iniciativa que se vendía como lo más relevante del encuentro. Ya en la cumbre, Díaz- Canel llamó a reestructurar la economía financiera internacional, pero vinculó esa urgencia a evitar que se produzca un esquema de colonialismo moderno. Asimismo, se refirió a las burbujas del capitalismo moderno, exigió la eliminación de la deuda externa y apoyó la movilización internacional en favor de Haití.
De igual manera, llamó a los líderes iberoamericanos a condenar el bloqueo, económico comercial y financiero impuesto por Estados Unidos a Cuba hace más de 60 años y condenó el mantenimiento del país en la lista de naciones patrocinadores del terrorismo.
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