Fue en los años iniciales de la década del 70 del siglo pasado, quizás en 1973, cuando una persona ya sancionada salía de la sala del tribunal de la ciudad de Trinidad, ante la mirada indignada de todos.
Estaba allí por otro asunto, pero al creer que mi presencia obedecía a gestiones reporteriles del juicio, el juez me comentó que ese tipo de individuos no tenían vergüenza, razón por la cual si lo publicaba, hasta podría darle un motivo para vanagloriarse aún más por actuar fuera de la ley.
Le dije que no reportaría el caso, pero algún día (que es hoy) haría referencia a cómo aquella mujer dedicada al contrabando de productos agropecuarios robados de una empresa estatal, proclamaba públicamente que cuando ella hizo la primera venta ilícita, había guardado el dinero para pagar todas las multas.
Han transcurrido muchos años en los cuales una generación ha crecido dentro del contexto de muy variadas ilegalidades, por lo que cada vez más se ha arraigado la comparación del mal con un cáncer que es necesario extirpar antes de la metástasis.
En estos complicados momentos de enfrentamiento y control a la pandemia se ha desarrollado el hábito de analizar cifras para conocer la situación, hacer una valoración para decidir las acciones que se deben continuar o cambiar, y calcular el rumbo y la velocidad de los acontecimientos para conocer la efectividad de lo que se hace.
Ese mismo proceder podría aplicarse con la otra pandemia, la pandemia social de las indisciplinas sociales, corrupción, robo, acaparamiento, especulación y otros males, sobre los que no solo se requiere percepción del riesgo, sino también determinación para combatirlo, e inteligencia para encontrar la manera de hacer sostenible cuanto se emprenda contra ese otro “coronavirus” que ya existía.
Existen condiciones para vencer la pandemia de la COVID-19, pero también derrotar la pandemia social provocada también por un virus tan minúsculo como el SARS-CoV-2, pero igualmente de letal para los valores que se han ido fortaleciendo o creando durante muchos años.
Si alguien tenía alguna duda de la procedencia de los productos vendidos y revendidos como en las tristemente célebres candongas de Santa Clara, no requiere aparatos como los microscopios, pues a la vista ha quedado que es de la sustracción o desvío (usando palabras suaves, pues la verdadera es robar) de las empresas estatales, lo mismo almacenes que tiendas y hasta de los propios medios de transporte.
Junto a la actuación enérgica de las autoridades, hay que revitalizar la cultura de la denuncia y el repudio social, e irle ganando espacio a la nociva práctica de considerar “luchadores” a los delincuentes y hasta creerlos la solución de problemas como si fueran unos Robin Hood.
Además de la atención a los “picos”, curvas, mesetas y aplanamientos en los casos positivos, aislamientos, altas, defunciones, críticos y graves, también hay que ocuparse en una batalla simultánea contra esa minoría que empaña la obra de las mayorías.
Y lo mismo que se requiere constancia para controlar la COVID-19, es necesaria para el caso de los males sociales. ¿Ganaremos contra las dos pandemias o una de ellas sobrevivirá?
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