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domingo, 6 de octubre de 2024

No chocar de nuevo con el mismo… huracán

Así ha sido sobre todo en el Oriente de Cuba, una región donde la percepción del riesgo es menor que en el resto del país y las vulnerabilidades mayores...

José Armando Fernández Salazar en Exclusivo 05/10/2016
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No se puede evitar la formación de huracanes en el Atlántico, ni manejar luego su traslación y desarrollo… aún. Tampoco se pueden mitigar por completo sus impactos en la vida, la naturaleza y la economía, sobre todo cuando se trata de vientos de más de 200 kilómetros por hora, lluvias intensas y olas marinas de casi 10 metros de altura. Lo que sí se puede hacer ante estos casos es aprender.

Así ha sido sobre todo en el Oriente de Cuba, una región donde la percepción del riesgo es menor que en el resto del país y las vulnerabilidades mayores, debido a la baja incidencia de eventos meteorológicos de gran intensidad.

El impacto del ciclón Flora en octubre de 1963 provocó pérdidas humanas y materiales de gran magnitud pero marcó el nacimiento de la Defensa Civil de la República de Cuba, cuya labor ha contribuido a mitigar los efectos de los desastres naturales y elevar la cultura de prevención de los ciudadanos.

George, Dennis, Joaquín, Noel, y más recientemente Ike, Paloma y Sandy, han tenido una influencia que va más allá de los destrozos materiales o las pérdidas humanas. La cultura de los habitantes de esta zona es distinta.

Los campesinos, acostumbrados a lidiar con la sequía, muy común por estos lares, han tenido que introducir también técnicas como el policultivo, que permite la recuperación a corto y mediano plazos de las cosechas luego de los fuertes vientos e inundaciones.

Ahora cuando alguien construye una vivienda tiene en cuenta las dimensiones recomendadas para evitar las vulnerabilidades en los techos, utiliza materiales más resistentes y adecuados, se aleja de las zonas bajas y se preocupa por la dirección de los vientos o el cauce de las corrientes de desagüe.

La fuerza de la naturaleza ha provocado incluso que poblados completos se trasladen tierra adentro, para evitar los daños por la penetración del mar y ha cambiado el topónimo de lugares que de pronto han visto desaparecer los árboles de marañón, ceiba o anoncillo que los nombraban.

Muchas carreteras describen ahora un trazado distinto, alejándose de zonas peligrosas, el paisaje urbano cambia con la construcción de nuevas comunidades para los damnificados, e incluso son más evidentes fenómenos como la migración del campo a la ciudad, con la reubicación en urbes y asentamientos de damnificados de huracanes.

Esa cultura es más evidente ante la inminencia de un nuevo huracán. Como ha ocurrido con Matthew, las personas se han mantenido informadas y con disciplina acatado las orientaciones de la Defensa Civil. Desde el pasado viernes se aplican acciones de saneamiento comunal, se ponen a buen resguardo recursos materiales y se adoptan medidas para continuar con la vitalidad de los servicios básicos antes, durante y después del desastre.

De un huracán a otro se incrementa la cifra de quienes deben ser trasladados a centros de evacuación, como una muestra de la percepción del riesgo y de que prevalece la idea de que lo más importante a salvar son las vidas humanas.

En esta etapa, y cada vez con mayor frecuencia y oportunidad, se aplican estrategias para que una vez pasado el siniestro se inicie la recuperación y las afectaciones registradas sean solucionadas con prontitud.

Es inolvidable la experiencia vivencial de un huracán. Sentir toda la fuerza de la naturaleza condensada en dos o tres horas no deja de ser traumática, lo que se acrecienta con el posterior impacto en los servicios, la economía y la alimentación. Sin embargo, atestiguar fenómenos de este tipo es el punto de partida para aprender a convivir con ellos, disminuir las vulnerabilidades y fortalecer la capacidad de respuesta colectiva a los desafíos de la recuperación.

 


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José Armando Fernández Salazar

Para mí no hay nada mejor que estar con los que quiero, riendo y escuchando a los Beatles


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