Seguramente nadie ha olvidado que en la enseñanza primaria organizan una fila con las hembras y otras con los varones y que el orden es que van de menor a mayor tamaño, lo mismo ocurre cuando van a hacerse una foto, los delanteros son los de baja estatura para que no tapen a los que están detrás.
Una vez, en la década de los años 60, en la Escuela José Mendoza García, en el poblado costero de Casilda, un maestro llamado Alfredo Altuna Veliz decía que no era solo para evitar que los altos taparan la visibilidad de los demás, sino que era una forma de enseñar normas de cortesía. Hablaba con otro maestro —que además de músico era el director del centro escolar, todos le decían Cabo— y comentaban que así los niños aprendíamos que si en algo éramos superiores a los demás debíamos de ser respetuosos con ellos.
Durante el transcurso del tiempo van quedando en el recuerdo esas prácticas cada vez más extrañas de encontrar, pues si de acceder a un servicio en un local se trata, no importa si es un invidente o alguien con alguna discapacidad física, pues el grande y fuerte no respeta edades ni nada, sencillamente entra.
Tales procedimientos violentos impusieron espontáneamente la práctica de que quien fuera llegando debía preguntar por el último hasta ese momento y colocarse detrás en espera del turno, tiempo durante el cual pueden ocurrir muchas peripecias. La experiencia fue haciendo aparecer tácticas como averiguar quiénes estaban delante por si acaso alguien abandonaba la cola sin avisar, y para evitar que inescrupulosos se colocaran sin haber solicitado previamente un lugar.
En los últimos tiempos también se han repartido tickets con un número de orden, o se confecciona una lista que es necesario ir a confirmar cada cierto tiempo, sobre todo en horas de la noche, y ya aparecieron los organizadores de cola con personal de la entidad prestadora del servicio.
Por cierto, muchos recuerdan que en la Terminal de Ómnibus interprovincial de Santa Clara, en décadas pasadas, había un popular personaje que “cantaba” (así llamaban al acto de gritar el número) a los pasajeros. Era Proscopito, temido por todos los que trataban de pasar fraudulentamente numeritos viejos que eran descubiertos por una aguda mirada, auxiliada por espejuelos de muy gruesos cristales.
No se ha conocido a nadie que haya dicho que logró engañar a este personaje reaparecido en el programa humorístico de la televisión, que alcanzó popularidad en sus inicios con el sistemático tratamiento al tema de la libreta, una herramienta que organizó las compras sin necesidad de colas al estilo de sálvese quien pueda.
En estos días se han hecho más visibles los problemas causados por especuladores-acaparadores-revendedores; elementos permanentes en las colas que logran convertirlas en tumultos y moloteras, caos que es caldo de cultivo perfecto para los “coleros”.
Ojalá que la eficiencia de Proscopito y la libreta se extienda hoy por todas las colas.
Evelio francia
9/8/20 22:25
Pienso que en estos tiempos de Covid, para alijerar la tencion existente con respecto a las colas y la busqueda de alimento; no deberia prohibir la estancia de pescadores en las playas con el debido distanciamiento y proteccion.
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