//

sábado, 2 de noviembre de 2024

Ni violencias, ni fincas: cultura para emancipar (II)

Hay músicas que rompe las líneas del respeto, con letras que humillan y promueven la violencia…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 20/06/2024
0 comentarios
cultura para emancipar
No pocos relacionaron el reparto con las manifestaciones de violencia que se dieron en las afueras de la Finca de Los Monos. (José Ángel Téllez Villalón / Cubahora)

No pocos foristas, relacionaron las manifestaciones de violencia que se dieron en las afueras de la Finca de Los Monos con la música que cotidianamente consumen los convocados, los que entraron y los que quedaron afuera, incluidos los que  agredieron con armas blancas a las 8 personas reportadas. Sobre todo, cuando conocieron que el “malogrado” evento, pensado “para adolescentes y con adolescentes”, tenía como plato fuerte  un concierto de reparteros.

Para muchos, hay un tipo de música que rompe las líneas del respeto, con letras que humillan y promueven la violencia, o que,  al menos, difunden valores  y maneras de pensar que pueden llegar a normalizar actos violentos como los que se dieron el Cerro.  Se asume una correlación causal entre textualidad, práctica musical y efecto social. Como estas  músicas celebran e incitan a la violencia, minan el sistema de normas y valores, los fundamentos que dan sentido a la vida de los individuos, los pilares del orden existencial y del sistema socia; deben ser prohibidas.

¿No será que este discurso de prohibición, tiene  debajo, la negación de realidades muy incómodas o indeseadas? ¿No será un elitismo tapiñado o la salida más cómoda, la de exculparse y responsabilizar a los otros de esos males, a los padres que no han sabido educar bien a sus hijos y a la música extranjerizante? ¿Acaso lo más justo e inteligente sería “botar el sofá”, colocando “afuera” de nuestra sociedad y de nuestro Socialismo a estos consumidores de reparto? ¿No son, como diría Cintio Vitier, nuestros marginados y nuestros reparteros?

En nuestro caso, ¿la prohibición o el silenciamiento del reparto resolverán las causas de la marginalidad, las historias de sus consumidores, tan alejados de nuestra cultura de vanguardia y tan cerca de culturas chatarras, trasformará los reordenamientos axiológicos y estético que se dieron en ellos y se expresan en el género?

Otros problematizan más el asunto, cuestionan la relación causal entre música y violencia, desligado  esta relación  de una relación causal entre estética y sociedad; ubicando su relación en tramas narrotológicas, estéticas y de prácticas que ubican la música al centro de las complejas vivencias de sujetos concretos.  La música sirve de respuesta a la violencia, como experiencia que media y elabora en la cotidianidad la vivencia de la violencia,  en situaciones de “adversidad y sufrimiento social” Estos

Postura según la cual el reparto da voz a nuestros marginados e informa  de las ontologías, estéticas, ideologías y prácticas musicales que se  movilizan  en nuestros   desfavorecidos  barrios. Tratándose de una expresión de su cultura, de una subcultura popular.

Ante lo que vale preguntarse- ¿es el repasto música popular o música de masas?

Una pregunta  de vital importancia y que amerita mayores profundizaciones, desde las ciencias sociales y la  interdisciplinaridad.

 

Lo que parece más claro, es la relación de la música con la violencia cultural o simbólica, aquella que da sustento a la  legitimación del uso de la violencia directa o estructural.  Es decir a la que normaliza o hace tolerable tanto la violencia directa, el acto de arrebatar una cadena o apuñalar,  como la violencia estructural, relacionada con condiciones económicas o sociales que impiden la satisfacción de necesidades básicas. Son los tres vórtices del “Triángulo de la violencia” definido por el sociólogo Johan Galtung.

Violencia cultural manifestada en prejuicios como el racismo y el sexismo, en actitudes como la guapería y el hablar chabacano, en el irrespeto a toda autoridad. Cuando se asienta en las comunidades, las personas no la perciben como grave, ni que están siendo replicadores de la misma. La respuesta violenta, desestimar el diálogo y tomar un machete para resolver cualquier disputa o conflicto, se asume como algo normal, incluso como la única manera, la viable y aceptada por todos.

Aunque puede ser asumida  por cualquiera, suele manifestarse con mayor intensidad en grupos vulnerables, en  aquellos que no tiene el conocimiento suficiente, ni las herramientas emocionales necesarias, para discernir entre lo que está bien o lo que está mal.  En las infancias y adolescencias en plena búsqueda y construcción de su identidad, en las familias disfuncionales y en las barriadas más desfavorecidas,  marginadas del centro económico y cultural.

Esta cultura de violencia puede descender a la vida ordinaria, socializarse, mediante prácticas cotidianas de musicar o consumir ciertas músicas como los narcocorridos en México y Colombia, el prohibidão en Brasil o la cumbia villera en Argentina, que incitan la violencia  y en las que se muestra admiración por personas o grupos que irrumpen y dañan el orden público a través de prácticas ilegales. Subculturas que se masifican interesadamente, y lejos de cohesionar terminan fragmentando.

A través de los sonidos y las letras,  como también de los videoclips. El Dr. Jon E. Illescas en su libro La dictadura del videoclip, señala que  en el 31.8% de los videos  analizados (los 500 más vistos en YouTube hasta febrero del 2015) “aparecen escenas de violencia explícita o implícita contra personas en la letra o en las imágenes”. “Desde una parte significativa de videos se promueve una cultura alienadora y deshumanizadora donde la agresividad, la violencia e incluso la tortura es retratada como cool”.

Una tendencia que a todas luces se ha venido incrementando. Que se explica por el interés clasistas de banalizar la violencia, entre “sonrisas y escalas armónicas mayores”; para naturalizar así la injustica y la arbitrariedad imperante, la violencia estructural que caracteriza al capitalista “sistema mundo”. Junto al de producir y reproducir individuos, orientados por la lógica de la implacable competencia, la “ley de la selva” y el “sálvese quien pueda”.

Esa es la cultura que se masifica a través de esa música enlatada, que copian los músicos que desean ser ricos en las zonas marginadas del sistema, trasvasando su racionalidad y axiología, su ideología prosistema. Una ideología funcional al capitalismo, pero disfuncional en la sociedad  que en Cuba queremos construir. 

 



Compartir

José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


Deja tu comentario

Condición de protección de datos