En la literatura se habla constantemente sobre la importancia de la nutrición que aportan los alimentos y como ésta nos puede o no beneficiar. Sobre este aspecto, los expertos en trofología señalan que un error muy frecuente es que la mayoría de las personas se enfocan en qué comer, cuando lo mejor es hacerlo en “cómo” comemos.
Los seres humanos necesitamos un conjunto de alimentos para poder vivir, en este sentido los hidratos de carbono (contenido en féculas y azucares), las proteínas (aminoácidos), los lípidos (grasas), las vitaminas y minerales aportan al organismo los nutrientes fundamentales. La digestión de cada uno de ellos requiere de enzimas alimenticias, es decir, compuestos de grupos de proteínas que facilitan el aprovechamiento de los nutrientes alimenticios. La combinación correcta de la comida tiene una importancia decisiva para una buena metabolización.
Lo cierto es que si no digerimos completamente los alimentos, nuestro cuerpo no puede extraer ni asimilar los nutrientes vitales que necesita; pero además, puede provocar la acumulación de grasas y el aumento de colesterol.
La mala combinación de alimentos puede provocar alergias y la acumulación de toxinas que el cuerpo es incapaz de absorber. Estas últimas provocan urticarias, erupciones, dolores de cabeza, náuseas, insomnio, alteraciones en el humor y estrés.
Por tanto, uno de los primeros pasos a tener en cuenta en la cultura nutricional es separar la comida de las bebidas. Cualquier bebida que se ingiera en grandes cantidades junto a los alimentos diluye los jugos gástricos dificultando la digestión, más aún si se trata de jugos y refrescos a temperaturas muy bajas, que contraen los músculos del conducto digestivo; exceptuando el vino y la cerveza que son bebidas fermentadas.
De igual forma, mezclar proteínas y féculas, como la hamburguesa con papas fritas, la carne con puré, o los huevos con pan, hace que las enzimas destinadas a procesarlas se anulen mutuamente, produciendo desechos tóxicos y gases fétidos debido a la putrefacción acelerada de la proteína en el estómago.
Tampoco se recomienda unir las proteínas entre sí, como la carne, pescado, huevos o queso, pues todas presentan distintas exigencias digestivas. Sin embargo, sí pudieran combinarse carnes similares, como el buey y el cordero, o dos clases de pescado como el salmón y las gambas.
Tampoco las féculas combinan bien con los ácidos, como naranjas, limones y hasta el vinagre, ya que inhiben los jugos alcalinos imprescindibles para una correcta digestión de papas y panes; y mucho menos deben combinarse con las proteínas, que se vuelven muy pesadas de asimilar.
Las grasas o azúcares tampoco se deben combinar con las proteínas y, en este sentido, se ha demostrado que lo mejor para ellas es unirlas con abundantes vegetales, preferiblemente crudos, ya que ayudan en el proceso digestivo.
Estudios realizados por expertos en nutrición tropofológica afirman que es necesario evitar los postres dulces después de ingerir una gran comida, e incluso las frutas frescas, porque se acumulan en el estómago y fermentan.
En este aspecto, se debe unir los alimentos por grupos y comerlos por separado entre sí, facilitando de esta forma la digestión y la no acumulación de toxinas y grasas en el organismo.
De cualquier forma, nada puede llevarse tampoco a los extremos ni se pueden variar los hábitos alimentarios inculcados durante generaciones en diversas culturas de un día para otro.
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