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jueves, 5 de diciembre de 2024

La mesa

Dentro de la casa, la mesa espera a los ausentes, para que no se aleje mucho de nosotros mismos, la humanidad...

Julio Cesar Sánchez Guerra en Exclusivo 24/10/2024
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La mesa
Se agradecen las flores en el centro de la mesa. Los girasoles guardan la luz del sol. (Generada con Stable diffusion) (Jessica Sosa Sosa / Cubahora)

Son muchas las mesas; no solo las redondas, las rectangulares o más cuadradas, sino las mesas llenas de culturas y viejas memorias. Están asociadas a uno de los actos primarios del hombre: el acto de comer.

No vamos a hablar de lo difícil que está poner el pan sobre la mesa,  ni del precio espantado de la carne, sino de la comunión que nos reúne en ese sitio de la casa tan sencillo y necesario, casi siempre de madera,  que es decir, del pasado de algún árbol donde anidaron gorriones y sinsontes.

Al principio, con un poco de barbarie, era la olla sobre la mesa, y todas las manos a la vez luchando una porción del alimento, era la olla del molote y el intercambio de fluidos y sudores.

Luego, en los días de la corte, llegaron los modales porque había que comer bien delante del rey; ya no eran todos sobre la olla, sino la mesura y el control de una moral para los excesos. De aquellos tiempos viene la frase: “Donde se come no se…”  Usted sabe.

Llega el instante en que, sobre el animal que es el hombre, cae la cultura de, “no se habla con la boca llena”; “que no se hace ruido con la sopa”; “que no se come con la mano, coge la cuchara y el tenedor”, “que el pan no se moja con los frijoles” “que el dulce solo al final porque es el postre”. Entonces, como ha estudiado el sociólogo Norbert Elías, entramos en la civilización.

Es cierto lo que decía Martí: “El hombre es una fiera educada”. Pero si estamos ante una “mesa sueca” y el vino, los discursos deben ser breves, pues la gente no atiende, mira con los animados jugos gástricos, y a la hora de arrancada, se nota algo de los viejos comensales con tantas manos dentro de la olla.

Y cómo olvidar la mesa sin mantel donde madre ponía el desayuno de todas las mañanas. La de todos juntos a la mesa. La de golpecitos con nudillos sobre la madera, y dar gracias a Dios.

No falta la mesa donde hay una silla vacía, porque los ausentes se han ido muy lejos. Una anciana, con sus huesudas manos parte el pan y ata las dos orillas. Y se aprieta la mesa por algún recién llegado; siempre hay espacio para esa hospitalidad que no se rinde.

Hay una mesa que se esconde en un poema: En la mesa no hay Cristo / ni cuerpo de Cristo / ni pan / ni el vino / ni la cruz después del almuerzo / ni Judas con su pregunta: / ¿Soy yo maestro? / En la mesa solo hay una mujer /  desnuda / lista para la mordida / de la última cena.

Ahora las mesas de otros tiempos se flagelan y se vuelven movedizas. ¿Ya no comemos todos juntos a la vez? ¿Con modales o sin ellos? Uno come en el cuarto, otro frente al televisor; otros en la mesa, pero con una pantallita donde circulan imágenes, mientras se mastica sin degustar la comida o la palabra. Nadie se acuerda de la sabiduría china: “Cuando se come, se come; cuando se duerme, se duerme”

En antiguas culturas, las flores sobre la mesa, eran para guardar silencio mientras se comía. Los cubanos preferimos hablar en la mesa, a veces de trabajo; y en el trabajo, de fiestas o comidas. Pero se agradecen las flores en el centro de la mesa. Los girasoles guardan la luz del sol.

¿¡Cuál es el viejo misterio del círculo humano alrededor del fuego sino el acto maravilloso de compartir la vida!? Hay una vieja mesa en una esquina del barrio, se juega al dominó, y alguien grita: ¡Capicúa! 

Dentro de la casa, la mesa espera a los ausentes, para que no se aleje mucho de nosotros mismos, la humanidad.


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Julio Cesar Sánchez Guerra

Pinero de corazón. Pilonero de nacimiento. Cubano 100 por ciento. También vengo de todas partes y hacia todas partes voy. Practicante ferviente de la fe martiana. Apasionado por la historia, la filosofía y la poesía.


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