El relativismo moral se origina cuando los gobernantes, los individuos, las instituciones, los operadores de los medios de difusión y otros actores sociales favorecen la desregulación ética, asumiendo que no existen patrones universales de comportamiento y que las personas son libres de actuar a su arbitrio, juzgar los hechos a partir de elementos circunstanciales y proceder según preceptos ambiguos o ajustables a sus conveniencias.
El relativismo moral, también conocido como “doble estándar” es una deformación presente en todas las culturas y civilizaciones, una pandemia ética que acompaña a la humanidad desde sus orígenes y que se extiende por todo el organismo social afectando particularmente a la política que, regida por tales criterios, puede involucionar hasta convertirse en una práctica abyecta.
Actualmente, debido a la aceleración de los ritmos del desarrollo, las realizaciones científicas y tecnológicas avanzan más rápidamente que los preceptos morales y jurídicos dando lugar a ambientes que tienden al relajamiento. Así ocurre, entre otras cosas con las manipulaciones genéticas, el trasplante de órganos y con ciertos modos de operar las tecnologías digitales.
La extremada comercialización y la banalización de los valores unido a dinámicas dictadas por la informatización y la automatización de las comunicaciones, las transmisión masiva de datos, el comercio vía Internet, el funcionamiento “en línea” de las instituciones financieras, la aparición de la economía digital, la democratización de la información y otros usos introducen una revolución civilizatoria y crean nuevas realidades antes de que se hayan instalado los códigos jurídicos y morales pertinentes. Entre los fenómenos más visibles figuran la actividad de los hackers y la actitud ante ellos.
Hacker hay en todas partes. Algunos son delincuentes que utilizan herramientas y habilidades para robar tarjetas de crédito, cuentas bancarias o instrumentos de pago, transferir dinero, suplantar identidades, realizar chantajes o apoderarse con fines malignos de información reservada propia de los ámbitos científicos, académicos, políticos o militares y traficar con ella.
Hay hackers que retan por placer al sistema o al establishment, tratan de mofarse de los esquemas de seguridad informática de gobiernos, bancos estados mayores y entidades financieras; algunos jóvenes lo hacen para alardear de su calificación y otros simplemente por diversión.
No obstante, lo más curioso son las reacciones de los medios de difusión y de algunos gobiernos que aplauden o se muestran indulgentes con aquellos que alegando imprecisas motivaciones políticas como: asegurar la transparencia de la actividad gubernamental, política, militar, diplomática y financiera “hackean” los sistemas, penetran las bases de datos de ministerios, cancillerías, bancos centrales y estados mayores; manipulan las paginas, sitios y los portales de organismos oficiales y personalidades públicas.
En algunos casos, además de los recursos informáticos que permiten desde Australia hackear la cuenta de twitter del presidente Nicolás Maduro en Venezuela, se utilizan métodos tan antiguos como infiltrar agentes y robar los datos y copias de los documentos. El afan de lucro y notoriedad ronda tales actividades. El más notorio de los casos es el de WikiLeaks
Quien quiera aplaudir a los hackers y confundirlos con Robin Hood de la era digital está en su derecho a hacerlo, lo que no puede es lamentarse cuando su actividad, siempre ilegal, lo afecte. El relativismo moral y los estándares dobles son tan peligrosos como la ruleta rusa y ampararlos es un arma de doble filo o con efecto bumerán. Allá nos vemos.
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