En el siglo pasado, los mostradores más comunes en los comercios cubanos fueron una especie de mesa larga donde colocar los productos, así como los instrumentos para pesar y otros utensilios como los cuchillos en el caso de las carnicerías.
Con el paso de los años, los de madera dejaron de ser los predominantes, y empezaron a aparecer los de cristales, que permitían ver las mercancías expuestas, y también aparecieron los refrigerados, en los cuales se exhibía lo que necesitaba baja temperatura.
Además de los rectangulares, en los centros comerciales les daban diversas formas, de modo que armonizaran con el lugar, y siempre se trataba de que su colocación no se asociara con que era para separar al cliente del vendedor, sino todo lo contrario.
Los que tuvimos oportunidad de nacer en la década de los años 50 del siglo XX en una familia asiática propietaria de una bodega, podemos tener las más variadas vivencias, y una de ellas es que además de las funciones utilitarias como mobiliario comercial, podía ser una especie de frontera.
Si el padre y la madre eran originarios de China, y hablaban en su lengua materna también con el propósito de que sus descendientes lo hicieran, quizás de manera inconsciente, lo usaron para establecer una línea divisoria entre la zona donde practicaban una cultura o la otra.
Para los niños era como la señal indicadora de que debían hablar en chino a quienes estuvieran en un lado y en español a los del otro, de lo que se percataban cuando al usar el idioma foráneo no eran entendidos por los que estaban en la parte de los clientes.
Al transcurrir los años e ir cambiando las técnicas comerciales de práctica universal, el mostrador fue algo más que un mueble, trascendió el delimitador de fronteras, y puede llegar a ser una barrera de incomunicación entre el vendedor y el posible comprador.
Lo peor es cuando hace las veces de trinchera detrás del cual se parapeta una persona dispuesta a repeler las agresiones de los que en algunos casos llama la gente, el público o los denomina como usuarios que llegan a perturbar su tranquilidad.
Cuando convierten el mostrador en una trinchera, difícilmente den oportunidad a que los también calificados como consumidores se protejan, a pesar de las legislaciones y buenas intenciones que se manifiesten hasta en acciones.
Hay centros comerciales donde los mostradores tienen una ubicación que facilita a los consumidores tomar los productos con sus propias manos, pagar y salir, pero no entrar con bolsos, ni aun cuando dicen carecer de las jabitas plásticas para transportar lo comprado.
En esos casos, como ocurre en Santa Clara, la capital de la central provincia de Villa Clara, hay que acudir a los guardabolsos, donde sus empleados ni los reciben ni los entregan a la hora del almuerzo, pues los clientes tienen el deber de no molestar cuando esos trabajadores ingieren sus alimentos.
Paloma
8/3/19 9:06
Buen día, estimado Chang. !Cuántos recuerdos! Cuando era niña compraba chucherías en la esquina de mi casa en un establecimiento llamado VIÑA VIAMONTES; allí leí por primera vez un cartel que decía: EL CLIENTE SIEMPRE TIENE LA RAZÓN. En aquella época no habían normas jurídicas que defendieran a los clientes como ahora las recien promulgadas, sin embargo aquella frase tenía tal contundencia que hay de aquel dependiente que maltratara a un cliente, aunque fuera de a kilo como yo que no tenía dinero para comprar dulces que costaran más. La caricatura de Martirena es super. Con el acceso a los móviles las personas han perdido el sentido del tiempo y el espacio. La dependencia es de tal magnitud que en ocasiones es preferible buscar en otros lugares en vez de enfrentar la indolencia y la falta de sensibilidad de algunos durante su turno de trabajo. YA EL CLIENTE NO TIENE LA RAZÓN: SI UD. QUIERE COMPRA Y SI NO ALLÁ UD. De todos modos ese dependiente tiene garantizado su empleo a pesar de...
sachiel
9/3/19 16:28
El cliente no siempre tiene la razón, eso es un slogan de mercadeo para inclinar a vender más.... pero realmente hay que exigir, exigir, y exigir.
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