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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Citas en extenso pensando en quienes “van”

Quienes parten, adonde quiera que sea, viven en carne propia dramas propios también, con especificidades que los distinguen de los dramas de quienes aquí permanecemos...

Mario Ernesto Almeida Bacallao en Exclusivo 11/07/2023
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Migración
La relación de Cuba con su diáspora, compleja hasta la médula, resulta un desafío multilatreral y buena parte del destino de la nación, patria si se quiere, se juega en ese campo (Mario Ernesto Almeida Bacallao / Cubahora)

[…]demasiado habanera para ser neoyorkina

demasiado neoyorkina para ser —aun volver a ser—

cualquier otra cosa.[…] Que la he perdido,

la he perdido doblemente, la he perdido en los ojos de la cara

y en el ojo tenaz de la memoria.

Que no quiero olvidarla y se me pierde

 (Lourdes Casal)

 

A gritos se clama por las soluciones. Nadie se salva del clamor. Todos y cada uno lo emiten y lo reciben como exigencia. El “pueblo” a sus dirigentes, los dirigentes a sus “asesores” y “expertos” y en no pocas ocasiones al “pueblo” mismo. En cientos y cientos de reuniones, de encuentros, de conversatorios… se exige desde cualquier parte o estatus no esbozar solo la crítica, no solo las explicaciones o los argumentos, sino el conjunto íntegro con la solución empaquetada y lazo de regalo.

Traemos malas viejas. En algunos asuntos, no pocos, las soluciones per se no existen, no están guardadas en un cofre en espera de que algún iluminado o impertinente con determinada capacidad y coherencia las halle y socialice. En algunos asuntos, no pocos, sin debate interminable, sin críticas más o menos afortunadas, no se camina.

La migración en general y el tipo de relaciones que se establecen entre quienes se van y quienes quedan son de esos puntos neurálgicos de la nación cubana, patria si se quiere. Dramas telúricos que nos remueven, desbaratan, destrozan y fracturan.

Sirvan estas líneas iniciales para dejar en claro que este texto no posee, en ningún sentido, ínfulas de solucionar. Antes de ello, suponemos como deuda el entender. Esos continuos y dolorosos intentos de entender, con algo de suerte, quizás nos conduzcan a algún sitio.

Sin salir del patio (divertimento)

Fuimos niños y, siéndolo, sin muchas explicaciones, un buen día nos mudaron de escuela. Nuevas gentes, nuevo todo, desde paredes y escaleras, hasta el aire. Años sin ver a quienes se dejó atrás, soñándolos, inventando desde cero la felicidad. Tiempo después, ya menos niños, la vida nos rencuentra y el sueño está a punto de cumplirse.

¡Pero qué cosa! De repente descubrimos que esos niños que fueron-fuimos ya no existen y que de poco sirve, para crear futuros similares, el evocar “¿te acuerdas?”.

 

En paralelo cambiamos de barrio y, mientras nos construimos, lidiamos con quienes laceran: “¡te fuiste!” y con quienes laceran también: “!no eres de aquí!”. Sin salir de la ciudad, de la provincia o del país, nos tratarán unos y otros, siendo niños, menos niños y hasta viejos, de traidores por allá y de invasores por aquí.

Lo que pasa es que se empeñan, demasiado rápido, demasiado fácil, en convencernos de que ya no pertenecemos a ninguna parte. Lo que pasa es que tardamos demasiado en asumir que, en realidad, somos de todas.

Voluntades y cultura

Para entender los dramas de la emigración como fenómeno se hace necesario mirar dos ámbitos que anunciábamos encima, diferentes y complementarios al mismo tiempo. Entender el “ellos-nosotros” de quienes se van y entender el “ellos-nosotros” de quienes se quedan.

Para ello, partamos del reconocimiento de que intervienen procesos culturales no menos complejos ni dramáticos. Para hablar de cultura, permítasenos citar en extenso a Nestor García Canclini, cuando en su libro Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad (2004), emitía ciertas pistas sobre lo que puede ser o es y lo que definitivamente ya sabemos que no:

“Se puede afirmar que la cultura abarca el conjunto de los procesos sociales de significación, o, de un modo más complejo, la cultura abarca el conjunto de procesos sociales de producción, circulación y consumo de la significación en la vida social.

“[…] Los procesos culturales no son resultado solo de una relación de cultivo, de acuerdo con el sentido filológico de la palabra cultura, no derivan únicamente de la relación con un territorio en el cual nos apropiamos de los bienes o del sentido de la vida en ese lugar. En esta época nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestra nación son escenarios de identificación, de producción y reproducción cultural. Desde ellos, sin embargo, nos apropiamos de otros repertorios culturales disponibles en el mundo, que nos llegan cuando compramos productos importados en el supermercado, cuando encendemos el televisor, al pasar de un país a otro como turistas o migrantes.

“[…] La cultura no es un suplemento decorativo, entretenimiento de domingos, actividad de ocio o recreo espiritual para trabajadores cansados, sino constitutivo de las interacciones cotidianas, en la medida en que en el trabajo, en el transporte y en los demás movimientos ordinarios se desenvuelven procesos de significación. En todos esos comportamientos están entrelazados la cultura y la sociedad, lo material y lo simbólico”.

Algunos de los más jóvenes quizás nos apresuramos en emitir una suerte de burla entrelazada con rabia cuando, durante el último lustro, vimos a amigos y familiares arribar a los Estados Unidos y vimos también, al poco tiempo, que se autodenominaban cubano-americanos. “¿Cómo así? —nos decíamos. Si crecieron conmigo, si vivieron lo que yo. ¿Qué americanos de qué?”. No reparábamos entonces en las implicaciones, tremendamente culturales, tremendamente contradictorias, del punto de inflexión que significa la llegada y permanencia en otro entorno.

Pero referirnos a Estados Unidos, a La Florida, siempre enrarece las cosas, las enturbia, por el sinfín de mediaciones políticas que intervienen. Convendría ejemplificar con otros casos que también se incluyen en la cubanidad de la diáspora.

Hace no mucho, conocimos a un médico cubano que de manera independiente trabaja y vive desde hace más de 15 años en Mozambique. Este hecho por sí solo también contiene su historia y mediaciones. El cubano en cuestión, amigo, anteriormente había laborado en ese país como parte de la colaboración internacionalista entre ambas naciones. En dicho proceso, tuvo un hijo con una mujer mozambicana. Finalizado el periodo de contrato tuvo que regresar a Cuba y, en poco tiempo, ante las exigencias de una pareja y un hijo pequeño en un país pobre del otro lado del mundo, tuvo también que volver sobre sus pasos, por sus medios, y buscarse la vida.

Años más tarde, más que un hijo, fueron dos. Dos hijos que no hablan la lengua de su padre y que no poseen, al menos de primera mano, las vivencias, los sentidos… de este en su país de origen.

Nuestro cubano, además, había tenido también hijos en Cuba. Algunos se hicieron profesionales y emigraron para Estados Unidos y México. En Cuba, la madre, ya anciana, cuando puede envía frijoles de la tierra, mientras aguarda otro hijo y parte del resto de la familia. Los dos hijos cubano-mozambicanos se comunican con sus hermanos mediante lenguas distintas, partiendo de vivencias y contextos más distintos aún.

Para más complejidad, nuestro amigo cubano hoy no habla exactamente portugués, pero su variante del español tampoco es exactamente la cubana, ni siquiera cuando conversa con cubanos. En su automóvil, incluso cuando él no viaja dentro, cuelga una pequeña bandera de aquí y se escucha permanentemente nuestra salsa. “Yo tuve una infancia muy feliz. Yo sueño todos los días con volver a vivir en esa finca, con bañarme de nuevo en ese río”.

Justo antes de que empezara la pandemia, justo antes de que comenzara a desatarse la compleja crisis que hoy vivimos, las maletas estaban hechas para que todos viniesen a vivir a Cuba, donde esos procesos culturales continuarían complejizándose de maneras irrepetibles, sin dudas cargados de dolor y maravillas.

Aún sin declararse cubano-mozambicano, ni pretenderlo, las situaciones contextuales han actuado de tal manera que ejemplifican perfectamente algo que escapa a cualquier voluntade y que Canclini ha llamado interculturalidad.

Volviendo a Estados Unidos, sin salir de Cuba

Más allá de los ejemplos expuestos, Cuba ha lidiado con este fenómeno desde hace mucho. En las Memorias recobradas (2000) de Ambrosio Fornet, encontramos análisis sobrecogedores por cuanto profundizan en la cuestión.

“A mediados de los años setenta surgió a la vida intelectual un grupo de jóvenes críticos literarios cubanos, residentes en los Estados Unidos, que por lo general se desempeñaban como profesores en diversas universidades del país. Nacidos en Cuba, pero formados en los medios académicos estadounidenses, esos jóvenes reivindicaron casi unánimemente su condición de cubanos aunque advirtieron, al mismo tiempo, que la fuerza de las circunstancias había ido produciendo en ellos una previsible mutación intelectual.

Inmediatamente, Ambrosio indicaba que el fenómeno era “vivido simultánea o sucesivamente, como desgarramiento o como renacimiento”.

Ese desgarramiento nos resulta demasiado familiar si pensamos en Fernando Ortiz, cuando proponía y explicaba en el capítulo segundo de su Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar (1940) el término de transculturación. Nuevamente, nos tomamos la libertad de citar en extenso algunos fragmentos ilustradores:

“Hemos escogido el vocablo transculturación para expresar los variadísimos fenómenos que se originan en Cuba por las complejísimas transmutaciones de culturas que aquí se verifican, sin conocer las cuales es imposible entender la evolución del pueblo cubano, así en lo económico como en lo institucional, jurídico, ético, religioso, artístico, lingüístico, psicológico, sexual y en los demás aspectos de su vida.

“[…] La verdadera historia de Cuba es la historia de sus intrincadísimas transculturaciones.

“[…] Curioso fenómeno social éste de Cuba, el de haber sido desde el siglo xvi igualmente invasoras, con la fuerza o a la fuerza, todas sus gentes y culturas, todas exógenas y todas desgarradas, con el trauma del desarraigo original y de su ruda transplantación, a una cultura nueva en creación.

“[…] No hubo factores humanos más trascendentes para la cubanidad que esas continuas, radicales y contrastantes transmigraciones geográficas, económicas y sociales de los pobladores, que esa perenne transitoriedad de los propósitos y que esa vida siempre en desarraigo de la tierra habitada, siempre en desajuste con la sociedad sustentadora. Hombres, economías, culturas y anhelos todo aquí se sintió foráneo, provisional, cambiadizo, “aves de paso” sobre el país, a su costa, a su contra y a su malgrado”.

Es evidente que estos procesos no resultan exclusivos de Cuba como espacio nacional ni geográfico ni temporal. Las palabras de Ortiz a lo largo del capítulo todo, dan pistas sobre lo doloroso de estos procesos de llegada-salida, de ajuste-desajuste, de aculturación-neoculturación y, a fin de cuentas, transculturación.

Quienes parten, adonde quiera que sea, viven en carne propia dramas propios también, con especificidades que los distinguen de los dramas de quienes aquí permanecemos. Se debaten entre varias posiciones: la de negar todo pasado para disfrazarse, perderse, en medio de la gente del nuevo lugar; la de asumir el exilio, donde todo presente se asume temporal y el regreso y sus móviles se antojan obsesión, sueño; y la de la asunción étnica, la de entender que se es ya algo nuevo, algo distinto.

La cubano-americana Eliana Rivero aseveraba sobre la poetisa Lourdes Casal: “Su identidad es doble, ya que La Habana sigue siendo su ciudad materna, pero cuando visita esa capital recuerda a Nueva York como ‘su casa’, la patria chica a la que es ‘ferozmente leal’”. En similar análisis, Gustavo Pérez Firmat intentaba entender su condición cubano-americana del siguiente modo: “Solo haciéndose doble, uno podrá llegar a verse entero; solo siendo dos, podrá llegar a ser uno”.

Ambos fragmentos fueron recogidos por Fornet en Memorias recobradas. Particularmente interesante resulta el siguiente de Rivero, en su ensayo “Cubanos y cubanoamericanos: perfil y presencia en los Estados Unidos”.

“Aun los mismos jóvenes que emigraron de niños siempre guardan conciencia de ser la primera generación trasplantada, y son —por otra parte— los que mejor explicitan la busca de una conciencia particularmente propia, sin las trabas ideológicas de sus mayores, ni la ausencia de nexos insulares que forzosamente distingue a los hijos de cubanoamericanos nacidos ya en territorio estadounidense […]. Al final del camino nuestra patria común carece de límites geográficos: no está en los orígenes, sino en las postrimerías, no en el pasado, sino en el futuro, no en la tierra, sino en el polvo”.

La relación de Cuba con su diáspora, compleja hasta la médula, resulta un desafío multilatreral y buena parte del destino de la nación, patria si se quiere, se juega en ese campo. Ambrosio, con la antológica puntería de su carabina, lo llegó a decir mucho mejor:

“En épocas de crisis lo primero que hace crisis es la capacidad de oír. Pero las discrepancias de fondo o de enfoque no deben impedirnos continuar esa exploración siempre renovada de la conciencia nacional y de los mitos insulares con la íntima convicción de que se trata de una empresa inexorablemente colectiva, a la que todos nuestros intelectuales y artistas pueden contribuir por igual, tanto dentro como fuera de Cuba”.

A quien nos pida soluciones concretas, solo podremos ofrecerle, por ahora, señales y caminos. Si insisten demasiado, lo cual es entendible, porque hay pasado, sufrimiento y futuros de por medio, que no es poco, regalaremos la letra de una canción de Santiago con Iván, con la gentil súplica de que la escuche mientras lee.

 

“Ansias del Alba”

Viaja en el tiempo
todo el silencio
que los hombres dejaron
detrás de sí.
Monta en su cuento
todo el invento
que su corazón deja
escapar.

Pasarás y las piedras serán
tu perdón, caminante
que vas volviendo a nacer.
Si te acercas, verás
que podemos sentirlo los dos
y por fin de nuevo... a volar.

Tintos en sangre,
mares y el viento
del humano que pide vivir aquí.
Toda tu vida
corre el peligro
de vivir lo que quieres creer.

Savia del alma,
aventura en la sangre
que no ha de morir.
Y si no, ¿cómo hay que seguir?
Pronto será cuando estemos
sintiendo otra vez por amor;
y si no, ¿qué puedes tener?

Dame un pedazo,
llévame en brazos,
que otra vez necesito
sentirme en paz.
Patria sagrada,
ansias del alba,
no te olvides que andamos
muy mal sin ti.

Danza en el hombre
un infierno capaz
de matarse y matar,
desde la ternura hasta el sol.
Fieles amantes,
cerrojos y pactos,
y madres que están
reclamando milagros del bien.

Vueltas eternas,
calles desiertas,
la memoria girando
en la luz.
Y viaja en el tiempo
todo el silencio
que los hombres dejaron
detrás de sí.

 


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana


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