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miércoles, 2 de octubre de 2024

Edenys: la joven doctora de Casacoima

Todo es posible cuando se defiende la vida, incluso en la soledad de los bosques y en el silencio de las lejanías más inimaginables...

Bertha Caridad Mojena Milián en Exclusivo 22/08/2015
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“¿Y tú de dónde eres?” Fue el saludo inevitable ante la presencia de aquella joven pequeña de cuerpo, pero sin dimensión posible para calificar la labor que realizaba cuando la conocí. Su nombre: Edenys Reyes Galán, tenía 27 años y la encontré a las puertas del Consultorio Médico Popular (CMP) “Los Manacales”, en Casacoima, uno de los municipios del Estado Delta Amacuro, el más oriental de Venezuela.

Alegre y activa, me respondió enseguida aquella joven doctora en Medicina General Integral: “Soy de Bayamo, la tierra del Padre de la Patria cubana”. Y de solo pensar en la diferencia entre la activa urbe oriental cubana y aquel aislado lugar, rodeado de montañas, espesos bosques, admiré su sacrificio y la entrega a lo que hacía cada día.

Conocí entonces que llevaba ya 22 meses en tierras bolivarianas y un año en aquel CMP en una comunidad de extrema pobreza, donde vivía acompañada por un joven de la Misión Barrio Adentro Deportivo; ellos dos tienen la noble misión de atender a los pobladores de aquellos parajes apartados en los que la “casita de salud” —como le nombran algunos por allí— parece una luz en la oscuridad.

Minutos después me invitó a un café y nos trasladamos a la pequeña cocina de su morada, que se componía de dos cuartos, el local que sirve para atender a sus pacientes y la enfermería, convertida también en una especie de farmacia de medicamentos. En el patio trasero, un hermoso frutal y muchas flores, a la vista muy bien cuidadas, como si se tratara de un jardín doméstico y tropical, al estilo cubano.

Me cuenta Edenys que una de las tareas más complejas fue llegar a aquel lugar y completar el diagnóstico de salud caminando durante días enteros, visitando casa por casa, por caminos inhóspitos y desconocidos, donde no tenía la menor idea que existieran viviendas.

“Diariamente atendemos entre 10 y 15 pacientes que vienen de lugares distantes, pero es la única opción que tienen para recibir algún servicio, anteriormente no tenían ninguno y las principales afecciones siguen siendo parasitismo por las condiciones del agua que ingieren y los malos hábitos higiénicos”, me confirma. “Ahora ya saben al menos las medidas para hacer el agua más potable y cuidarse un poquito más”.

Los problemas respiratorios también son recurrentes, las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes y la hipertensión, así como el embarazo en la adolescencia, me cuenta la doctora bayamesa e insiste en que el mayor tiempo posible lo tiene que dedicar a las charlas educativas, lo mismo en las casas como en algunos encuentros organizados con el apoyo del Consejo Comunal, que en estos lugares es más complejo por las distancias y la distribución de las viviendas.

“Yo veo que han causado un gran impacto las charlas, sobre todo en jóvenes y adolescentes. Al principio tuve que buscar iniciativas y aprender mucho de sus costumbres y formas de ser, de hablar, de convivir, algunos hasta me miraban un poco mal, como un ser extraño que vino de la nada a decirles cómo hacer las cosas y tuve que ser muy cuidadosa, ganármelos, hacerles sentir que soy parte de su familia y que solo quiero ayudarlos”, recalca.

Para la joven colaboradora, una de las tareas más sensibles que cumple es la rehabilitación y atención a personas encamadas o que no pueden trasladarse para recibir atención. Acompañada siempre del profe de la Misión Deportiva, recorre kilómetros varias veces a la semana para ir a donde más se necesita para ayudar a personas accidentadas o con alguna discapacidad a recobrar sus movimientos y hasta reincorporarse socialmente.

Y aclara: “Es quizás de las acciones más difíciles y humanas que realizamos. A veces en la tarde, después de estas largas jornadas es mucho el cansancio, pero nos sentimos bien y la manera en que lo agradecen, la sonrisa de uno de ellos es suficiente para dormir tranquilos y despertar al otro día con más ganas; no hay derecho para el cansancio siempre que alguien nos necesite, sobre todo nosotros, que estamos tan jóvenes”.

En el consultorio-casa de Edenys hay un sitial histórico con el rostro de héroes y mártires cubanos y latinoamericanos. Las imágenes del Che, Fidel y Chávez resaltan entre ellos, al igual que un hermoso afiche de su ciudad: Bayamo. En su cocina está hoy preparando un rico congrí, un plato típico del cual no puede desprenderse, aunque extraña el que le hacía su mamá, para ella “el mejor del mundo”.

Ella es hija única, la “niña” de casa a pesar de su edad; así la miran también algunos pacientes, por su pequeña estatura y a sus padres le cuenta mucho de lo que hace y vive por estas tierras, sobre todo lo bien que la tratan las personas más humildes con las que comparte y a las que ayuda a mejorar su calidad de vida. “Bueno —les cuento casi todo— me dice mientras sonríe tímidamente, es mejor así, para no preocuparles”.

En ocasiones está varias semanas sin hablar con ellos, debido a dificultades con la cobertura telefónica en el lugar donde vive y para salir a hacer alguna compra tiene que recorrer largas distancias hasta llegar a los Estados más cercanos, pues se encuentra a 320 kilómetros por carretera de Tucupita, capital de Delta Amacuro.

Recuerda con mucho cariño el policlínico bayamés donde trabajaba antes de ir a Venezuela. “Pero es una gran experiencia compartir con otras personas de otra cultura y aprender, esforzarme tanto cada día. Aquí hay una tranquilidad extrema porque hay poca población cercana al módulo y es una fuerte contraposición respecto a Bayamo, mi ciudad, que es tan activa, a la cual le dedico tantos pensamientos, sobre todo en las noches, cuando ya voy a descansar. Pero, es muy gratificante ayudar a estas personas, darles un aliento de optimismo”, reafirma.

Edenys me brindó agua de coco, bien refrescante por las altas temperaturas de aquella zona y mientras la tomé le pregunté alguna anécdota que le haya marcado profundamente durante su misión: “Una señora me llegó a las 11 de la noche con dolores de parto, con el niño con la cabecita afuera y casi no dio tiempo a nada, dio a luz a una bebé preciosa casi parada en la puerta de mi consulta y todo lo hicimos nosotros solos, hasta el profe de deportes me asistió. ¡Qué bebé tan linda!, imagínate, le pusieron mi nombre y ya casi corre”, cuenta emocionada.

Instantes después llaman a su puerta. Un joven pide asistencia médica. Edenys lo lleva a su consulta y después de un breve interrogatorio comienza a medir su presión arterial. Pido permiso y me despido, me abraza como a alguien cercano y me agradece la breve visita: “Siempre es bueno tener gente cercana, de la tierra, conversar, sentirse acompañados aunque sea un rato, donde quiera que estemos. Te invito a Bayamo, allá tendrás tu casa a mi regreso y a mis padres les encantará. Les hablaré de ti”.

Durante algunos meses he pensado mucho en Edenys, en lo que hace, en aquel lugar apartado y vibrante de sol por el día, pero bien oscuro en las noches —según ella misma me dijo— y en los momentos de mayor nostalgia, la recordaba con fuerzas. “Ustedes son los verdaderos héroes”, dijeron los Cinco antiterroristas cubanos a nuestros colaboradores durante su reciente visita a Venezuela. Y es así, jóvenes como ella son los protagonistas de las historias de hazañas cotidianas de nuestro pueblo por el mundo. Me reafirmé entonces que todo es posible cuando se defiende la vida, aunque muchas veces te abrace la soledad de los bosques y el silencio de las lejanías más inimaginables.


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Bertha Caridad Mojena Milián

Joven periodista. Pinareña hasta la médula. Amante de la paz y de la risa.


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