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lunes, 7 de octubre de 2024

Del corazón de La Lata (+ Fotos)

Él siempre me dijo que yo pertenecía a este lugar y aquí quise quedarme...

Aileen Infante Vigil-Escalera en Exclusivo 11/03/2018
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Aniversario 60-fundación del Tercer  Frente Guerrillero
En una de las paredes del antiguo bohío de Zurita una instantánea recuerda al visitante una de las visitas realizadas por Almeida a su madre haitiana años después del triunfo de la Revolución. (Abel Rojas Barallobre / Cubahora)

Húmedos y negrísimos los ojos de Rosario De la O Biset “Titina” recuerdan a sus hermanos, a esos con los que creció en medio de las penurias que aquejaban a los habitantes del batey de haitianos de la loma de La Lata, en la serranía santiaguera, y brindaron su estrecha cama a la madre cuando en una oscura noche de marzo cedió la suya a un joven que decía llevar seis días sin descansar.

Corrían tiempos difíciles para los habitantes de las montañas, tiempos de incertidumbre, de compartir lo poco entre todos; tiempos de salir corriendo a colgar ropa en los cordeles al mínimo atisbo de avión para que la tiranía no descargara contra ellos su furia, para que no confundieran sus derruidos bohíos con campamentos rebeldes.

Porque los cubanos que luchaban porque gente pobre como ellos tuvieran derecho a la tierra que les rodeaba, a una educación para sus hijos y a una atención médica gratuita habían llegado hasta aquel lomerío desde agosto para operar en aquella importante zona, y la tiranía lo sabía. La tiranía y Apolinaria Biset Biset “Zurita”, la madre de Titina.

No en vano fue hacia su bohío que condujeron al último recién llegado en busca de cobija. Aquella mujer de carácter noble y su familia eran el apoyo de los combatientes del lugar y eso lo demuestra el hecho de que, sin conocer siquiera el nombre del joven vestido de verde olivo que se presentaba a esas altas horas en su casa, sucio y con hambre, lo acogiera como un hijo.

Vívido en la memoria de Titina está aún el momento en que su madre conoció la identidad del rebelde, un buen rato después de su llegada y justo en el umbral de la habitación en la que no volvió a descansar más hasta después del Triunfo de la Revolución.

Con el brazo por encima del hombro femenino —rememora—el delgado muchacho le dijo entonces a Zurita: “Vieja, cuando uno le da posada a una persona en su casa es muy bueno saber quién es esa persona. Yo soy el nombrado Juan Almeida Bosque”. A lo que la mujer, sin salir del asombro, le contestó: “Ay mijo, ¡el deseo que yo tenía de conocerte!”. Sellando con esa expresión su entrega total a él, a la Revolución y a la Patria que la había acogido en aquel intrincado paraje de la geografía cubana.

Desde entonces Zurita se volvió una madre para Almeida, sus hijos los hermanos de vida del eterno rebelde que trajo la luz a aquel lomerío santiaguero, y su humilde bohío la sede de las reuniones y contactos del Comandante con los jefes y colaboradores de la zona que el 6 de marzo de 1958 vio nacer el Tercer Frente Guerrillero Doctor Mario Muñoz Monroy.

Bien recuerda esos días fundacionales Titina, por entonces una joven de 26 años que, como la mayor de los seis hijos de Zurita, la ayudaba en los quehaceres del hogar. Entre las encomiendas realizadas con gusto  atesora en su memoria la mañana en la que, con una pena enorme dibujada en su rostro y sabiendo que ella sería la encargada de lavar el uniforme que traía puesto, Almeida le confesó que llevaba seis meses sin quitárselo, apenas cambiándose diariamente la ropa interior.

“Cuando se bañó y por fin me dio la prenda —narra a quienes llegan a su casita en el lomerío—, yo salí de la casa, lo enjaboné y lo tiré al sol por un buen rato. Tuve tres días para lavar bien ese uniforme, pero lo dejé pulido para que se lo volviera a poner”, asegura con la misma expresión de orgullo de aquellos años.

Y es que así de sencilla ha sido siempre esta humilde mujer que prefirió quedarse viviendo justo al lado de su otrora casa hoy convertida en museo cuando la Revolución y Almeida le entregaron una con mejores condiciones a su familia. “El siempre me dijo que yo pertenecía a este lugar y aquí quise quedarme”, asevera.

Solo ahora que los años comienzan a sentirse en sus cansadas piernas piensa en trasladarse más cerca de la ciudad, de los doctores que velan por su salud, de la familia que le queda. Sin embargo,  tal como su madre que descansa muy cerca de aquel desconocido al que le abrió las puertas de su casa y su corazón en 1958, ella sabe que volverá al corazón de La Lata, “a donde pertenece”, como tantas veces le dijo Almeida durante sus visitas.


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Aileen Infante Vigil-Escalera


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