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jueves, 28 de noviembre de 2024

¿Por qué se puede perder el olfato y gusto con la COVID-19? (+ Video)

La enfermedad de COVID-19 persistente habitualmente se caracteriza por la fatiga, las lagunas mentales, los problemas de memoria, así como por la pérdida del olfato...

Alberto Jesús Quirantes Hernández
en Exclusivo 03/05/2021
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Pérdida de olfato
La pérdida del olfato y el gusto puede perdurar hasta cinco meses después de la infección (Tomanda de La Vanguardia)

Con motivo de la reunión en línea de la Academia Americana de Neurología (American Academy of Neurology) de los Estado Unidos, se presentaron los resultados de un estudio sobre la pérdida del sentido del gusto y del olfato en personas afectadas por la COVID-19.

Aunque casi cualquiera conoce que una pérdida del olfato y del gusto es una de las peculiaridades de la infección con la COVID-19, tal vez no sepan que la pérdida de estos sentidos puede perdurar hasta cinco meses después de la primera infección viral.

EN LA COVID-19 ES PEOR LA AFECCIÓN

Si bien la pérdida del olfato es bastante común en muchas enfermedades infecciosas, con la COVID-19 el efecto ha sido mucho más significativo.

Con otros virus el olfato y el gusto en general regresan a su normalidad después de que los senos nasales se despejan. Pero en la COVID-19 se supone que el virus podría penetrar una pequeña área del cerebro llamada bulbo olfatorio, importante para el reconocimiento del olor. Y por eso hay probabilidades de que el virus elimine a algunas de las células a ese nivel y provoque un efecto más demorado en la recuperación del olfato.

SE PERTURBA LA VIDA DIARIA

Perder el sentido del olfato puede perturbar la vida diaria. Pero, incluso, cuando se recupera puede ser diferente que antes del virus. Aunque se plantea que en determinadas personas la pérdida del olfato pudiera ser permanente, esto todavía no está claro.

Se sigue estimando que en un 80 por ciento de las personas afectadas no habrá un perjuicio significativo en el olfato, pues la mayoría se recuperan; pero en un pequeño porcentaje pudiera ser permanente, y podría ser parte de una discapacidad a largo plazo observada en la COVID-19.

UNA INVESTIGACIÓN REVELADORA

Los resultados de una investigación revelaron que, entre los individuos estudiados, en total 580 personas perdieron su sentido del olfato y 297 de ellas, un 51 %, no lo habían recuperado pasados cinco meses de la enfermedad. Una prueba hecha en la casa encontró que un 17 por ciento tuvieron una pérdida del olfato persistente.

Además, 527 participantes perdieron su sentido del gusto durante la enfermedad inicial y aun no se conocen sus causas con exactitud. De ellos, un 38 % dijeron que no lo habían recuperado cinco meses después, y un 9 por ciento tenían una pérdida del gusto persistente por la prueba realizada en la casa, según encontraron los investigadores.

Es parte de lo que se llama COVID-19 persistente, según manifestó un facultativo del Hospital de la Universidad de Staten Island, en la ciudad de Nueva York.

¿QUÉ ES COVID-19 PERSISTENTE?

La enfermedad de COVID-19 persistente habitualmente se caracteriza por la fatiga, las lagunas mentales, los problemas de memoria, así como por la pérdida del olfato.

Aunque haga mucho tiempo que el virus desapareció, alrededor de un 20 por ciento sigue teniendo estos problemas; la COVID-19 persistente afecta a la vida diaria y en estos momentos hay poco que se pueda hacer, explicó el facultativo.

Existen muchas personas que no pueden volver al trabajo, a su nivel de ejercicio y a funcionar igual de bien que antes del virus. Y todavía no se cuenta con ninguna respuesta clara y definida sobre cómo tratar a estos pacientes.

LA PREVENCIÓN ES LO QUE CUENTA

La mejor forma de evitar estos problemas, en primer lugar, es prevenir un contagio para no enfermarse. Y la manera más eficaz de lograrlo es tomando las medidas generales de prevención, como es el aislamiento y el distanciamiento social, el uso correcto del nasobuco, la higienización de las manos y vacunarse.


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Alberto Jesús Quirantes Hernández

Profesor Consultante y Jefe del Servicio de Endocrinología del Hospital Docente Dr. Salvador Allende en La Habana, Cuba.


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