Hoy fío y mañana también

En la bodega de mis padres en Casilda, a partir de cada 25 de diciembre, repartían a los marchantes (nombre dado entonces a los clientes habituales de una tienda) un aguinaldo dentro de un cartucho de papel conocido como “de arroba” porque le cabían 25 libras de granos.

Ese era el tricentésimo quincuagésimo noveno (359) día, y durante los restantes 6 del año, se hacían los obsequios, aunque si era bisiesto quedarían 7, tiempo para preparar los regalos en una labor nocturna compartida con los quehaceres hogareños después de cerrar la venta de la jornada.

Cada fin de año, durante las celebraciones de la Navidad o el nacimiento de Jesucristo, se discutía a quién dar o no el paquete de turrones, manzanas, avellanas, uvas, vino, ron, cidra… cuyas cantidades y variedades eran mayores para los que más compraban. El debate giraba alrededor de si ofrecerlo o no a quienes acumulaban deudas durante meses con reiteradas incumplidas promesas de pagar, pero todos lo recibían en mayor o menor cuantía para evitar el riesgo de perder a los marchantes que escogían la bodega por el volumen de aguinaldos y no tanto por la cercanía del establecimiento.

Mis padres, inmigrantes, no tomaban en cuenta cuestiones políticas o ideológicas, sino que se enfocaban a conseguir la prosperidad del negocio, por lo cual tenían que atenerse a las reglas existentes.

Esos recuerdos sobre los debates a quién dar o no aguinaldos retornan en estos días cuando las deudas cubanas más abultadas han sido condonadas por países cuyos gobiernos no simpatizan con la construcción del Socialismo, y que si pudieran, interferirían los asuntos internos para obstaculizar e interrumpir su rumbo y restaurar un sistema económico social diametralmente opuesto, con propiedad privada sobre los medios fundamentales de producción.

No creo que ninguno de los pequeños comerciantes de la época quisieran influir en ninguna creencia o hábitos de sus marchantes, aunque de lo que sí estoy seguro es de que preferían la prosperidad de los clientes para que incrementaran las compras, y por tanto, el negocio prosperara, lo cual –por cierto- difiere de las maneras de los actuales llamados cuentapropistas cubanos o trabajadores del sector no estatal (y sin dudas, también de aprendices de capitalismo en el área estatal) quienes consideran la escasez como ambiente propicio para subir precios y tener más ganancias a costa de las necesidades del prójimo.

Aquellos pequeños comerciantes privados existentes hasta la década de los 60 del siglo pasado, incluida mi familia, en muy contadas ocasiones olvidaban las deudas por sentimientos solidarios, pues básicamente tenían las intenciones de retener clientes, lo cual motiva hoy a no pensar con ligeraza sobre las bondadosas renuncias al cobro de la multimillonaria deuda cubana en los mismos momentos en que el mandatario norteamericano proclama públicamente un cambio de métodos para tratar a Cuba.